Prostitución con menores: un monstruo que se agiganta con las horas

Por Ivonne Ferreras

Boca Chica es un paraíso donde todo puede suceder. En este municipio turístico de la provincia Santo Domingo, enclavado en la bahía de San Andrés, 30 kilómetros al este del Distrito Nacional, la prostitución ha sido ignorada por décadas hasta convertirse en un inmenso mercado sexual de niños y niñas que “ofertan sus servicios” a turistas y nacionales sin importar sexo ni edad.

Para algunos, la intensidad del fenómeno ha bajado. Pero en el terreno, la pornografía, la trata y explotación de menores son un “secreto a voces”.

La plaga se ha extendido por los cuatro costados. Solo que ahora discurre soterrada, con nuevo rostro. Los depredadores se han puesto a tono con las nuevas tecnologías. Usan páginas web y redes para localizar y promover a sus presas.

Con la nueva modalidad, muchos menores son contactados de manera oculta por proxenetas y “turistas” que, en muchos casos, hacen ofertas directas a familiares que -por unos cuantos pesos- entran al juego de brindar a sus hijos e hijas al mejor rematante, como si se tratase de pública subasta.

Una franja de la calle Duarte, principal arteria de esta comarca de 167 mil habitantes, 85,406 mujeres y 81,634 hombres (Censo 2022) sigue, sin embargo, como escenario propicio para contactar de manera directa a las víctimas.

La cierran a partir de las siete de la noche hasta la madrugada -desde el hotel Hamaca a la esquina del parque. Y, a partir de las once de la noche, hembras y varones se convierten en actores importantes para ofrecer su encanto a desconocidos. Preñadas de necesidades, dólares, euros desorbitan sus ojos; sino, los pesos dominicanos.

Ese pedazo de calle deviene en espacio ideal para la lujuria y el vicio. El consumo de drogas nunca falta, es en el “pan nuestro de cada día”.

Escenas a la libre

La vida en este poblado de 147.7 kilómetros cuadrados transcurre como si nada pasara. Los bocachiqueños faenan cada día anteponiéndose a la tentación amarga del empobrecimiento.

Todo esto ocurre ante la mirada indiferente, en unos casos, cómplice en otros, por parte de las autoridades encargadas de velar por la seguridad y el orden público de los ciudadanos criollos y extranjeros que pululan por el sitio.

Lo confirma la conversación con miembros de la Policía Turístico (Politur) y de la policía municipal, quienes relatan con naturalidad cómo, a partir de esa hora, “la calle Duarte se convierte en territorio de nadie”.

Con desparpajo y un dejo de picardía, uno de los agentes (nombre reservado) explica cómo se transforman los escenarios dependiendo de los horarios.

“A las siete de la noche la calle se cierra, los turistas salen a cenar, pero a partir de las diez y once de la noche, la cosa cambia y los cueritos (niñas trabajadoras sexuales) se apoderan de la zona”.

¿Pero qué hacen ustedes con los casos de menores? Responde resignado: “Imagínese, uno los apresa, pero a los pocos días están de nuevo. Esto no lo para nadie”. Así de simple. Cualquiera puede, con poco esfuerzo, percatarse de la situación. Unos piensan que agentes reciben beneficios económicos o materiales producto de la trata de blancas y blancos y el tráfico de drogas indiscriminado. Otros, desesperanzados, creen que tal práctica se ha oficializado al calor del tráfico de influencias en altas esferas. Todo puede ser posible en este antro de perdición.

Entretanto, miembros de Politur, Servicio Secreto de la Policía y de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), con las manos atadas, ven cómo en estas tres cuadras, la prostitución de menores crece y crece a la par con el consumo indiscriminado de drogas y otras sustancias altamente adictivas. Las ofertas están dirigidas a turistas y a dominicanos, incluyendo los niños y las niñas menores y adolescente. Nada importan los derechos. Sus testimonios son aterradores. Conmueven a todos, menos a los pedófilos y a las autoridades llamadas a enfrentar el mal.

Una simple parada en las inmediaciones del parque central de Boca Chica da pie a la conversación con una niña de 13 años (M) quien describe los sinsabores tempranos en ese mundillo que semeja un lupanar público.

Trece años tiene ella, pero carga con 60 de vivencia forzosa. Es sexualmente explotada. Relata que fue contactada por un turista italiano, de esos que se instalan por meses en viviendas alquiladas. Le ofreció 50 mil pesos para que le busque “una chica que sea virgen”.

