Una sentencia no detiene la historia
La condena a Cristina Fernández de Kirchner no cierra una etapa: la inaugura. El intento de proscripción no es solo contra una persona, sino contra todo un proyecto político, económico y cultural que se atrevió a desafiar al poder real. Frente al avance del neocolonialismo liberal, el desafío es uno solo: unidad, organización y poder popular para construir el futuro. Porque cuando tocan a una, responden millones.
“Idiota, son las ideas.” Esa fue la respuesta —seca, certera— que alguna vez le dio la historia al poder cuando creyó que todo se resolvía encarcelando cuerpos, proscribiendo nombres, dictando sentencias. Pero también torturando, desapareciendo, persiguiendo, disciplinando con miedo y con muerte. Y no pudieron. No pudieron porque las ideas no sangran, no se quiebran, no se rinden. Los pueblos, cuando luchan por una causa justa, terminan imponiendo su memoria, su deseo de justicia y su derecho a vivir con dignidad.
La condena a Cristina Fernández de Kirchner no es solo un fallo judicial: es un acto político que pretende clausurar un proyecto de país. El lawfare no busca justicia, busca disciplinamiento. Persigue lo mismo que persiguieron las dictaduras: el aniquilamiento de lo popular, el castigo a quienes se atreven a soñar con una patria justa, libre y soberana.
Pero la historia no se detiene por una sentencia. Como dijo Cristina, el pueblo es como un río: no importa cuántos escollos le pongan, siempre encuentra la manera de volver a su cauce. Hoy nos quieren hacer creer que el futuro ya fue decidido por otros. Que no hay alternativa. Que el único camino es el sometimiento a un orden injusto, neocolonial, disfrazado de modernidad tecnológica. Lo llaman “mercado”, pero es tecno-feudalismo. Lo llaman “libertad”, pero es saqueo.
Por eso, más que nunca, necesitamos unidad. No una unidad superficial ni circunstancial, sino profunda, estratégica, con raíces en la historia y en el presente. Porque el enemigo no es Cristina ni quienes la defienden: el enemigo es un modelo que entrega recursos, derechos y futuro. Un modelo que quiere pueblos obedientes y juventudes resignadas.
A quienes tienen menos de 30 años les decimos: nadie les va a regalar nada. Lo que tienen lo ganaron generaciones que lucharon antes que ustedes. Y lo que vendrá dependerá de lo que estén dispuestos a construir hoy. El poder no se declama, se toma. Y se ejerce colectivamente, con convicciones, organización y coraje.
Podrán perseguir personas, pero nunca van a encarcelar al pueblo. Podrán dictar condenas, pero nunca van a inhabilitar un proyecto. Porque la historia no absuelve ni condena en tribunales: la historia camina en las calles con los pueblos. Y cuando un pueblo se pone de pie, ninguna Corte lo detiene.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse”.
Por José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudio de la Realidad Social y Política argentina, Arturo Sampay.
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