Qué debe tener la propuesta de moneda común “sur” para ser viable
William Serafino
La propuesta de una moneda común latinoamericana, en principio denominada «Sur», presentada oficialmente en el contexto de la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), ha venido monopolizando la conversación pública en la región, ahora cuando el horizonte de un nuevo impulso por la integración vuelve a abrirse con el regreso de Brasil a la arena geopolítica.
RETORNO A LA IDEA ORIGINAL
Principalmente empujada por Lula desde finales del año pasado, «Sur» es un flashback de la iniciativa del Sistema Unitario de Compensación Regional (SUCRE) apuntalada por el presidente Hugo Chávez desde el año 2007, cuyo primer uso para una transacción comercial ocurrió en 2010 entre Venezuela y Cuba en una operación de compra-venta de alimentos, tras entrar en funcionamiento en 2009 dentro de los países miembros del ALBA.
El mecanismo de integración monetaria, que había iniciado con buen pie a nivel técnico y con una amplia legitimación política en el continente, decayó progresivamente como resultado de la reconquista estadounidense que precipitó un giro regional hacia la derecha liberal-conservadora, proceso que coincidió con el fin del boom de las materias primas y el cortocircuito general que produjo sobre la estabilidad macroeconómica de las naciones latinoamericanas. Venezuela, atada históricamente a una matriz económica minero-exportadora, fue uno de los países más afectados, lo que influyó negativamemte en el desarrollo de la iniciativa.
«Sur» retoma la premisa original de esta idea de origen venezolano, con un cambio de orientación geopolítica: si SUCRE tenía al ALBA como primer eje geopolítico de realización, «Sur» está dirigido hacia Mercosur. No obstante, su premisa central de enarbolar una alternativa monetaria al dólar que dote de autonomía financiera a la región se mantiene y, en la actualidad, cobra una nueva noción de urgencia: la tendencia hacia la desdolarización ya es global, siendo su epicentro Eurasia, donde los mecanismos de intercambio comercial basados en monedas nacionales, instrumentos propios (el petroyuan, por ejemplo) y experimentos de integración bancaria avanzan a un ritmo acelerado.
El valor geopolítico de «Sur», aunque embrionario en su fase actual de planificación de cara a una implementación que tiene como centro el comercio bilateral entre Brasil y Argentina, yace justamente en esa lectura de actualidad donde el predominio del dólar muestra signos de debilidad, en medio de la configuración de una arquitectura financiera de nuevo tipo en la cual «Sur» podría engranarse en el mediano y largo plazo.
LA (GEO)POLÍTICA, EN PRIMER LUGAR
La idea, por la forma general y hasta abstracta en que fue presentada, ha supuesto un volcán de opiniones en múltiples direcciones, que van desde el pesimismo hasta el entusiasmo extremo, según el lugar de enunciación o los intereses en cuestión, como la visión catastrofista de la revista Forbes o la simpatía que ha generado en plutócratas globales del estilo de Elon Mosk.
Sin embargo, la realidad política siempre tiende hacia la escala de grises, y las declaraciones ofrecidas por los ministros del área económica, tanto de Argentina como de Brasil, han ido clarificando las premisas específicas de la propuesta.
Acorde a lo expresado por Sergio Massa, ministro de economía argentino, «Sur» no sustituiría ni al real brasileño ni al peso argentino, por lo que la idea se orienta, más bien, hacia la creación de una unidad monetaria común que estimule el comercio exterior binacional y posibilite un mecanismo de financiamiento autónomo del dólar. Así que, en las primeras de cambio, la equivalencia con el euro está descartada.
Si bien la voluntad de expandir el mecanismo a otros países de la región ha estado planteada desde el principio, hasta los momentos «Sur» es una propuesta de integración comercial y financiera entre Brasil y Argentina, países que acordarán las condiciones técnicas iniciales para su implementación y futuras incorporaciones. Para Brasil, el retorno a la arena geopolítica pasa por romper el aislamiento económico de la era Bolsonaro.
