Peor desastre ecológico de Perú azota a miles de pescadores
DL. Walter de la Cruz bajó por una pendiente gigantesca de arena en medio de la niebla hasta una roca frente al Pacífico de Perú, donde ha pescado por tres décadas. Tiró el anzuelo varias veces sin atrapar ningún pez. En uno de sus intentos, sacó un trozo de plástico manchado de petróleo.
El pescador dijo que el derrame de 11,900 barriles de crudo sobre uno de los mares más biodiversos del mundo y frente a una refinería costera de Repsol convirtió casi en mendigos a más de 2,500 pescadores, les despojó de un trabajo intenso entre enero y marzo y elevó la incertidumbre sobre el futuro de la pesca en una preocupación mayor que la del coronavirus.
No le pedíamos a nadie. Con el sudor de nuestra frente, sacábamos la riqueza del mar», recordó De la Cruz, de 60 años, junto a su canasta vacía, mientras las olas golpeaban las rocas. “Nos sentimos desesperados” dijo y enumeró con sus dedos las deudas que lo abruman, incluidas un crédito bancario, los recibos de agua, luz, gas, así como una lista de artículos escolares para sus dos nietos.
Perú calificó al suceso —ocurrido el 15 de enero— como su “peor desastre ecológico” y expertos de Naciones Unidas entregaron un reporte al gobierno calculando que el vertimiento «liberó unas 2,100 toneladas de crudo, muy por encima de las 700 toneladas consideradas por la International Tanker Owners Pollution Federation Limited como el umbral para ser clasificado como un gran derrame».
Los expertos también indican que no existe experiencia mundial previa de “derrame de esta envergadura” en el mar con las características de un crudo extraído de Buzios, el mayor campo petrolífero del globo en aguas profundas y el más productivo de Brasil.
De la Cruz comprendió desde los primeros días que la marea de contaminación extendida por mar y tierra en más de 106 kilómetros cuadrados —una área más grande que la ciudad de París— había frenado por primera vez una actividad realizada por siglos en la costa del Pacífico Sur. «Vi el fruto de mi sustento destruido, como si uno tuviera una tienda y alguien viene y le prende fuego”, dijo.
Los pescadores afectados pertenecen al segmento más vulnerable dentro de la actividad pesquera de Perú, extraen pocos volúmenes muy cerca de la costa en embarcaciones pequeñas o sin ellas, dijo Juan Carlos Sueiro, un economista experto en temas pesqueros de la organización internacional Oceana. “Están en el umbral de la pobreza, sus ingresos varían día a día”, comentó.
Perú —con una economía informal de 78 %— no tiene datos exactos del número de pescadores afectados, ni de quienes trabajaban en los muelles, ni de los que integran la cadena de servicios perjudicada en más de 20 playas contaminadas, que incluyen restaurantes, vendedores de helados, de dulces, los que alquilan sombrillas y los transportistas de triciclos o botes en los balnearios.
Por eso, después del derrame tras anunciar que evaluaban dar un bono, el gobierno tardó tres semanas en construir una lista de 2,500 pescadores a quienes ayudarían con dinero. Dos semanas más tarde el gobierno anunció que había acordado, tras una reunión con Repsol, que ahora sería la energética la que otorgaría un adelanto de compensación por hasta 799 dólares a más de 5,600 afectados. Los pescadores se quejaron de que no intervinieron en el acuerdo. Tampoco quedó claro si la promesa del bono seguía vigente. La AP preguntó a la Presidencia del Consejo de Ministros sobre el destino del apoyo económico estatal, sin obtener respuesta.
Muchos pescadores ni siquiera tienen un certificado que pruebe que se dedicaban a esa actividad. De la Cruz es uno de ellos. Lo único cierto, dice, es que desde hace 30 años llegaba muy temprano al mar con una canasta en la espalda y cuando la llenaba comerciaba los productos frescos con los dueños de restaurantes, con las amas de casa de los barrios desérticos de Lima o incluso llevaba algunos pescados a casa, donde su esposa preparaba sabrosos platillos que vendía a sus vecinos.
Luego de no atrapar ningún pez, De la Cruz enrolló el hilo y retiró un crustáceo que le sirvió de carnada a su anzuelo. “Los peces son sensibles, olieron petróleo y se fueron”, se justificó con amarga alegría parado frente al abismo marino. Quería comprobar por sí mismo que si atrapaba un pescado la carne era desagradable y las agallas estaban oscurecidas, tal como le había dicho un colega.
Indicó que para los pescadores la desesperación por no tener con qué mantener a sus familias era más fuerte que el miedo al coronavirus. “¿Cómo reaccionas cuando un millonario te quita lo poco que tienes? ¿Quién levanta la voz contra Repsol?”, dijo acomodando su bolsa vacía en su espalda.