Tres 11 de septiembre entrelazados
Manolo Pichardo
Cada 11 de septiembre desde 2011, Lina, quien fuera asistente de Juan Santamaría durante algunos años, organiza junto a amigos, familiares, dirigentes del PLD y todo público interesado en los temas políticos, económicos e internacionales, un encuentro en el que expositores comparten con los asistentes ideas que fueron parte del repertorio intelectual del dirigente fundador de la organización creada por Juan Bosch.
Juan partió físicamente el 11 de septiembre de 2010 y en este cuarto aniversario a Inocencio García y a mí se nos pidió participar como ponentes. García habló sobre las relaciones dominico haitianas; yo tenía la responsabilidad de abordar el tema “El reordenamiento global”, pero se me ocurrió llamarlo “Tres 11 de septiembre entrelazados: el reordenamiento global”. La idea era partir de la fecha que nos arrancó al compañero Santamaría para llegar al 11 de septiembre en que fue derrocado Salvador Allende y terminar en el del 2001, día en que los atentados terroristas en territorio estadounidense, marcaron el cambio de una época.
La terea no me resultaba fácil, pues encontrar la relación entre la fecha del derrocamiento de Allende y la de los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, parecía una tarea alcanzable, pero buscar el hilo que conectara el 11 de Juan con los otros dos, lucía forzado. Pero no. Encontré la conexión que comenzó por el primero, cuando las fuerzas militares chilenas, bajo el liderazgo del general Augusto Pinochet, mediante un golpe de Estado sangriento, hicieron abortar el proyecto socialista concebido en el país con la democracia más antigua y madura de América Latina.
Fuerzas conservadoras orientadas desde el extranjero mantuvieron una conspiración constante contra el gobierno socialista, promoviendo protestas, desabastecimientos de productos básicos; agitando contra la administración allendista para crear las condiciones objetivas y subjetivas que llevaran al golpe y su justificación. Logrado el objetivo, que contó con las diestras manos de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, los conspiradores no tenían claro hacia dónde conducirían al país, pero un viejo convenio académico entre la Universidad Católica de Chile y la escuela de economía de la Universidad de Chicago, firmado en la década del 50, enrumbó al país por un camino que comenzó en poco tiempo a trillar el mundo.
El convenio estipulaba que 20 estudiantes chileno irían a Chicago. Para la década del 70 fue la última veintena; este grupo llegó al norte en momentos que Milton Friedman, profesor de aquella escuela, promovía ideas que para entonces eran revolucionarias. El profesor retomaba lo planteado por Adam Smith, en “La riqueza de las naciones” publicado en 1776 en la que plantea, según nos recuerda Loretta Napoleoni en su libro Maonomics, “que el mercado lo regula una mano invisible controlada por el instinto egoísta del individuo de maximizar sus beneficios con el mínimo riesgo”, y añade que “es un comportamiento racional totalmente conforme a la naturaleza humana”.
La camada instruida por Friedman querían darle un rumbo a la naciente dictadura. Estos jóvenes desesperados por llevar al terreno de los hechos las teorías económicas aprendidas en Chicago, trataron de convencer a los funcionarios del nuevo régimen de las bondades de las ideas que importaron, pero solo Pinochet podía autorizar la puesta en marcha de un programa orientado bajo las prédicas del profesor de Chicago, por lo que debieron convencer al dictador de recibirlo y, en efecto, fue recibido éste.
El profesor no necesitó emplearse a fondo para convencer a un dictador que apenas se alzaba con el poder, sin saber el tipo de nación que debía construir después de desmontar el proyecto de la Unidad Popular. Y le fue al grano. Sostuvo que “los mercados libres minarían la centralización de la política”. Los jóvenes egresados de las aulas de este maestro estadounidense de origen judío, habían logrado su objetivo, pues no solo vendieron su mensaje liberal al Jefe, sino que crearon toda una corriente que comenzó a dominar en los centros académicos y todos medios de difusión se pusieron al servicio de la causa, bajo el soporte de un régimen que torturaba, asesinaba y desaparecía a sus opositores.
Como se instruyeron en aquella escuela estadounidense, se les comenzó a llamar los Chicago Boys. Bajo la plataforma de la sangrienta dictadura, estos chicos impulsaron reformas económicas, que si bien generaron crecimiento, crearon una brecha infranqueable entre ricos y pobres que, a pesar de los esfuerzos hechos durante toda la reconstrucción de la democracia, siguen siendo visibles, pues el costo de la vida se cuadruplicó y el nivel de desempleo alcanzó el 30%. No era para menos, ya que entre las primeras medidas estuvo el despido del 30% de los empleados del gobierno y la reducción del gasto público.
El experimento económico liberal vendido a Pinochet, decidió además eliminar el sistema de ahorros y préstamos para vivienda y aumentar el Impuesto sobre el Valor Añadido, IVA, o como lo conocemos en República Dominicana, Impuesto sobre Transferencia de Bienes Industrializados y Servicios, ITBIS. Estas reformas explican el crecimiento: se logró a costa del empobrecimiento de las grandes mayorías, que además perdieron su libertad y tranquilidad; el poder de asociación y hasta de diversión.
