¿Por qué Bolsonaro está en prisión y Trump gobierna un país?
Por Spanish Revolution
El extraño caso de dos golpistas y dos democracias muy distintas
La diferencia entre un preso y un presidente no es la inocencia. Es el ecosistema político que los protege. Jair Bolsonaro empieza a cumplir 27 años de prisión por haber alentado, sostenido o bendecido un intento de golpe en Brasil. Donald Trump, que hizo prácticamente lo mismo el 6 de enero de 2021, duerme en la Casa Blanca. No hay misterio jurídico. Hay geopolítica, historia y cobardía institucional.
La ironía es amarga. Dos líderes acusados de dinamitar su propio país. Uno paga. El otro manda.
BRASIL CASTIGA LO QUE TEME VOLVER A VIVIR
Brasil no metió en la cárcel a Bolsonaro por un arrebato de dignidad republicana. Lo hizo porque ya pagó ese error durante la dictadura de 1964. Cuando has vivido dos décadas de terror militar, entiendes rápido que dejar un golpe sin castigo es preparar el siguiente.
Ocurrió lo mismo que con Trump, pero a la brasileña:
En Brasilia, en enero de 2023, los seguidores de Bolsonaro asaltaron las sedes de los tres poderes del Estado convencidos de que las elecciones eran ilegítimas.
En Washington, en enero de 2021, los seguidores de Trump asaltaron el Capitolio convencidos de que las elecciones eran ilegítimas.
La diferencia no está en el delito, sino en la respuesta.
En Brasil, el Tribunal Supremo y buena parte del Ejército entendieron que si se permitía aquella aventura golpista, la próxima vez no habría urnas que salvar. Y que el propio Bolsonaro había acumulado tal montaña de pruebas —discursos, reuniones, audios, órdenes veladas— que su defensa solo podía consistir en rezar, y rezar no cuenta como alegato.
Brasil actúa con miedo. Un miedo sano. Sabe que el golpismo es una infección: si no amputas, se expande.
Por eso Bolsonaro recibe 27 años. No es justicia poética. Es profilaxis democrática.
ESTADOS UNIDOS CONFUNDE LIBERTAD CON IMPUNIDAD
Trump hizo lo mismo. O más. Llamó a sus seguidores al Capitolio. Presionó a funcionarios para alterar votos. Intentó usar el aparato estatal para sostener una mentira que él mismo alimentó durante meses. Sin embargo, preside el país.
¿Por qué?
Porque Estados Unidos vive atrapado en su propio mito fundacional. Cree que su democracia es tan sólida que ni siquiera los golpistas pueden romperla. Esa arrogancia es peor que la corrupción. Es anestesia.
Lo que Bolsonaro representa para Brasil —una amenaza militarista— Trump lo representa para Estados Unidos —un negocio político con millones de clientes—. Y en un país donde todo es mercancía, también la democracia se vende al mejor postor.
Las claves son simples:
El Partido Republicano decidió que es mejor sacrificar instituciones que perder poder.
La maquinaria judicial estadounidense es lenta, fragmentada y profundamente politizada.
Washington vive convencido de que la extrema derecha nacional nunca será como la europea o latinoamericana, aunque ya lo es.
Y, sobre todo, Trump aprendió que si el delito es suficientemente grande, nadie quiere ser la persona que firme la orden de arresto.
El golpismo en Brasil y Estados Unidos fue similar en intención y ejecución. La pena, no.
En Brasil: cárcel.
En Estados Unidos: reelección.
DOS GOLPES GEMELOS, DOS DEMOCRACIAS OPUESTAS
No hay ninguna diferencia real entre el bolsonarismo que arrasó Brasilia y el trumpismo que destrozó el Capitolio. Los dos movimientos nacen de la misma matriz: la negación del voto cuando el voto no les favorece.
Lo que cambia es la capacidad de cada país para lidiar con sus monstruos.
Brasil mira su pasado autoritario y tiembla.
Estados Unidos mira su pasado y se aplaude.
Bolsonaro es la consecuencia de un sistema que aprendió a reaccionar.
Trump es el síntoma de un sistema que se cree invulnerable.
La prisión de Bolsonaro es un mensaje.
La presidencia de Trump es un aviso.
La pregunta ya no es por qué uno está en una celda y el otro en el Despacho Oval.
La pregunta es cuánto más puede resistir una democracia que confunde golpes de Estado con simples “excesos de entusiasmo”.