En ese sentido, «Sur» ofrece una herramienta para competir con fuerza por el mercado argentino, altamente disputado con China, permitiendo financiar sus exportaciones hacia un país, Argentina, cuyas reservas de divisas están agotadas por el problema de la deuda, y su moneda enfrenta un fuerte ciclo de devaluación, lo que implica una restricción del comercio.
En lo económico, las disparidades de reservas internacionales y tipo de cambio de ambos países pueden complicar la puesta en marcha de la moneda, en tanto el desequilibrio podría desincentivar a Brasil, quien tendría que poner su músculo financiero en la iniciativa y equilibrar la relación entre monedas nacionales para inyectarle estabilidad.
Pero más allá de las consideraciones técnicas y operativas, en el entendido de que esa evaluación, ahora mismo, es netamente especulativa en tanto no se han expuesto nuevos avances por parte de los equipos económicos de ambos países, el riesgo inmediato de «Sur» está en el plano político. Que Brasil y Argentina lleven la batuta presenta el peligro de que un cambio abrupto de gobierno en uno de los dos casos, por vías electorales o golpistas, estanquen la iniciativa.
La complicada situación económica en Argentina, el ascenso meteórico del libertariano Javier Milei en las encuestas y la «interna» en el Frente de Todos, son algunos de los elementos que dibujan un escenario de inestabilidad donde no hay claridad de si el peronismo sostendrá el poder. En Brasil, por otro lado, el partido de Bolsonaro (PL) tiene la bancada más grande en la Cámara de Diputados (96 escaños) y el Senado (14 curules), cuya influencia sobre el resto del bloque conservador pone a Lula en desventaja para viabilizar su agenda legislativa.
«Sur», tanto en Brasil y Argentina, tendría que discutirse en el Congreso, una situación que ya condiciona, de facto, su evolución y alcance. Por esta razón, que la iniciativa dependa del intrincado ritmo legislativo y electoral de ambos países requiere, a modo de blindaje geopolítico, que su diseño y planificación se acompañe por instancias superiores y otros países. Venezuela, vientre de la experiencia del SUCRE, puede aportar significativamente en este sentido.
La CELAC, y eventualmente UNASUR, una vez se reactive oficialmente, podrían tomar «Sur» como parte de su agenda programática para 2023, estableciendo mecanismos de consulta, cumbres específicas y una nueva arquitectura institucional que proteja geopolíticamente el mecanismo frente al clima de inestabilidad general.
De esta manera, la CELAC fortalecería la propuesta, usando su poder de convocatoria internacional para explorar, dentro de una agenda de trabajo continuo, vías de integración con el yuan digital y otras alternativas monetarias y financieras del eje euroasiático que han dado un salto cualitativo en lo que a multipolaridad económica se refiere durante los últimos años.
La construcción de condiciones geopolíticas idóneas para el desarrollo de «Sur», provistas por la CELAC y otros instrumentos de integración, representa el pilar básico para su desarrollo, ya que solo la actuación coordinada como bloque geopolítico facilitará que la propuesta adquiera la legitimidad pública y la proyección de poder necesaria para convertirse en la materialización financiera de una visión compartida de soberanía regional y autonomía en medio de la lucha global de poderes.
En resumen, su viabilidad depende más de la voluntad geopolítica que de los aspectos puramente técnicos.
LA MONEDA COMO CONJUNTO
Hasta ahora, los análisis generales en torno a la idea se circunscriben al ámbito monetario, dejando por fuera elementos conexos igualmente importantes y que, en definitiva, influirán en el alcance de la iniciativa. Esto también depende del nivel de autonomía que se busca alcanzar y la finalidad geopolítica detrás de la apuesta. Por eso es necesario que instituciones como la CELAC puedan involucrarse en la discusión y planificación para aumentar la fortaleza del proyecto, alcanzando un consenso más amplio.