El “éxito” económico alcanzado como resultado de este laboratorio surgido a raíz del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al gobierno de Salvador Allende, inspiraron a Ronald Reagan y Margaret Thatcher para impulsar las reformas que Friedman y los Chicago Boys implementaron en el Chile de Augusto Pinochet, y, como jefes del mundo, proclamados como el binomio que dio el tiro de gracia a las llamadas democracias populares lideradas por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, pusieron al servicio del plan liberal global, todos los organismos financieros internacionales y toda suerte de instituciones que decidieran sumarse al desenfrenado carro del mercado.
La estructura pentagonista, liderada por las fuerzas militares y la industria de la guerra, además de científicos, académicos, escritores, periodistas, grandes cadenas de televisión y periódicos, tal como la definía Juan Bosch en su tesis “El Pentagonismo sustituto del imperialismo”, reorientó su estrategia hacia la unipolaridad con la creación de una plataforma que quebrara el Estado/nacional para dar paso al mercado y su intrínseca voracidad por las ganancias que, sin regulación, y bajo la promesa de que tenía la capacidad natural de autocorregir las distorsiones que podrían crearse durante su no tan sigilosa penetración, terminaría enriqueciendo a pocos y empobreciendo a muchos como en efecto ha venido ocurriendo.
La pareja se adueñó del planeta, pero antes, y para llegar al nivel de liderazgo que alcanzaron, el laboratorio neoliberal chileno aportaba cifras de crecimiento y “desarrollo” que exhibía Occidente, mientras en los países de la órbita socialista se incubaba un desplome que no pudo detener la perestroika de Mijail Gorvachov, hasta que el derrumbe sorprendió al mundo para abrir todas las vías hacia el desconocimiento de las conquistas sociales y la brutal acometida del capitalismo salvaje que emprendió una cruzada para conquistar lo que sería la pequeñita aldea global, no solo imponiendo el avasallante modelo económico, sino una plataforma política sustentada en una moral con ropaje occidental.
Parejo a la consolidación del laboratorio creado a raíz del golpe del 11 de septiembre de 1973 que terminó con el proyecto de la Unidad Popular de Salvador Allende, se producían los cambios políticos que traerían el intento de reforma que el Partido Comunista Soviético intentaría producir para salvar un modelo que se venía consumiendo.
Mientras se incubaban estos acontecimientos que llevaron al apocalipsis soviético, los chinos emprendían, de la mano de Deng Xiaoping, reformas que se convirtieron en exitosísimas porque aprovecharon los errores del diseño neoliberal, ya que con la deslocalización y la apertura de la economía que les permitió construir lo que ellos llaman “económica socialista de mercado”, la que van administrando con cautela a pesar del inevitable desenlace trágico de la plaza Tiananmen, se convirtieron en la principal potencia económica del mundo en este 2014.
La emergencia de los países en vía de desarrollo rompió la breve unipolaridad, pues las leyes del marcado orientadas hacia la maximización de las ganancias se anclaron en la mano de obra parata, entonces tras el escenario comercial recompuesto, se amplificaron los errores de diseño de la nueva plataforma, que trajeron como consecuencia, daños estructurales que comenzaron a reflejarse en una indetenible pérdida de poder económico e influencia política, que quiso compensarse con el poderío militar acumulado durante los años de esplendor, de dominio compartido o reinado absoluto.
El síndrome de las potencias decadentes, luego de reconfigurado el cuadro geopolítico actual, comenzó a aparecer: las aventuras militares que procuran una reafirmación hegemónica. Lo malo de ello es que el frenesí bélico requiere alimentarse de dinero, y es precisamente la falta de éste que conduce a la orgía de fuego que busca la recuperación del terreno económico perdido, un círculo vicioso que marea hasta el desmayo, dejando a los líderes de estos poderosos países bailando en el delirio de una inercia que deja la embriaguez de una prepotencia que se concibe para toda la “eternitud”.
Es este el caso de EEUU. La labor de reingeniería económica de Reagan y Thatcher colocó a la política en segundo plano y a la gente en un tercero, mientras metía su brazo infernal en Medio Oriente en busca de petróleo y una occidentalización llamada a desaparecer culturas milenarias, para luego someter con métodos más sutiles a pueblos embutidos en sus arenas y mezquitas; en sus turbantes y los efluvios etéreos e interpretativos de los versos del Corán, lo que trajo como consecuencia un creciente odio hacia “el imperio del mal” que desembocó en una guerra declarada a Occidente, la que llevó a urdir los planes terroristas que tuvieron de blanco a las Torres Gemelas, al Pentágono y el intento fallido de ataque a la Casa Blanca, símbolos del poder económico, militar y político occidentales.
Esto ocurrió el 11 de septiembre de 2001 y, como hemos visto, la chispa que comenzó a desencadenar los acontecimientos económicos y políticos que desembocaron en estos hechos, prendió en Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973 con el derrocamiento de Allende, la instalación de la dictadura de Pinochet, la implementación de las ideas de Friedman asumidas por los Chicagos Boys y el fomento de ellas a nivel planetario, lo que trajo como consecuencia el reordenamiento económico global con más mercado, menos Estado, la profundización de las desigualdades y el desenfreno bélico.
El 11 de septiembre de Juan Santamaría, del 2010, se enlaza con aquellos porque cada año nos convocamos para conmemorar su partida, y en estos encuentros se hace inevitable recordar aquellos acontecimientos que marcaron de manera trágica al mundo y que sirvieron como puntos de inflexión para señalar el inicio de otras épocas.
Con esta reflexión terminó mi intervención, y algunos compañeros y compañeras me pidieron escribir sobre lo que había expuesto aquella noche; y este es el resultado de mi promesa.