Ulises Heureaux y Cesáreo Guillermo: el duelo de dos fieras.

Por Farid Kury.

Si hay uno a quien Ulises Heureaux, Lilís, le dio hasta con el cubo del agua ese fue a Cesáreo Guillermo. Hijo de Pedro Guillermo, fue presidente de la República tres veces, todas conseguidas, como se conseguía el poder entonces, con plomo. Cesáreo Guillermo era un militar y político baecista oriundo de Hato Mayor del Rey, provincia El Seybo, que poco a poco fue atraído al Partido Azul por el Arzobispo Fernando Arturo de Meriño. En el gobierno fue un presidente sin escrúpulos en el manejo de las finanzas públicas. El tesoro fue desfalcado para ser repartido entre él y sus seguidores, llegando al colmo de vender la memorable casa de don Diego Colón para comprarse una para él. De las recaudaciones aduanales, imprescindibles para el desenvolvimiento diario del gobierno, se apoderaba a la luz del día para jugar con ellos gallo y barajas, quedando los empleados públicos sin recibir su pago mensual. Nunca antes el país había conocido un presidente más desvergonzado.

Fue en El Porquero, Monte Plata, la primera vez que se enfrentaron Lilís y Cesáreo. Ambos eran hombres valientes y temibles. Pero Lilís era superior en táctica, astucia y arrojo, cualidades que pondría en práctica a la hora del enfrentamiento. Derrotado, Cesáreo Guillermo se refugió a bordo de un barco de guerra español el día 6 de diciembre de 1878 saliendo inmediatamente para el exilio. El prestigio de Lilís tras esa victoria alcanzó niveles de leyenda. Cesáreo jamás pudo volver al gobierno, aunque lo intentó un par de veces. Lilís estaba siempre presto para derrotarlo. Se enfrentaron por segunda vez en 1881 en El Cabao y allí de nuevo Lilís lo derrotó. Cesáreo salvó su vida de milagro, gracias a la velocidad de su caballo. Se escondió por un tiempo hasta que logró exiliarse en Haití.

Pero Cesáreo era un hombre que no cesaba en su afán por volver a la presidencia de la República. Se trataba de un hombre ambicioso, sin principios y dispuesto a ir a la montonera para lograr ese propósito que en él se convirtió en una obsesión. Volvió al país en el gobierno de Francisco Gregorio Billiní, y en ese gobierno tuvo protección y consideraciones y se le veía como un hombre cercano al poder. Pero cuando Billiní, huyéndole a las intensas intrigas palaciegas, renunció del gobierno, el hombre quedó completamente desprotegido, desguarecido, o como dicen, como perico en la estaca. Lo sustituyó Alejandro Woss y Gil un hombre de la absoluta confianza de Lilís, y como se preveía, este pasó a controlar los hilos del poder.

II

La obsesión de Cesáreo por volver al poder no calmaba su espíritu. Recurrió de nuevo a la conspiración, sin tomar en cuenta que su situación cada vez era más difícil. Detectada la conspiración, el presidente Woss y Gil envió los guardias para apresarlo. Cesáreo se encontraba en un hotel de la capital y allí llegaron para someterlo. Rodearon el hotel y le instaron a que se dejara de bellaquerías inútiles y que se entregara. Pero Cesáreo no era de los que se rendían en las horas críticas. Además, él más que nadie debía saber con toda certeza que si se entregaba no había manera de salvarlo del machete del Lilís que lo quería muerto. Así, lo que debía hacer era lo que había hecho siempre: huir. En la huida era diestro. En dos anteriores ocasiones se le había escapado a Lilís, y eso y no otra cosa haría ahora. No lo pensó dos veces, con un tiro certero apagó la luz y la emprendió a tiros contra la guardia, logrando en la oscuridad de la noche escapar de la trampa que se le estaba montando.

En su desesperada huida llega a Azua y allí se esconde entre las lomas. Pero su espíritu levantisco no se tranquiliza, está obsesionado con volver a la presidencia, y cree que puede agenciarse el apoyo de esa comarca y encabezar una exitosa rebelión contra el gobierno que lo lleve al palacio. Sueña con el poder y está dispuesto a morir por alcanzarlo. Es un hombre verdaderamente indomable, que no le teme al peligro ni al sable de Lilís. Una vez más está dispuesto a jugársela, por eso le dice a sus seguidores, que ya no eran tantos: «Presidente o gusano». Porque esta vez no quiere volver al exilio, mejor prefiere pegarse un tiro, antes de volver exiliado a Puerto Rico o Saint Thomas, dónde había ido las veces anteriores.

