Siria un ex yihadista en la Casa Blanca
Roberto Iannuzzi.
Foto: El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo sirio, Ahmed al-Sharaa, en la Casa Blanca, 10 de noviembre de 2025 (Presidencia siria – Agencia Anadolu).
La incorporación de Damasco a la arquitectura de seguridad regional de Estados Unidos es una pieza fundamental de la nueva estrategia asiática de Trump, amenazada, sin embargo, por la fragilidad del país y las injerencias israelíes.
El pasado 10 de noviembre, el presidente estadounidense Donald Trump recibió en la Casa Blanca a un jefe de Estado sirio por primera vez en unos ochenta años.
El episodio es aún más notable si se tiene en cuenta que el actual presidente de Siria, Ahmed al-Sharaa (antes Abu Mohammed al-Julani), fue el líder histórico de Jabhat al-Nusra, la rama siria de Al Qaeda, y antes de eso, la mano derecha de Abu Bakr al-Baghdadi, el líder del ISIS (Estado Islámico).
¿Un nuevo aliado dócil?
Igualmente, notable es la transformación ideológica de al-Sharaa, quien, tras tomar el poder el pasado mes de diciembre, aparentemente ha abandonado su postura antiamericana para convertirse en un complaciente interlocutor de Estados Unidos.
A pesar de ello, su visita a Washington ha suscitado cierta incomodidad. El líder sirio, que hasta hace unos días tenía sobre su cabeza una recompensa estadounidense de 10 millones de dólares, no entró por la entrada del ala oeste de la Casa Blanca, como suele ocurrir con los dignatarios extranjeros, y la reunión con Trump se celebró a puerta cerrada.
Cabe destacar que, con motivo de la visita, Siria se ha adherido nominalmente a la Coalición Internacional contra el ISIS, que, con la entrada de Damasco, cuenta con 90 países.
En los últimos meses, los servicios de seguridad del nuevo Gobierno sirio habrían frustrado incluso dos atentados contra la vida de al-Sharaa perpetrados por el ISIS.
Otro aspecto en el que el presidente sirio se ha mostrado especialmente colaborador es el de la detención y deportación de los militantes palestinos presentes en territorio sirio, tal y como le había solicitado explícitamente Washington.
El objetivo principal de al-Sharaa era obtener a cambio la derogación de las sanciones que gravan la economía del país. Trump ha anunciado una suspensión prolongada de las mismas, pero para la abolición de las medidas más punitivas(contenidas en la Caesar Act de 2019) es necesario un voto del Congreso.
El hecho de que las sanciones solo estén suspendidas sigue desalentando las inversiones a largo plazo en Siria, obstaculizando la reconstrucción y constituyendo una espada de Damocles sobre el futuro del país.
Para relanzar la reconstrucción, el presidente sirio incluso se reunió con la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva.
Es bien sabido hasta qué punto las condiciones exigidas por el FMI (privatización de los servicios, venta de activos estatales, apertura del mercado a los productos extranjeros, recorte del gasto social) a cambio de sus préstamos han devastado en el pasado el tejido socioeconómico de otros países árabes.
Siria, cuyas infraestructuras ya han quedado completamente destruidas tras diez años de guerra civil alimentada por injerencias extranjeras (incluidas las occidentales), se postula como la última de la serie.
Otro tema central de la reunión fue la posibilidad de que la administración presione a las Fuerzas Democráticas Sirias lideradas por los kurdos para que acepten integrarse en el ejército regular de Damasco, como pidió abiertamente al-Sharaa.
Desde su punto de vista, esto es necesario para hacer realidad la visión de un Estado centralizado que pretende perseguir.
Una relación de larga data
La llegada a la Casa Blanca de un exyihadista podría parecer uno de los acontecimientos más sorprendentes de los últimos años.
Pero hay que recordar que, desde principios de 2012, la administración Obama envió armas y municiones a los rebeldes en Siria, entre los que se encontraban grupos yihadistas. El 12 de febrero de ese año, el entonces asesor de la secretaria de Estado Hillary Clinton, Jake Sullivan, escribió:
Al Qaeda está de nuestro lado en Siria. Por lo demás, las cosas han salido básicamente como se esperaba.
En 2013, Estados Unidos lanzó la operación “Timber Sycamore”, un programa secreto de la CIA para entrenar y armar a grupos rebeldes en Siria.