Refiere que cumplió la encomienda para ganarse lo ofertado. Contactó a (J) para que saciara la turbulencia del extranjero. Al final, solo le pagaron 10 mil pesos, no los 50 mil acordados para tal gestión. Y ya no supo el destino de M.

El caso no aparenta nuevo ni mucho menos consumarse a espaldas de la familia. Trascendió por pugnas entre familiares de las menores que reclamaban el dinero faltante. A las autoridades no les quedó más remedio que darse por enteradas.

Una rutina azarosa

En horas todo se olvidó y la vida siguió igual para las autoridades. No aplicación de la ley. M recibió acompañamiento psicológico por una entidad privada. Pero J siguió por el escabroso camino del negocio sexual.

Como establece el estudio “Luchar contra la marea”, realizado por la antropóloga Tahira Vargas, “un aspecto importante en esas zonas es la presencia del turismo visto como causa, propiciador de la trata y generador del ocultamiento e invisibilización de la misma para evitar escándalos que afecten a este renglón”.

En ese paraíso turístico llamado Boca Chica, los niños están ahí, en la zona roja, destruyendo su existencia frente a la mirada impávida de turistas, inversionistas extranjeros, autoridades y todos los que, de una u otra manera se benefician.

Tan lejos y tan cerca

Boca Chica es un municipio de la provincia Santo Domingo fundado en octubre de 2001. Su distrito municipal es La Caleta. Su sello de identidad es la playa de su mismo nombre, altamente concurrida por tranquila, bajita y su arena blanca.

Con una población de 167,040 habitantes, según el censo de 2022. De esa cantidad, casi 105,000 vivían en la zona urbana y cerca de 63,000 en la zona rural. A pesar del involucramiento de menores en la explotación sexual, los datos preliminares del empadronamiento más reciente no establecen a cuánto asciende esa población.

Conforme un artículo en Wikipedia, la comunidad fue fundada en 1779 durante el gobierno del brigadier Juan Isidro Peralta Rojas, con el nombre de San José de los Llanos, y desarrollada por el Estado dominicano a través del ingenio Boca Chica establecido en 1916 y luego en 1920 por Juan Bautista Vicini Burgos, con las plantaciones de caña de azúcar. En 1926 fue construida la carretera que le conecta con la Capital y en 1932 fue separada de San José de los Llanos y San Pedro de Macorís e integrada al Distrito Nacional.

El municipio fue fundado en 2001. De acuerdo con un estudio realizado en 2006 por la Organización de las Naciones Unidas acerca de la violencia contra los niños a nivel mundial, “se estimaba que 150 millones de niñas y 73 millones de niños menores de 18 años se han visto obligados a mantener relaciones sexuales forzosas o han sido víctimas de otras formas de violencia sexual”.

Según una investigación realizada por Tahira Vargas, “Luchar contra la marea” (2022), sobre trata de personas en once municipios, Boca Chica muestra muchas coincidencias respecto a la trata de personas en sus distintas modalidades.

“La modalidad más aguda es la trata con fines de explotación sexual comercial en los municipios de las zonas turística de Higüey, La Romana, Puerto Plata y Boca Chica, esta última, con una fuerte concentración en la captación de población infantil y adolescente como víctimas de explotación sexual comercial”.

No obstante, en República Dominicana, específicamente en la comunidad de Boca Chica, no existen cifras porcentuales de la explotación sexual comercial de menores. Lo que sí es patente es que los niños, abandonados a su suerte, “se la buscan como sea” en este ambiente donde, necesariamente, funcionarios de instituciones como Politur, gobernación de la provincia, entre otras, tienen que ser espectadores de primera línea, pues los edificios que les albergan están justo en el centro de la bacanal diaria de este lugar turístico.

También existe un Protocolo de Atención Integral de Niños, Niñas y Adolescentes Víctimas de Explotación Sexual en Línea. El documento, elaborado por el Ministerio Público, en coordinación con organismos internacionales como UNICEF, es claro:

“La explotación sexual de niños, niñas y adolescentes en cualquiera de sus manifestaciones constituye un delito contra la dignidad, la integridad y el interés superior de esa población en República Dominicana”.

