Sobre la situación en Ucrania
Enrico Tomaselli.
Foto: Tanques rusos en el campo de batalla. (Foto: Sputnik)
Porque una cosa está bastante clara: aunque la derrota en Ucrania se da ya por sentada y solo se intenta retrasarla y reducir su impacto, Occidente no ha abandonado en absoluto su política agresiva hacia la Federación Rusa, y esta no se limita a las políticas de rearme de la OTAN y Europa.
Según el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung, Kiev solo tiene dos opciones para impedir un avance ruso.
La primera es una retirada operativa significativa, lo que, sin embargo, requiere primero una decisión política —difícilmente esperable de Zelenski— y, sobre todo, una capacidad organizativa y logística considerable. Y, por supuesto, una línea fortificada para defenderse, significativamente retrasada con respecto a la línea de batalla actual.
La segunda, aún más radical, es un redespliegue completo más allá del Dniéper, en la orilla derecha del río, creando así una especie de frontera de facto entre lo que queda de Ucrania y los territorios bajo control ruso. Se trata, por supuesto, de una perspectiva occidental, aunque “racionalizadora”.
En primer lugar, hay que señalar que esta segunda opción no debe entenderse en sentido literal, sino que debe limitarse a la zona del Donbás. En la práctica, las fuerzas ucranianas tendrían que retirarse hacia el oeste, permaneciendo al otro lado del río en el tramo que va esencialmente desde Dnipro hasta Zaporizhia.
Se trata del brazo del río que desciende casi verticalmente de norte a sur, mientras que por encima del Dniéper se curva bruscamente hacia el noroeste, llegando hasta Kiev, y más allá de Zaporizhia gira hacia el suroeste, llegando hasta Jersón.
Para que se hagan una idea, entre el tramo Dniéper-Zaporizhia y la línea defensiva Sloviansk-Kramatorsk, que ahora se encuentra cerca de la línea de contacto, hay aproximadamente 180 km.
Una retirada de esta magnitud, incluso en mejores condiciones que las que encuentran actualmente las fuerzas armadas ucranianas, supondría arriesgarse a una masacre.
En ambos casos, la decisión política que necesariamente habría que tomar parece extremadamente improbable, ya que los patrocinadores occidentales necesitan ver la resistencia ucraniana para mantener el flujo de ayuda.
Desde una perspectiva estratégica, está claro que el redespliegue hacia el Dniéper, independientemente de los riesgos asociados a la maniobra, ofrecería algunas ventajas innegables.
En primer lugar, obviamente, aprovecharía la barrera natural que supone el río y acortaría el frente (y las limitaciones logísticas). También ofrecería la oportunidad de ejercer una mayor presión sobre Moscú para que detuviera su avance, tras haber logrado la liberación prácticamente total de las provincias reclamadas como parte de la Federación Rusa.
No obstante, los riesgos políticos y operativos son tan elevados que esta opción puede considerarse extremadamente improbable.
La opción de una retirada operativa limitada, aunque incompatible con la política adoptada por Zelensky y Syrsky, parece más plausible y se ve respaldada por el hecho de que las Fuerzas Armadas de Ucrania parecen estar preparando una línea de trincheras a unos 20 km al oeste de la línea de batalla.
Si Pokrovsk cayera en las próximas semanas y se flanqueara la zona fuertemente fortificada en torno a las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk, la retirada sería inevitable, aunque podemos suponer que las AFU lucharían palmo a palmo, aumentando considerablemente sus pérdidas.
Sea cual sea la decisión final de Kiev, el panorama general evolucionará en gran medida independientemente de lo que ocurra en las fronteras occidentales del Donbás.
Al noreste, las fuerzas ucranianas siguen ejerciendo presión para intentar penetrar en las provincias rusas de Kursk y Belgorod, a pesar de que la anterior ofensiva fracasó finalmente, aunque a un alto precio.
