Pupú de perros
Por Rosario Espinal. La semana pasada, el reperpero en las redes sociales se produjo porque el ministro Roberto Fulcar apareció en un acto oficial de educación, sentado junto al presidente Luis Abinader, con una perrita en las piernas. Según su propio tuit, la perrita se llama Minerva y otras dos hermanitas se llaman Patria y María Teresa.
La indignación de muchos provino del uso de los nombres de las Hermanas Mirabal para las tres perras. Otra corriente de opinión consideró válidos esos nombres porque los perros son seres nobles con derechos.
Si Fulcar tenía algún objetivo educativo o mediático para llevar la perrita al acto, se le peló el billete. Los críticos aprovecharon el momento para despellejarlo.
Mi sugerencia, señor ministro: la educación dominicana enfrenta graves problemas y grandes retos, unos heredados, otros generados por la pandemia, y otros son hechura de las nuevas autoridades. Concéntrese en resolverlos para bien de todos.
Pero el objetivo central de este artículo no es el sistema educativo dominicano ni los retos del ministerio, sino los problemas sociales que derivan de la creciente domesticación animal, en específico, de los perros.
Desde mi punto de vista, el mayor respeto que se puede mostrar a los animales es dejarlos en su hábitat natural. Sin embargo, a través del tiempo, hemos visto cada vez más la domesticación de algunos animales.
En el pasado, ya casi lejano, la inmensa mayoría de la gente vivía en el campo o en casas de pueblo con patios grandes. Quienes tenían perros lo hacían para que cuidaran la propiedad o para entretener a los niños. Esos perros tenían espacio para moverse y hacer sus necesidades fisiológicas. No había que sacarlos a las calles en una rutina diaria.
Ahora, en las grandes ciudades, mucha gente vive en edificios de apartamentos sin patio, y los animales se utilizan también para entretenimiento adulto y apoyo emocional. Por eso, mucha gente ha desarrollado una nueva sensibilidad hacia ellos. Son como familiares, incluso hay personas que duermen con ellos en la misma cama.
Pero un animal no es exactamente un ser humano. Ilustro este planteamiento con ejemplos para lograr la mayor claridad y evitar malinterpretaciones.
Si una persona tiene un hijo de seis meses, un año, cuatro o seis años, difícilmente lo deje solo en su casa el día entero mientras va a trabajar o de paseo. A un perro lo dejan encerrado. ¿Por qué? Piense usted en la explicación de la diferencia. También sería difícil que a una niña la dejen sin bañar dos semanas como es común ocurra con un perro que apesta un edificio. Y mucho más difícil es encontrar que saquen niños a la calle a hacer pipí y pupú mientras caminan (con o sin funda plástica en la mano). Cuando son muy pequeños le ponen pamper o pañal.