Peña Gómez: mi historia (4 de 11)
Por Farid Kury.
Estaba de nuevo en San Cristóbal, impartiendo docencia en el Instituto Reformatorio de Menores, cuando se produjo en junio de 1959 la expedición, procedente de Cuba, de Maimón, Constanza y Estero Hondo. Se trataba de otro intento expedicionario de derrocar la tiranía de Trujillo. Ya antes habían ocurrido las expediciones de Cayo Confite en 1947 y la de Luperón en 1949. Como esas, la de ahora también terminaría en rotundo fracaso.
Fue una expedición realizada por el amor a la patria de los combatientes antitrujillistas y por la enorme influencia que el triunfo de la Revolución Cubana de Fidel Castro produjo en ellos. Pero en realidad aquí no existían condiciones para el triunfo. Aquello practicamente fue una inmolación. Al régimen le fue fácil dominar la situación. Los combatientes, con excepción de unos cinco, fueron capturados, torturados y ejecutados.
En esa expedición vino un cubano menor de edad, Pablito Mirabal, que fue apresado, pero milagrosamente no fue asesinado. Fue enviado al Instituto Reformatorio, y allí, entre nosotros, hubo cierta compenetración. A través de conversaciones clandestinas supe como se preparó la invasión desde Cuba. Y también, de que en el exilio había un partido antitrujillista llamado Partido Revolucionario Dominicano, liderado por el profesor Juan Bosch, un distinguido y respetado dominicano, conocido no sólo como uno de los mejores cuentistas del mundo, sino también por su honestidad y sensibilidad social. Con el tiempo, y a causa de acontecimientos que narraría más adelante, él abandonaría ese partido en diciembre de 1973, y yo sería entonces el líder del mismo.
La expedición, aunque significó un estrepitoso fracaso, sacudió el régimen. A partir de ahí quedó claro que el sentimiento antitrujillista no era exclusivo del exilio, sino también de diversos segmentos de la sociedad, sobre todo, de los profesionales y estudiantes de las clases alta y media alta. A lo anterior, se sumó un hecho internacional grave que pondría a diversos gobiernos latinoamericanos y al gobierno norteamericano contra el tirano. Se trató del intento de asesinato del presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt, el 24 de junio de 1960 en Caracas. De diversas maneras la OEA y el gobierno norteamericano trataron de forzar la salida del poder de Trujillo sin que la sangre llegara al río. Pero el dictador no entendía nada y a nadie escuchaba. Estaba decidido a morir en el poder.
Sólo quedaba un camino para salir de él: el ajusticiamiento. Y eso fue lo que ocurrió la noche del 30 de mayo de 1961 cuando un grupo de dominicanos, encabezados por Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sahdalá, Pedro Livio Cedeño, Amado García Guerrero, Roberto Pastoriza y Huáscar Tejeda, lo acribillaron a balazos en el malecón de la República cuando se dirigía a su finca en San Cristóbal.
Entonces los acontecimientos se precipitaron. El presidente Joaquín Balaguer, antes de abandonar el poder, hubo de propiciar las condiciones para enterrar el trujillismo. Los exiliados empezaron a regresar. El Partido Revolucionario Dominicano envió una comisión compuesta por Ángel Miólan, Ramón Castillo y Nicolás Silfa al país para encabezar la transición hacia la democracia. La llegada de esa comisión perredeísta el 5 de julio de 1961 me abriría la puerta de par en par a participar de manera activa y preponderante en la actividad política organizada, y también me brindaría el escenario para explotar mis condiciones de comunicador, agitador y organizador de masas, lo cual me llevaría, en poco tiempo, a convertirme en un líder político importante de la República Dominicana.
II
A la muerte de Trujillo yo ya vivía con mi familia en la capital. Tenía una niña: Luz del Alba, que había nacido apenas 35 días antes del ajusticiamiento del tirano. Había renunciado a mi trabajo en el Instituto Preparatorio de Menores y abandonado San Cristóbal.
Inicialmente me alojé en la casa de doña Crisolia, pero poco después, hube de vivir en la calle Enrique Henríquez, esquina 14, del barrio Villa Consuelo, en una casita de apenas dos habitaciones. Allí estaba cuando supe que una comisión perredeísta del exilio llegaría al país en la mañana del 5 de julio.
Aquel día me levanté un poco más temprano que de costumbre para ir con las muchedumbres al aeropuerto a recibir la comisión. Yo no estaba ajeno al peligro que correríamos, porque aún cuando el presidente Joaquín Balaguer trataba de enrumbar el país con cautela, el poder real seguía teniéndolo Ramfis Trujillo, el hijo del tirano, y en él lo que primaba era la sed de venganza.
En ese contexto, no había garantías para nadie. Aún así, acudí al aeropuerto y participé en el recibimiento. Ángel Miólan, Ramón Castillo y Nicolás Silfa, tras décadas de exilio, llegaban a tierras dominicanas enviados por el profesor Juan Bosch, a encabezar la lucha por la libertad y la democracia. Del aeropuerto se dirigieron directamente al Hotel Comercial ubicado en la calle El Conde, esquina Hostos, y allí también los esperaba una gran multitud.
Yo llegué con la comisión a la calle El Conde. Hubo discursos de agradecimientos y de incitación a la lucha, y cuando les tocó el turno a algunos de los presentes, no vacilé en hablar. Fue mi primer discurso político público en la República Dominicana. Tres días después, el 8, me presenté al local del PRD y conversé con Ángel Miolan, jefe de la misión, que también era el Secretario General del PRD, y le dije:
“Yo soy revolucionario, escritor, orador, locutor y poeta. Vengo a inscribirme en el perredeísmo. Quiero trabajar sin descanso por mi país; dígame qué tengo que hacer”. A lo cual Miólan contestó:
“Siéntese en ese escritorio, que usted va a organizar el primer gran mitin revolucionario de la República Dominicana, después de Trujillo”.
En aquel momento quedé orgánicamente ligado al PRD, y entonces nadie podía pensar que en poco tiempo, gracias a mi capacidad de trabajo y de comunicación, llegaría a ser un dirigente importante del partido del profesor Juan Bosch. Me dediqué a trabajar en la organización del mitin. Asesorado por Miólan me tocó ultimar muchos detalles, desde el lugar que debía celebrarse, hasta la selección de los oradores, a algunos de los cuales les corregí sus discursos y a otros incluso se los escribí.
El 16 de julio, día de la formación de la patriótica organización La Trinitaria, en el parque Colón celebramos el mitin y fue un rotundo éxito. Las masas abarrotaron el lugar. Más de diez oradores hablaron, y yo, además de servir de maestro de ceremonia, pronuncié un discurso, con el cual empezaba, definitivamente, mi carrera como orador de masas. Con un gran discurso Ángel Miólan clausuró el mitin, que fue transmitido por Radio Caribe, y estuvo rodeado por la maquinaria del terror aún intacta.
A partir de ahí, no hubo un sólo día de descanso. Ángel Miólan había decretado una gran cruzada para llevar por todo el territorio nacional las ideas y proyectos del PRD. Diferentes y largas caravanas recorrieron el Sur, el Este, el Cibao y el Distrito Nacional, y a ninguna falté. A todas acudí con entusiasmo y energía y en todas pronuncié encendidos discursos.