Definida por el New York Times como “uno de los programas encubiertos más caros de la historia de la CIA”, terminó una vez más apoyando a grupos islamistas y yihadistas, incluido Jabhat al-Nusra, la formación entonces liderada por al-Julani (alias al-Sharaa).
En su bastión de Idlib, al-Julani también recibió el apoyo de los servicios de inteligencia británicos. Tras derrocar el régimen de Bashar al-Assad junto con otros grupos rebeldes, con el apoyo decisivo de Turquía, al-Julani y su grupo llevaron a cabo una metamorfosis rápidamente respaldada por Occidente.
Ya en enero de 2025, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Asaad Hasan Al-Shaibani, fundador junto con al-Julani de Jabhat al-Nusra, fue invitado a Davos, Suiza, a la conferencia anual del Foro Económico Mundial, donde mantuvo una amable conversación con el ex primer ministro británico Tony Blair.
Gran Bretaña restableció las relaciones diplomáticas con Damasco el pasado mes de julio. Según el exjefe del MI6 (el servicio secreto extranjero de Londres), Sir Richard Moore, la operación se vio favorecida por el hecho de que los británicos habían establecido una relación con el grupo de al-Julani ya dos años antes de la caída de Assad.
En septiembre, el presidente al-Sharaa (que ya ha abandonado su nombre de guerra) habló ante la Asamblea General de la ONU y luego dialogó públicamente con el exgeneral estadounidense (y exdirector de la CIA) David Petraeus.
Durante la invasión estadounidense de Irak, Petraeus comandó las fuerzas estadounidenses que capturaron y encarcelaron a al-Sharaa entre 2006 y 2011 por luchar contra los invasores estadounidenses.
El proceso de normalización culminó con la visita de al-Sharaa a la Casa Blanca el pasado 10 de noviembre.
La incógnita israelí
La Administración Trump pretende anclar a Siria al renovado orden regional liderado por Israel y Estados Unidos. Durante décadas, Damasco ha sido un elemento clave del llamado “eje de la resistencia” proiraní.
Siria constituía el puente terrestre que permitía a Irán suministrar armas a Hezbolá en el Líbano. Integrar a Siria en la arquitectura de seguridad regional estadounidense representa, por tanto, un cambio de gran relevancia en el equilibrio regional.
Al-Sharaa, que proviene de una ideología suní marcada por el sectarismo, siempre ha considerado a Irán y a sus aliados chiítas como adversarios.
Según una declaración muy reciente publicada en X (Twitter) por Tom Barrack, enviado especial de Trump para Siria, al adherirse a la Coalición anti-ISIS, Damasco no solo se compromete a combatir al Estado Islámico, sino también a la Guardia Revolucionaria Iraní, Hamás, Hezbolá y“otras redes terroristas”.
Trump incluso intentó que la nueva Siria se adhiriera a los Acuerdos de Abraham, logrando así una normalización de las relaciones entre Damasco e Israel.
Sin embargo, el gobierno de Netanyahu se interpuso en el camino para alcanzar este objetivo. Como escribí recientemente,
En Siria, aunque el nuevo Gobierno de Damasco no ha realizado ningún acto hostil contra Israel, las fuerzas armadas israelíes han ocupado otras partes del Golán, han tomado el monte Hermón (la cima más alta del país), han bombardeado el aeropuerto de Damasco y muchos otros objetivos, y se han apoderado de recursos hídricos estratégicos.
Al-Sharaa ha señalado en repetidas ocasiones que no tiene ninguna intención de entrar en conflicto con Israel. Sus prioridades son la reconstrucción y las inversiones extranjeras, y parece dispuesto a adoptar la clásica táctica árabe de llegar a un acuerdo tácito con el Estado judío.
Pero las ambiciones israelíes constituyen ahora una amenaza para la integridad territorial de Siria.
El Gobierno de Netanyahu pretende crearun auténtico corredor de influencia israelí que se extienda desde los drusos del sur del país hasta los kurdos del noreste.
Israel ha impuesto a Damasco una zona desmilitarizada desde la capital hasta la frontera sur. Es una situación que, al menos de palabra, ni siquiera al-Sharaa puede aceptar si quiere mantener un mínimo de credibilidad ante su población.
Como declaró en una entrevista al Washington Post, el ejército israelí
ocupó los Altos del Golán para proteger a Israel y ahora está imponiendo condiciones en el sur de Siria para proteger los Altos del Golán. Dentro de unos años, tal vez ocupen el centro de Siria para proteger el sur. A este paso, llegarán hasta Múnich.