En la búsqueda de ganar independencia frente al poder de arbitraje del dólar, «Sur» necesitaría de otros atributos más allá de su constitución como unidad de cuenta. Un análisis de BNamericas sobre el tema indica que, incluso, si lo que se persigue es un aumento del intercambio comercial entre Brasil y Argentina, una idea de moneda común no haría falta. Solo con ampliar las líneas de financiamiento para nutrir el comercio exterior a través de la banca tradicional brasileña sería suficiente.
Si la implementación de «Sur» se plantea como una alternativa a la arquitectura del dólar, entonces la propuesta debe, obligatoriamente, abordar la constitución de una estructura bancaria (que funcionaría como el ente emisor), en línea con lo que fue el Banco del Sur, fundado en el año 2007 por iniciativa de Venezuela. Reflotar esta instancia es solo cuestión de papeleo y voluntad, aprovechando el favorable cuadro regional.
Una estructura bancaria de capital compartido, con inyección de reservas de varios países, al mismo tiempo que estimularía el uso del mecanismo monetario y le daría estabilidad a su cotización, ofrecería líneas de financiamiento para fomentar el equilibrio macroeconómico de la región en medio de las tensiones comerciales e inflacionarias que ha traído consigo el conflicto armado que tiene lugar en Ucrania, nervio central de la disputa existencial entre unipolaridad y multipolaridad.
Una institución de este tipo, centrada en respaldar la moneda común, tiene como ventaja el posicionamiento de pasarelas de pago independientes para el intercambio comercial entre los países latinoamericanos. De esta forma, «Sur» podría prescindir, progresivamente, del uso del sistema SWIFT integrado a la banca tradicional y, en esa medida, se blindaría frente a su instrumentalización política por parte de Estados Unidos, como lo ha demostrado con la batería de sanciones contra Rusia.
La experiencia euroasiática (Rusia y China, principalmente) muestra que avanzar en esta dirección es posible. En consecuencia, el intercambio de conocimiento y de tecnologías con ambos países, usando con inteligencia la cada vez mayor preponderancia que tiene la orientación del comercio exterior del continente hacia la región asiática, traería como resultado una eficiencia en términos de tiempos de implementación y sus procesos. China con el sistema de pagos CIPS y Rusia con el MIR, los equivalentes euroasiáticos del SWIFT, marcan la brújula geoeconómica del «Sur» para configurarse como alternativa financiera al dólar. En este orden de ideas, las líneas estratégicas de cooperación de Venezuela con Rusia y China facilitarían las vías de implementación de estas plataformas para fortalecer la propuesta de moneda latinoamericana.
Así como la tendencia a la desdolarización viene adquiriendo un carácter mundial, la vocación de utilizar los sistemas de pago y las monedas como artefactos de guerra también están al alza por parte de las potencias occidentales, con Estados Unidos dirigiendo la sala de máquinas del bloque atlantista. Ambos procesos resumen la dinámica de desglobalización política y regionalización del comercio, las finanzas y las cadenas de suministro que van estructurando el nuevo orden geopolítico post-Ucrania, del cual América Latina es un área de disputa clave por sus enormes reservas de materias primas.
Esta contradicción sistémica está llevando a la economía mundial a una situación de estrés límite, caracterizada por el uso político del sistema financiero que orbita en torno al dólar y, en paralelo, la exploración de alternativas asentadas en una lógica de proximidad geográfica del relacionamiento económico, el mandato soberano sobre recursos estratégicos y modalidades independientes para su intercambio. Dicha contradicción tiene su punto clímax en Venezuela frente a la propuesta de moneda común: para que el país pueda integrarse efectivamente a ella en el corto y mediano plazo, su infraestructura debe ser geopolíticamente contundente para evadir el poder coactivo de las sanciones.
A modo de conclusión, si se desea que «Sur» se proyecte como el inicio de un cambio estratégico del horizonte financiero de la región, debe tomar en cuenta estos elementos y los avances que han venido marcando la pauta.