¿Premio Nobel es para la Paz o es una herramienta política?
Zahi Wehbe, autor del artículo comenta si será razonable conceder un premio de la paz a la opositora venezolana María Corina Machado, partidaria del genocidio en Gaza, mientras los pueblos del mundo entero se rebelan contra este crimen.
El Premio Nobel de la Paz es uno de los premios internacionales más prestigiosos y controvertidos. Si bien algunos lo consideran un símbolo de reconocimiento a los esfuerzos humanitarios y por la paz, su historia ha estado plagada de decisiones cuya objetividad ha sido cuestionada y acusada de perseguir agendas políticas.
Aquí, exploramos las diversas dimensiones de esta controversia y analizamos la naturaleza del premio y las críticas estructurales que recibe, a la vez que revisamos ejemplos históricos y contextos políticos que influyeron en sus disposiciones.
Una larga historia de preguntas
Desde la creación del premio en 1901, los dictámines sobre su concesión no han estado exentas de turbulencias críticas. En muchos casos, la selección no reflejó necesariamente un logro de paz consolidado, sino que expresó cálculos políticos o el deseo de recompensar ciertas tendencias intelectuales.
Premiar a estadistas en lugar de activistas por la paz
El otorgamiento del galardón al presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt en 1906, sentó un precedente controvertido.
Según el propio análisis del Comité Noruego, Roosevelt fue «el ciudadano estadounidense más beligerante de su época, al liderar políticas expansionistas mediante el uso de la fuerza militar».
Esta decisión fue recibida con duras críticas, incluso en un periódico como el New York Times, en su momento publicó: «una amplia sonrisa iluminó el rostro del mundo cuando se otorgó el premio… al ciudadano estadounidense más beligerante».
La entrega representó un cambio en la política del Comité, que pasó de honrar a activistas por la paz idealistas a recompensar a estadistas influyentes y poderosos, lo que planteó dudas sobre su relación con la intención original de Alfred Nobel.
Premios en tiempos de guerra
Quizás una de las decisiones más debatidas en la historia reciente del premio fue su concesión en 1973 a Henry Kissinger y al diplomático vietnamita Le Duc Tho (quien rechazó el premio) por su papel en las negociaciones de paz en Vietnam.
Por su parte, Kissinger fue uno de los artífices de las propuestas de Washington de expandir la guerra a países como Laos y Camboya. Su filosofía, basada en un supuesto «realismo político», ignoraba el coste de las vidas humanas, al igual que sus políticas hacia el mundo árabe. La decisión fue tan controvertida que dos miembros del Comité Noruego dimitieron en protesta, y los críticos describieron el Premio en aquel momento como un «Nobel de la guerra».
Premios «proféticos» incumplidos
En muchos casos, el galardón se otorgó basándose en esperanzas y aspiraciones futuras, más que en el reconocimiento de logros concretos.
En 2009, el lauro fue a manos del presidente estadounidense Barack Obama, tan solo nueve meses después de asumir el cargo, por sus «extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos». Incluso, el propio Obama expresó su desconcierto al recibir el premio.
Posteriormente, se hizo evidente que su presidencia fue testigo de una expansión de las operaciones militares de su país en varios puntos de conflictos en el mundo, lo que hizo que el premio pareciera más un reconocimiento de intenciones (y el infierno está lleno de buenas intenciones, si asumimos siquiera las buenas de Obama), que un reconocimiento de logros.
De igual manera, en 2019, el otorgamiento al primer ministro etíope, Abiy Ahmed, por traer la paz a Eritrea tras la devastadora guerra civil en Tigray, donde su gobierno fue acusado de crímenes de guerra, generó controversia. ¡Esto demostró un juicio extremadamente erróneo!
Para nosotros, en el mundo árabe, basta recordar, para disipar cualquier duda sobre hasta qué punto este premio está impregnado no solo de intereses políticos, sino también de la sangre de las víctimas, que fue otorgado a Menachem Begin, Yitzhak Rabin y Shimon Peres.
Hoy, lo ha recibido la política opositora venezolana María Corina Machado, conocida por su postura proisraelí y apodada por Estados Unidos como la «Dama de Hierro de Venezuela», lo cual coincide con el momento de máxima presión de la administración de Donald Trump sobre Venezuela, enfrentada a una política de hegemonía e intimidación.
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Machado ha expresado públicamente su apoyo a “Israel” en más de una ocasión, y lo describe como un «aliado de la libertad» y afirma que «todo aquel que defiende los valores occidentales apoya al Estado de ‘Israel’».
¿Es razonable otorgar un premio de la paz a un partidario del genocidio en Gaza, cuando pueblos de todo el mundo se rebelan contra este crimen?