Por su parte, las fuerzas rusas siguen presionando en la región de Sumy, como parte del plan estratégico declarado por Putin para establecer una zona de amortiguación entre los territorios incorporados a la Federación Rusa y Ucrania.
Mientras tanto, en el sur no se han registrado movimientos significativos y, al menos por el momento, no parece haber presión para recuperar Jersón.
Si se analiza el panorama operativo, el elemento más significativo que se desprende es el declive paralelo de las capacidades de defensa antiaérea y antimisiles de Ucrania y la creciente capacidad ofensiva de Rusia.
Lo primero obviamente se debe al agotamiento de las municiones y a la progresiva destrucción de los sistemas de interceptación (radares y lanzadores), a lo que ni los arsenales ahora agotados ni la capacidad industrial occidental son capaces de responder adecuadamente.
El segundo es una consecuencia directa del constante crecimiento de la capacidad de producción de la industria de defensa rusa: los misiles (balísticos e hipersónicos), los cazabombarderos y, sobre todo, los drones se fabrican a un ritmo cada vez mayor, hasta tal punto que hoy en día cada ataque nocturno contra Ucrania cuenta con al menos 500-600 drones, además de una docena de misiles.
Esto, combinado con el abrumador poderío de la artillería rusa, hace que la tarea del ejército ucraniano sea extremadamente ardua.
A pesar de que la propaganda occidental sigue difundiendo cifras sobre las bajas de ambos bandos, está claro que el consumo de efectivos es demasiado elevado para Kiev, que ya sufre una escasez de sistemas de armas (además de los déficits mencionados en materia de defensa aérea, también empiezan a escasear los tanques y los vehículos blindados de transporte de tropas, aunque su despliegue, predominantemente defensivo, reduce en parte su necesidad).
En medio de todo esto, la cuestión de Odessa sigue abierta. No está claro si la ciudad, que sin embargo está siendo objeto de intensos bombardeos sobre su puerto, sus infraestructuras industriales y militares, y donde grupos de sabotaje locales están claramente activos, forma parte de los planes rusos.
Oficialmente, nunca se menciona, pero está claro que la posibilidad debe estar al menos sobre la mesa. La importancia estratégica de la ciudad es simplemente enorme.
No solo porque aislaría a Ucrania del mar Negro, protegiendo así Crimea, y acercaría las fuerzas rusas a Transnistria, otro punto potencial de crisis. Más importante aún, reforzaría la presencia de Moscú en el mar Negro, que la OTAN, a pesar de su derrota en Ucrania, no ha descartado en sus planes para rodear a Rusia.
Esto es aún más importante si se tiene en cuenta el compromiso de la Alianza Atlántica de convertir a Rumanía en un importante centro militar, y sus maniobras más al este, donde la presión sobre el acercamiento de Armenia y Azerbaiyán (a través de Turquía) al Atlántico occidental amenaza con empujar a la OTAN hasta las costas del mar Caspio, ampliando aún más su cinturón militar (y el acuerdo que parece estar a punto de cerrarse entre Ereván y Bakú sobre el corredor de Zangezur es un paso en esta dirección), en detrimento tanto de Moscú como de Teherán.
Porque una cosa está bastante clara: aunque la derrota en Ucrania se da ya por sentaday solo se intenta retrasarla y reducir su impacto, Occidente no ha abandonado en absoluto su política agresiva hacia la Federación Rusa, y esta no se limita a las políticas de rearme de la OTAN y Europa.
Es seguro suponer que tanto en Moscú como en Pekín y Teherán son conscientes de ello.
Lo que no está claro es si están dispuestos a aprovechar la ventaja militar de la que disfrutan actualmente, y en qué medida, no tanto para atacar directamente a su adversario, sino al menos para repeler de forma decisiva sus iniciativas más peligrosas.
Desde esta perspectiva, el destino de Odessa podría ser una buena prueba de fuego.
Traducción nuestra
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Fuente original: Enrico’s Substack