SeNaSa no está en crisis. Es el espejo del modelo
Por Roberto Lafontaine
El 23 de junio, la Fuerza del Pueblo encendió la alarma: el Seguro Nacional de Salud (SeNaSa) —la ARS pública que garantiza cobertura a más del 70 % de la población dominicana— estaría atravesando una crisis financiera profunda, con una morosidad que ya supera el 44 % en pagos a prestadores, un déficit que ronda los RD$3,372 millones y una gobernanza debilitada por decisiones administrativas sin respaldo financiero. A la denuncia se sumaron prestadores privados, asociaciones profesionales, otros partidos opositores y una ciudadanía que percibe en carne viva los retrasos en autorizaciones, reembolsos y cobertura efectiva.
El gobierno, encabezado por el presidente Luis Abinader, respondió con negación y estrategia. Afirmó que SeNaSa no tiene déficit, que bastaría con un pequeño aporte adicional estatal —unos RD$68 por afiliado— y acusó a la oposición de querer “sacar del sistema” a los 2.5 millones de nuevos afiliados como forma encubierta de desmantelarlo. La conversación pública quedó atrapada entre dos posiciones: crisis o no crisis. Pero quizás la pregunta es otra: ¿de qué crisis hablamos? ¿Y a qué lógica responde este modelo que ahora se resquebraja?
Para entender lo que ocurre, hay que mirar atrás. La Ley 87-01, que creó el Sistema Dominicano de Seguridad Social, no surgió del vacío. Fue parte de un ciclo regional de reformas estructurales impulsadas en América Latina por organismos multilaterales como el Banco Mundial, el BID y USAID, bajo la promesa de “modernizar” los sistemas de salud. Lo que se instaló, en cambio, fue una plataforma tecnológica-financiera orientada a introducir al sector asegurador privado como actor central del sistema, desplazando progresivamente a la salud pública del rol de proveedor directo. La función estatal se replegó a un mínimo regulador: garantizar las funciones esenciales y vigilar el comportamiento del mercado de salud.
En ese nuevo marco, la lógica del cuidado fue sustituida por la lógica del riesgo. La cobertura pasó a ser un bien condicionado, ligado a la capacidad de contribución, y la planificación sanitaria quedó subordinada a los equilibrios financieros del sistema. El “aseguramiento universal” fue la etiqueta amable de un dispositivo funcional al capital financiero, no al derecho a la salud.
El caso de SeNaSa no escapa a esta lógica. La expansión acelerada del régimen subsidiado sin un correlato estructural de financiamiento, los retrasos en pagos a prestadores y la fragilidad operativa de la institución no son signos de colapso accidental, sino expresiones coherentes de un modelo cuyo propósito no es garantizar salud, sino garantizar balances. Por eso, el gobierno no habla de rediseño, sino de “aportes adicionales”. Y por eso, cuando la oposición denuncia crisis, el debate se limita a si el déficit es técnico o político, pero nadie cuestiona el dispositivo que genera el problema.
Lo paradójico es que mientras la ARS pública está en el centro de la polémica, las ARS privadas atraviesan problemas similares. ANDECLIP, a través de su presidente Rafael Mena, ha señalado que las clínicas reciben pagos con más de tres meses de retraso, que las tarifas están congeladas desde hace dos décadas, y que la inflación acumulada supera el 100 % sin que exista un mecanismo de indexación. En sus palabras: “El sistema está asfixiando a los prestadores”.
El déficit financiero no es exclusivo de SeNaSa: es un síntoma general de un sistema montado sobre la premisa de que la salud puede gestionarse como si fuera un banco. Y cuando tanto el componente público como el privado muestran signos de fatiga, lo que está fallando no es una entidad… sino la lógica que estructura el sistema.
Lo que hoy se presenta como una «crisis financiera» de SeNaSa puede ser, en realidad, una grieta reveladora. Una de esas fisuras por donde se escapa el discurso institucional y asoma el funcionamiento real del sistema.
Porque si el modelo muestra signos de fatiga tanto en el componente público como en el privado, si prestadores de todos los sectores hablan de morosidad, tarifas congeladas y falta de sostenibilidad, si los usuarios perciben retrasos, trabas y desprotección, quizás el problema no esté en los actores… sino en el guion que se les impuso desde hace más de dos décadas.
Un guion donde la salud se mide en retornos financieros y la cobertura se traduce en flujos de caja; donde la rectoría pública se limita a supervisar sin intervenir y la palabra “servicio” ha perdido todo su sentido humanista. Un guion que no fue escrito por médicos, pacientes ni comunidades, sino por planificadores de organismos financieros desde escritorios alejados de la realidad territorial.
Frente a eso, tal vez valga la pena dejar de mirar el síntoma como una anomalía, y empezar a leerlo como un espejo.
Después de todo, los sistemas —como los cuerpos— no colapsan de un día para otro. Primero dan señales. Y a veces, lo más lúcido no es ocultarlas… sino escucharlas.
El autor es miembro del Núcleo República Dominicana – GT Salud Internacional CLACSO, profesor universitario y exdirector de hospitales.