Los problemas no solo se derivan de decisiones individuales, sino también del sistema estructural que rige el propio proceso de selección, lo que hace que el premio sea vulnerable a la influencia de la política nacional e internacional.
La composición del Comité Noruego
A diferencia de otros Premios Nobel otorgados por las Academias Suecas, el Premio de la Paz es conferido por un comité de cinco miembros designados por el Parlamento de esa nación. Los miembros son elegidos para reflejar la representación de los partidos políticos en el Parlamento. Esto significa que la composición del mismo refleja los equilibrios políticos internos de Noruega, en lugar de un organismo independiente de expertos internacionales en paz.
Aunque se prohíbe el nombramiento de miembros actuales del gobierno o del Parlamento, está compuesto principalmente por políticos retirados, no necesariamente expertos o profesionales internacionales en temas de la paz.
Secreto y visión sesgada
El comité mantiene un alto grado de secretismo, con registros de deliberaciones y nominaciones sellados durante 50 años. Si bien protege las discusiones, impide la rendición de cuentas pública y el escrutinio inmediato, y cierra la puerta a una verdadera comprensión de cómo se aplauden los diversos criterios.
Los críticos también señalan un persistente sesgo occidental o eurocéntrico en las selecciones, con un número desproporcionado de galardonados provenientes de esas naciones o alineados con sus políticas sobre la paz y progreso.
Influencia de las relaciones internacionales
El comité ha demostrado en numerosas ocasiones una extrema sensibilidad a la presión política internacional. Por ejemplo, cuando el premio fue otorgado al defensor de derechos humanos chino Liu Xiaobo en 2010, desencadenó una grave crisis diplomática entre Noruega y China, que culminó en un congelamiento de las relaciones durante años. Este ejemplo ilustra cómo las decisiones de la Junta no se toman en el vacío, sino que están plagadas de las complejidades de la política internacional y la dinámica de poder.
En las últimas dos décadas, se ha ampliado la brecha entre el estereotipo del lauro como símbolo de paz y su uso real como herramienta en el ámbito político.
Autopromoción y presión pública
En los últimos años surgió el fenómeno de la autopromoción para el premio por parte de algunos líderes políticos, lo que sometió al Comité a una presión sin precedentes.
El presidente estadounidense, Donald Trump, ha expresado explícita y reiteradamente su interés en recibirlo, y afirmó en más de una ocasión que lo merece por su labor en diversas mediaciones, y amenazó con que, de no otorgárselo sería un «insulto a Estados Unidos».
El portavoz de la Casa Blanca, incluso criticó la decisión del Comité tras el anuncio de la victoria de Machado, a pesar del apoyo de ella a la política de la Casa Blanca. «El presidente Trump continúa cerrando acuerdos de paz, poniendo fin a guerras y salvando vidas»,afirmó.
Este tipo de presión pública amenaza con socavar la poca credibilidad que le queda al premio y transformarlo de un medio para reconocer los esfuerzos por la paz, incluso de una herramienta con motivaciones políticas, en una para alimentar el narcisismo político.
Utilizado para obtener beneficios diplomáticos
En ocasiones, la nominación de ciertas personas se utiliza como instrumento en las relaciones internacionales. En 2025, el gobierno pakistaní anunció su intención de nominar al presidente Trump debido a su «papel decisivo» en la mediación de un alto al fuego con India.
Dicha decisión fue criticada, incluso, dentro de Pakistán, y un exdiplomático la describió como «una amenaza para nuestra dignidad nacional».
Esto demuestra cómo la nominación en sí misma puede convertirse en un utensilio para el favoritismo político o para obtener beneficios diplomáticos temporales.
Y como lo peor de lo peor es lo ridículo, Benjamín Netanyahu anunció, en medio de la guerra genocida en Gaza, que nominaba a Trump para el premio.
¿Podrá el premio recuperar su prestigio moral?
A pesar de todo lo anterior, los Premios Nobel conservan su aura simbólica, su poder mediático y el deseo de ganarlos. Pero, su credibilidad a largo plazo depende de la capacidad del Comité Noruego para abordar los desafíos estructurales que enfrentan.
Esto requiere gran valentía para resistir la presión política nacional e internacional, mayor transparencia en el proceso de selección y, sobre todo, un compromiso genuino con el espíritu del testamento de Alfred Nobel, cuyo objetivo era promover la «fraternidad entre las naciones» y la «abolición o reducción de los ejércitos permanentes».
Solo reconectando con estos principios fundamentales, el premio podrá pasar de ser una herramienta al servicio de las políticas dominantes a un verdadero faro de paz.
AL MAYADEEN