Drogas, y “sankypankismo”, un capítulo aparte

A pesar de que la vigilancia es permanente por parte de las autoridades, no solo en el tramo cerrado de la calle Duarte, sino en su entorno, el consumo de sustancias prohibidas y no prohibidas es el pan nuestro de cada noche. Un niño de 12 años pulula cerca de la calle Duarte. Luce mucha pericia para su edad. Habla resuelto sobre los “sanky-panky” que abundan en el lugar. Él define a su modo a esos protagonistas del entorno. “Son los que se van con los gringos a hacer cosas con ellos por dinero y droga”.

Veleidoso y hasta con cierta coquetería, argumenta que “los sanky panky viven en la playa, y hay niños chiquitos que fuman su cosa”. No se considera parte de ese mundo. Establece diferencias muy marcadas por las vestimentas que utilizan. Él se viste diferente y asiste a la escuela. Sigue contando con detalles las peripecias a que son sometidos los menores en el paraíso que llaman Boca Chica, sin que las autoridades actúen.

“Algunos se van a la playa, se acuestan en camitas”, mientras otros incursionan en sectores como La Coca, dice, “un callejón oscuro a donde se van ahí a consumir drogas. También hay gente que viene y se lleva a los niños, los entran en su carro, dicen que son sus hijos, les dan golpes y los meten presos”.

Ese testimonio lo corroboran discretamente algunos consultados, aunque afirman que “no son todos”. La versión es improbable para el alcalde Ramon Candelaria, quien asegura de manera tajante que la prostitución infantil en Boca Chica es “simplemente un mito”.

La directora y fundadora de la ONG Caminantes, que se encarga precisamente de la prevención de la explotación sexual y comercial de menores en la zona, Denisse Pichardo, no está convencida de las afirmaciones del alcalde, y su respuesta rápida fue: “Ni él mismo se lo cree”.

Pichardo no solo duda de la aserción del titular del gobierno local. Va más lejos y enfatiza en la nueva modalidad de depredación sexual que abarca desde la incursión en la playa en busca de turistas de mayor edad, el contacto con proxenetas que gravitan en el lugar hasta usar como mulas para el microtráfico y exponer a niñas a través de páginas web. “Y eso no es un secreto ni para las autoridades ni para nadie”.

Sin titubear, observa: “Los puntos de drogas están ahí. Operan similar a lo que ocurre en La 42, en la Capital, con los teteos, habitaciones, juegos de azar y todo lo que llame la atención de los menores, justo en la calle Duarte, y a la vista de las todos”.

Pichardo revela que los más utilizados para el microtráfico son los varoncitos, a quienes también inician en el consumo de estupefacientes.

“En la nueva modalidad, esos menores, denominados haqueadores, son colocados en lugares estratégicos de la calle Duarte como vigilantes y delatores de los que transitan por ese antro de perdición que no son reconocidos por los responsables del negocio del microtráfico”

Precisa que, “de esa manera, opera toda una red que pone sobre-aviso respecto a la incursión de alguien nuevo que pueden ser o policías o miembros de la DNCD, o cualquier otra persona no reconocida”.

“Normalmente, esos menores terminan apresados, pues los traficantes, que tienen las suyas para defenderse, casi siempre logran escabullirse”.

Dicen que hay vigilancia efectiva en el tramo de la Duarte, en Boca Chica, pero la trata de blancas y de blancos y el consumo y tráfico de estupefaciente indiscriminado es cosa común y corriente.

Encontrarles, escucharlos, es fácil. Hembras y varones quieren hablar, contar sus historias y, sobre todo, clamar que les busquen un espacio saludable donde poder desarrollarse como seres humanos.

Promesas a granel han recibido. De quienes les usan y de las autoridades que corren hacia ellos ante cualquier denuncia sobre el drama que sufren. Solo eso. Mientras tanto, el peligro acecha. Hijos a destiempo de la miseria y la desesperanza, germinan en los invernaderos de la calle. Luego florecen como expresión viviente de la degradación, el crimen, la delincuencia, o como de una casta inferior de parásitos sociales.

Historias, son muchas, y todas desgarradoras. Estos niños, adultos a destiempo, a quienes les ha sido negada la ingenuidad y la inocencia, tienen derecho a existir como personas. El Departamento de Protección a Niños, Niñas y Adolescentes tiene un buen caldo de cultivo en estos menores que ansían una vida estable, sin los altibajos y peligros de la calle y la irresponsabilidad de familiares que los exponen. Ellos están ahí, justo en medio del vicio y la inmoralidad. Es necesario rescatarlos.

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