Por su parte, el presidente sirio podría estar dispuesto a conceder a Estados Unidos el uso de una base aérea cerca de Damasco. La Casa Blanca está tratando de mediar en un pacto de no agresión entre Siria e Israel y, también a través de una presencia cerca de la capital, podría desempeñar un papel de garante de este acuerdo.
Sin embargo, si se materializara un pacto de este tipo, contribuiría a consolidar la hegemonía israelo-estadounidense en el país.
Estados Unidos ya tiene un millar de soldados desplegados en suelo sirio, en parte en el noreste controlado por los kurdos y en parte en la base militar de Al Tanf, cerca de la frontera con Irak y Jordania.
Asociación turco-estadounidense para Asia
Cabe señalar, sin embargo, que el proyecto regional estadounidense no coincide plenamente con el israelí. Israel considera que cualquier Estado unitario y cohesionado en sus fronteras es una amenaza, por lo que apuesta por una Siria frágil y fragmentada.
Washington, por su parte, apuesta por una Siria unitaria porque esta es la visión compartida por sus aliados regionales —las monarquías del Golfo, por un lado, y Turquía, por otro—, que temen la desestabilización que se derivaría de la desintegración del país.
Ankara, en particular, ha apoyado el ascenso al poder de al-Sharaa y apuesta por una Siria integrada en su esfera de influencia, aunque sea en cohabitación con las monarquías del Golfo.
Turquía prefiere un Estado unitario en sus fronteras meridionales también para mantener a raya las reivindicaciones autonomistas kurdas y asegurarse un corredor económico hacia el Golfo. Estas aspiraciones la colocan en rumbo de colisión con Israel.
En este caso, Washington parece compartir la visión turca. Hay al menos dos elementosque lo confirman.
En primer lugar, el hecho de que Trump haya nombrado enviado especial para Siria a Tom Barrack, actual embajador estadounidense en Turquía.
No menos importante es que, con motivo de la visita de al-Sharaa a la Casa Blanca, también estuvo presente el ministro de Asuntos Exteriores turco, Hakan Fidan, que participó en parte de las conversaciones.
Hay una razón profunda por la que Washington se suma a la visión turca en Siria, aunque matizada por un pacto de no agresión entre Siria e Israel que la Administración Trump se está esforzando por negociar.
Esta razón consiste en que la Casa Blanca necesita a Turquía para su nueva estrategia asiática, que se extiende mucho más allá de Oriente Medio hasta llegar a Asia Central.
Esta estrategia pretende desafiar a Rusia a lo largo de su frontera sur, pero también contribuir a aislar a Irán y obstaculizar la penetración china en las repúblicas centroasiáticas.
En el Cáucaso, Washington está mediando en un acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán que, complementado con la puesta en marcha del corredor TRIPP(Trump Route of International Peace and Prosperity), pretende reducir drásticamente la influencia de Rusia e Irán en la región y romper el proyecto del Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur (INSTC), destinado a integrar las economías de Moscú y Teherán haciéndolas inmunes a las sanciones estadounidenses.
El TRIPP uniría Azerbaiyán con Turquía a través del sur de Armenia, facilitando la expansión de la influencia turca hacia Asia Central. El proyecto combinaría las ambiciones expansionistas de Estados Unidos y la OTAN en Asia con los sueños panturcos de Ankara hacia las repúblicas centroasiáticas.
También puede entenderse como un corredor para enviar combustibles fósiles y otros recursos desde los países centroasiáticos hacia Occidente a través del Caspio, dejando fuera una vez más a Rusia e Irán.
En el mismo marco se inscribe la reciente cumbre C5+1 entre Washington y las cinco repúblicas de Asia Central, con la que la Casa Blanca ha intentado acceder a las tierras raras, los minerales y las rutas comerciales de la región.
Para llevar a cabo esta estrategia tan ambiciosa como quizás quimérica, Estados Unidos necesita a Ankara.
Pero toda la construcción se basa en gran medida en la frágil pieza siria, donde las ambiciones hegemónicas de Israel, su rivalidad con Ankara y los graves problemas de cohesión interna del paísamenazan con comprometer el proyecto.
Traducción nuestra
*Roberto Iannuzzi es analista independiente especializado en Política Internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de la democracia, biopolítica y «pandemia new normal».
Fuente original: Intelligence for the people

