Relato mata Dato: cuando la narrativa supera la evidencia
Por Leonardo Gil
En la era digital, donde los datos abundan y la información está a un clic de distancia, una paradoja se hace cada vez más evidente: no siempre gana el mejor argumento respaldado por cifras, sino la historia mejor contada. A este fenómeno se le ha denominado con fuerza en la comunicación política y mediática: “relato mata dato”.
Los datos son necesarios para comprender la realidad, pero rara vez movilizan por sí solos. Y nos preguntamos ¿Cuál es el poder del relato frente a la frialdad del dato? Como afirma el psicólogo Jerome Bruner, “los seres humanos organizamos nuestra experiencia y nuestra memoria principalmente en forma de narraciones” (Bruner, Actual Minds, Possible Worlds, 1986). Es decir, pensamos en historias, no en estadísticas.
Esto explica por qué un dato puede ser ignorado si no está enmarcado en un relato que lo haga significativo. Como señala Jonathan Haidt, “la razón es esclava de las emociones” (The Righteous Mind, 2012): los ciudadanos suelen decidir en función de la emoción que les produce un discurso, y solo después buscan datos que lo respalden.
En política, el relato moldea las percepciones, y este principio se ha convertido en un arma estratégica. George Lakoff advierte que “los hechos no cambian las mentes si no encajan en un marco narrativo previo” (Don’t Think of an Elephant!, 2004). Por eso, un mismo dato económico puede interpretarse como “crecimiento sólido” o como “concentración de riqueza”, según el relato que lo acompañe.
El politólogo Christian Salmon, autor de Storytelling: la máquina de fabricar historias, sostiene que vivimos en una época donde “el relato es más importante que el hecho; el relato crea realidad política”. De ahí que campañas electorales exitosas no necesariamente se apoyen en estadísticas exactas, sino en historias personales, metáforas y símbolos que conectan emocionalmente.
En las redes sociales, el fenómeno se intensifica y vamos cayendo en una especie de trampa de las masas digitales. Zygmunt Bauman advertía que la posverdad es hija de la sociedad líquida: “cuando la verdad se fragmenta en opiniones, el relato compartido se impone al dato verificado” (Retrotopía, 2017). Las plataformas digitales premian aquello que emociona y se viraliza, no necesariamente lo que informa con rigor.
Un ejemplo claro es la desinformación: estudios muestran que las noticias falsas se difunden más rápido que las verdaderas porque suelen estar construidas como relatos impactantes y simples (Vosoughi et al., Science, 2018).
Decir que “relato mata dato” no significa despreciar la verdad factual, sino reconocer que los datos por sí solos son insuficientes para convencer; los datos necesitan relatos. El desafío, especialmente en política y en la comunicación pública y de gobierno, es articular narrativas que partan de datos reales, pero que los conviertan en historias significativas para la ciudadanía.
En palabras de Aristóteles en su Retórica, “no basta con tener razón; hay que saber persuadir”. Hoy, esa persuasión pasa por comprender que los datos necesitan relato para tener vida.