Rafael Tomás Fernández Domínguez: soldado de la libertad (2/3)
Por Farid Kury.
A la muerte del dictador Rafael Trujillo, el doctor Joaquín Balaguer era el presidente títere de la República. A raíz del triunfo de Fidel Castro en Cuba el 1 de enero de 1959, los Estados Unidos empezaron a ver con preocupación la dictadura de Trujillo, que habían prohijado y sostenido durante largos 29 años. A partir de ese momento la política exterior del presidente Dwight Eisenhower para América Latina, y concretamente para República Dominicana, se basó en impedir otra Cuba. Para ellos la dictadura de Trujillo, además de facilitar el surgimiento en RD de un régimen parecido al de Cuba, dificultaba la lucha contra Fidel Castro. Por tanto, había que destutanarlo, por las buenas o por las malas.
Conociendo lo que se fraguaba en su contra en Washington, donde todo se decidía, incluyendo la muerte de cualquier dictador, el Jefe, para calmar a los gringos, dispuso la renuncia a la Presidencia de su hermano Héctor Bienvenido Trujillo, Negro, y su lugar fue ocupado por el vicepresidente Balaguer, un hombre que venía sirviendo al régimen, con eficiencia y discreción, desde 1930. Aunque en algunos, como el siniestro Johnny Abbes generaba algunas suspicacias, el Jefe confiaba en él.
Conocedor como pocos de las interioridades del poder, el presidente Balaguer, rodeado de los Trujillo, pero sobre todo, de Ramfis, y de la viuda María Martínez, que no lo veía con agrado, actuaba como un malabarista para sobrevivir. Era visto, también, por la oposición como un conspicuo trujillista, por lo que decidió, con la bendición de los norteamericanos, presidir un Consejo de Estado de siete personas. Era un reconocimiento a lo volátil e incontrolable que se había tornado la situación.
Pero ninguna maniobra detenía las intensas protestas. La Unión Cívica y el 14 de Junio habían tomado las calles y no las iban a abandonar hasta no sacar del poder a quien despectivamente llamaban muñequito de papel. El martes 26 de enero, una manifestación alrededor del Parque Independencia desbordó la copa. Ese día, motivados por los oradores de la UCN y por unos ruidosos altoparlantes, los manifestantes pedían a gritos la renuncia de Balaguer, quien se encontraba en su despacho del Palacio Nacional y pudo escuchar el sonido de los altoparlantes.
En Balaguer se apoderó la idea de que esa manifestación debía ser sofocada. Personalmente llamó al Secretario de las Fuerzas Armadas, Miguel Angel Rodríguez Echavarría, y le ordenó actuar. Manuel Antonio Cuervo Gómez, Teniente Coronel de 32 años, fue el escogido por Rodríguez Echavarría, para acallar la manifestación. Pero en la violenta acción cayeron asesinados cinco dominicanos.
La matanza causó una indignación general. Era difícil ya el sostenimiento del gobierno. Los propios miembros del Consejo de Estado solicitaron la renuncia de Balaguer. Entonces, Rodríguez Echavarría, temiendo ser destituido y apresado, decidió ejecutar un golpe de Estado y designar una Junta Cívico-Militar. Los miembros del Consejo de Estado, claro está, menos el doctor Balaguer, fueron llamados y apresados en la Base Aérea de San Isidro.
II
Enterado el Mayor Rafael Fernández Domínguez de los hechos decidió actuar. Su deber le indicaba que debía oponerse al golpe de Estado y reponer en sus puestos a los miembros del Consejo de Estado. Para entonces, Fernández Domínguez era ya un líder entre la oficialidad joven, que reconocían en él honestidad, arrojo e inteligencia. Se presentó donde el coronel Elías Wessin y Wessin y lo convenció de que debían derrocar la Junta Cívico-Militar que pretendía afianzarse. Wessin y Wessin era una pieza importante. Era Director del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas y disponía de cinco mil efectivos y de los mejores tanques. Su incorporación, por tanto, a la empresa propuesta por Fernández Domínguez era clave. Por fortuna, aunque Wessin y Wessin era de un rango superior, pudo convencerlo. Habían actuado juntos en otras circunstancias y se tenían mutuo afecto.
Acompañado del coronel Wessin y Wessin se presentó al Batallón Táctico de Antiguerrillas que dirigía su amigo, el capitán Rafael Quiroz Pérez. Le habló de lo que se proponían hacer y le pidió un fusil Fall y se lo entregó a Wessin. El capitán aceptó el plan, y de inmediato formó sus tropas y las puso a disposición de Fernández Domínguez.
Minutos después llegaron al Club de Oficiales de San Isidro. Allí estaban presos los miembros del Consejo de Estado. También estaba presente el Secretario de las Fuerzas Armadas, general Rodríguez Echavarría. Sin perder tiempo, y usando el factor sorpresa, Fernández Domínguez y Wessin y Wessin dispusieron su arresto. Quiso tímidamente resistir, pero la sorpresa había sido desconcertante. No pudo más que aceptar los hechos.
Mientras tanto, los concejales, encabezados por Rafael F. Bonelly, fueron liberados. El mayor Rafael Fernández Domínguez les pidió dirigirse al Palacio Nacional a reasumir sus cargos. Fuertemente escoltados, fueron llevados al Palacio, y por disposición de Fernández Domínguez, se tomaron medidas para aniquilar cualquier intento de desconocimiento del gobierno.
El contragolpe había funcionado a la perfección gracias al arrojo de Fernández Domínguez. El doctor Balaguer, reconociendo la consumación de los hechos, se asiló en la Nunciatura Apostólica, ubicada al lado de su residencia, y el vicepresidente Bonnelly presidió el nuevo Consejo de Estado. El héroe de aquella jornada, que en la fuerza de los hechos significó la salida del último presidente designado por Trujillo, había sido el mayor Fernández Domínguez. El propio Bonnelly, en el acto de reinstalación del gobierno efectuado en la tercera planta del Palacio, señalando a Fernández Domínguez dijo: «Ese es el héroe de esta noche». A lo cual éste contestó: «No hay héroes. Esto lo han hecho las Fuerzas Armadas por el bien de la Patria y del Pueblo».