Presiones sin poder: por qué Estados Unidos ya no puede imponer condiciones a Irán
Elijah J Magnier.
Estados Unidos ha puesto a prueba la opción militar y no ha logrado someter ni siquiera al más débil de los dos actores. Como resultado, la retórica bélica ha perdido fuerza y la amenaza de un conflicto abierto ha desaparecido silenciosamente de la mesa.
Mientras los negociadores estadounidenses e iraníes concluyen las conversaciones sobre el programa nuclear en Omán, una sorprendente paradoja se esconde tras el panorama estratégico de la región: Washington sigue actuando como garante de límites que ya no puede imponer.
Mientras Estados Unidos insiste en que nunca permitirá que Irán desarrolle un arma nuclear o que Ansar Allah interrumpa las rutas comerciales en el Mar Rojo, la realidad cuenta una historia diferente.
Washington no influye en los resultados: le cuesta gestionar los que ya han impuesto otros.
Durante más de veinte años, Estados Unidos ha declarado que ‘nunca’ permitiría a Irán dotarse de armas nucleares. Sin embargo, Irán ha afirmado repetidamente que ese armamento no forma parte de su doctrina estratégica.
Irán sigue siendo signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) y las agencias de inteligencia estadounidenses nunca han encontrado pruebas concluyentes de un programa de ese tipo de armamento. La amenaza percibida ha servido en gran medida como un cómodo instrumento político, tanto a nivel interno como en la gestión de las relaciones con Israel.
Tras las conversaciones en Omán, no es Irán quien parece aislado, sino Washington. La campaña inicial de “máxima presión” de la Administración Trump fracasó, reforzando en cambio los vínculos estratégicos y económicos de Irán con China, Rusia y otros actores regionales.
Ahora, en su segundo mandato, el presidente Trump se enfrenta a un panorama geopolítico muy diferente: el programa iraní ha avanzado, pero su moderación ha resistido, hasta ahora.
El Mar Rojo cuenta una historia similar de injerencia estadounidense. Desde octubre de 2023, Ansar Allah, en Yemen, ha atacado selectivamente a buques vinculados a Israel para protestar contra la guerra en Gaza.
De hecho, ha establecido un bloqueo antiisraelí. A pesar de las promesas de las administraciones Biden y Trump de mantener la libertad de navegación, los esfuerzos estadounidenses por “restablecer la disuasión” están estancados.
Tras semanas de ataques aéreos, derribo de drones MQ-9, pérdida de aviones y más de 2000 millones de dólares en gastos, Estados Unidos se ha visto obligado a aceptar un acuerdo de retirada unilateral, que ha dejado prácticamente intacta la campaña de Ansar Allah en el Mar Rojo.
A continuación, se produjo una retirada silenciosa y sin ceremonias. Washington afirmó haber conseguido evitar una guerra más amplia, pero los hechos cuentan una historia diferente.
Entró en un conflicto en el que no tenía motivos para luchar, gastó recursos a cambio de un rendimiento insignificante y salió sin lograr ninguno de sus objetivos declarados. En lugar de detener a Ansar Allah, en realidad ha apoyado su posición, mientras que sólo Israel sigue siendo su objetivo, como antes.
Esta doble realidad –diplomacia nuclear con Irán y enfrentamientos marítimos con Yemen– expone la creciente brecha entre las intenciones y las capacidades de EEUU.
El lenguaje de la disuasión ya no tiene la autoridad que tenía antes. Israel, quizá el crítico más ruidoso de la recalibración estadounidense se encuentra cada vez más marginado.
Los repetidos llamamientos del primer ministro Netanyahu a una escalada en Gaza, Líbano, Siria e Irán han puesto a prueba la paciencia estadounidense. Trump, deseoso de evitar verse arrastrado a la estrategia de supervivencia interna de Netanyahu, se resiste.
El signo más revelador de esta divergencia se produjo cuando Israel fue excluido del acuerdo de EEUU con Ansar Allah. Al mismo tiempo, Trump autorizó el regreso de la diplomacia nuclear con Irán, forzó el envío de ayuda humanitaria a Gaza a pesar de las objeciones de Israel y se negó a apoyar una guerra prolongada contra Hezbolá o Siria. La ira de Netanyahu no fue recibida con indulgencia, sino con indiferencia.
Para empeorar las cosas, Trump confirmó que no visitará Israel durante su actual gira por Oriente Próximo. Este desaire diplomático pone de relieve una creciente desavenencia.