No pierde tiempo en empezar a buscar adeptos, y los consigue. La miseria en las que viven los campesinos los lleva a ver en cualquier intento de una revolución una posible manera de ascender social y económicamente. Era una manera de ir a la guerra pensando en un puesto en el gobierno o en conseguir prebendas políticas o económicas. Incluso se consigue el apoyo del gobernador de la comarca, aunque éste ante la inminencia de la derrota, lo deja solo y lo traiciona. La rebelión estalla oficialmente a principios de octubre de 1885.

III

El hombre indicado para enfrentarse a Guillermo no es sino Lilís, y el presidente de la República lo sabe bien. Ya lo había vencido en El Porquero, en la capital, y en El Cabao. La pesadilla de Cesáreo es Lilís. Al frente de un ejército es designado para sofocar esa rebelión, y al frente de ese ejército el moreno marcha gozoso y feliz, como quien presiente que una vez más se colmará de gloria al derrotar a Cesáreo y salvar así el gobierno de los azules, como lo había hecho en otras ocasiones. Sabe que él es la espada de los azules, pero cuando se trata de Cesáreo esa espada la enfila con más ánimo y brío. Entre Lilís y Cesáreo hay un odio que en algún momento tiene que ser resuelto en base a un enfrentamiento de vida o muerte. Y ese es el momento.

A Azua llega por mar el 11 de octubre y sin perder un segundo elabora su estrategia militar y ataca de manera violenta y concentrada las fuerzas de Guillermo, que de inmediato es desarticulada y todo el mundo huye en desbandada. Encabeza la huida el propio Cesáreo. Huye despavorido, como quien presiente su final, al frente de los pocos fieles que aún le quedan. Pocos quieren estar al lado de un hombre perseguido por la muerte. Huye sin descanso. En las huidas anteriores, la velocidad de su caballo lo salvaron, pero ésta vez, sus perseguidores no le dan tregua. Lilís en persona encabeza la persecución y se vale de confidentes y amigos, para rastrear los campos metro por metro, y lo hace como la fiera que persigue a su presa. Cesáreo sabe que no puede detenerse a descansar, sólo lo hace escasos minutos para saciar su sed en algún arroyito. Ya de sus pocos acompañantes sólo uno, un teniente, permanece a su lado. En la huida todos van abandonando la lucha diciendo que eso no va con ellos, que eso es entre Lilís y Cesáreo y que ellos no tienen velas en ese entierro. Estando desfallecido en la orilla de un arroyuelo, le pide a ese teniente que encuentre que comer porque ya no aguanta más hambre. El teniente no lo quiere dejar solo en tan malas condiciones. De aquel hombre, guapo y bigotú, no queda ni la sombra. Lo que queda es una piltrafa de hombre con los pies encendidos de las llagas que no le permiten caminar lejos. El teniente sale a buscar comida o lo que sea para calmar el hambre de su jefe, y en eso llegan los guardias. Eran como la dos de la tarde y Cesáreo los alcanza a ver. Sabe, en medio de su desmoralización, que la hora de partir del mundo de los vivos ha llegado. Tal vez pudiera hacer un último intento y seguir huyendo, aunque con las llagas que tiene en los pies es casi imposible. Pero en verdad ya está cansado de huir. El guerrero está vencido, moral y físicamente. El tres veces ex presidente de la República sabe que esos títulos de nada les valen para salvar el pellejo. Sabe que el moreno puertoplateño tiene los juegos pesados y que lo quiere muerto sin apelación. Lilís es un hombre que no conoce la indulgencia ni el perdón. El destino del hatomayorense está sellado: la muerte. Saca su revólver y se faja a tirarle a sus perseguidores, pero se cuida de dejar un último tiro para él. No puede darse el lujo de dejarse capturar por Lilís. Prefiere darse un tiro mortal que ser ejecutado por el hijo de Fefa. Así lo hizo. Apretó el gatillo y acabó con su vida y con su historia, un memorable ocho de noviembre de 1885.

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