Puede que Trump sea voluble, pero Netanyahu ha chocado con todos los presidentes estadounidenses desde la era Clinton, logrando siempre recuperarse.
Su dependencia del lobby pro-Israel sigue siendo fuerte, pero su malicia parece estar desapareciendo.
Irán, mientras tanto, ve el panorama más amplio. Teherán comprende que la reticencia estadounidense se debe al cansancio, no a los principios. Ha demostrado su alcance militar -atacando bases estadounidenses, golpeando activos israelíes- y ha dejado claro que su paciencia no es ilimitada.
Las conversaciones con Omán representaban una estrecha ventana de oportunidad. Teherán no se contentaba con inspecciones y vagas promesas.
Quería la relajación de las sanciones, garantías y el reconocimiento de su papel regional.
El tono también es importante. Los funcionarios iraníes se están cansando de la retórica belicosa de Estados Unidos. Oriente Próximo es una cuestión de matices culturales y de diplomacia para salvar las apariencias.
Teherán prefiere las negociaciones discretas a las amenazas televisadas.
El enfoque de Washington –lleno de conferencias de prensa y poco basado en la confianza– no ha hecho más que endurecer la posición negociadora de Teherán.
El mensaje de Irán fue claro: no volverá al acuerdo de 2015, o a uno similar, sin garantías. Desde que Trump rompió unilateralmente el JCPOA en 2018, Irán ha aumentado su enriquecimiento al 60%, un nivel cercano al grado armamentístico, pero aún reversible.
Teherán ha insistido en que cualquier acuerdo debe incluir garantías creíbles contra nuevos engaños estadounidenses. De lo contrario, Irán tiene pocos incentivos para volver a congelar sus centrifugadoras avanzadas o limitar sus reservas, sobre todo porque las cláusulas de caducidad del JCPOA expiran en octubre de 2025.
Hay mucho en juego: si no se formaliza ningún acuerdo antes de octubre, Irán tendrá libertad legal para ampliar su programa sin restricciones. Este plazo inminente proyecta una pesada sombra sobre los esfuerzos diplomáticos en Omán.
La lección para Washington es obvia. La fuerza no sustituye a la estrategia.Tanto en Irán como en Yemen, Estados Unidos se ha encontrado reaccionando a los acontecimientos en lugar de darles forma.
Han sido superados por actores que antes consideraban periféricos. Ansar Allah controla ahora el acceso al Mar Rojo. Irán sigue en el umbral nuclear: capaz, pero aún no lo ha conseguido.
Ambos han resistido la máxima presión. Ambos han echado raíces. Los cohetes de Ansar Alá siguen golpeando, Irán sigue enriqueciéndose y Estados Unidos ya no está dispuesto a librar todas las batallas en nombre de Israel.
La agenda de Trump para Oriente Próximo -reactivar la diplomacia y limitar la escalada- se aleja marcadamente de la doctrina anterior. Hoy, EEUU no puede contar con un alineamiento incondicional. Los aliados están advirtiendo, los adversarios se están adaptando.
El contraste es marcado.Mientras Israel escala temerariamente e insiste en su política de escalada belicista, EEUU busca la moderación.
Yemen, antaño una preocupación periférica, se ha convertido en un caso de prueba para el poder asimétrico. Irán, antes atrapado, es ahora un actor central en la configuración de las condiciones regionales.
En ambos escenarios, Washington parpadeó, no por debilidad, sino por necesidad. El coste de mantener el dominio simplemente se había vuelto mayor que la ilusión que una vez proyectó.
Irán y Yemen poseen ahora importantes cartas estratégicas, incluido el control de dos de los cuellos de botella marítimos más críticos del mundo: el estrecho de Ormuz y Bab el-Mandeb.
Estados Unidos ha puesto a prueba la opción militar y no ha logrado someter ni siquiera al más débil de los dos actores. Como resultado, la retórica bélica ha perdido fuerza y la amenaza de un conflicto abierto ha desaparecido silenciosamente de la mesa.
Traducción nuestra
*Elijah J. Magnier es un veterano corresponsal en zonas de guerra y analista político con más de 35 años de experiencia cubriendo Oriente Próximo y el Norte de África (MENA). Está especializado en la información en tiempo real sobre política, planificación estratégica y militar, terrorismo y contraterrorismo; su gran capacidad analítica complementa sus reportajes.
Fuente original: Blog Elijah J. Magnier
Fuente tomada: Giubbe Rosse News

