‘100 amores, 100 poemas y tú’: El lirismo quimérico de Nicolás Rodríguez Ramírez
Por Julio Cuevas
Encontramos un tono melancólico que induce al lector a sumergirse en sus intimidades, como quien se acoge al dolor provocado por el olvido y el abandono de la amada.
Leer a este sujeto-autor es adentrarse en una lírica quimérica profundamente individual. En este espacio, el acto de leer se convierte en un confesionario sentimentalista, donde la angustia, el amor y el desamor se instalan en la mirada de quien, desde una posición de enamorado, asume la postura de quien espera ser amado, envuelto en su propio sueño.
Desde este punto de partida, el amor intimista se dispersa, desde el compartir en lo privado, hasta el alcance celestial de quien, mirando al cielo, expone su adoración hacia la imagen del Ser celestial.
De ahí que lo lírico en esta obra sea también una manifestación hacia lo divino. Dios, como ente de la divinidad, se convierte en una imagen y símbolo para la expresión poética de este sujeto-autor.
100 amores, 100 poemas y tú de Nicolás Rodríguez Ramírez (Editorial Luz de Luna, 1ª edición, Santo Domingo, República Dominicana, 2024. 207 páginas).
A veces, el sujeto-autor, como creador, se enfrenta a limitaciones, ya sea por su profesión o por las funciones inmediatas que desempeña. Creo que esto es lo que ocurre con este sujeto-autor, quien, en su calidad de militar y poeta, procura ceñirse a sus compromisos funcionales, por ética y necesidad personal. Esto, sin duda, puede incidir en los alcances de su potencial creativo, pues, desde esa óptica, hay temas que le son intocables.
Volviendo al libro, encontramos un tono melancólico que induce al lector a sumergirse en sus intimidades, como quien se acoge al dolor provocado por el olvido y el abandono de la amada. Veamos:
Cuando / fue cuando amaneció / cuando desperté aquella mañana / después de una larga noche / de ensueños y promesas / Fue una agonía aquel despertar / porque el nacimiento del sol / despejó mis dudas / cuando descubrí que no estabas / y que la cama sin ti me cegó y el sol fue noche / Cuándo / no sé / pues a veces soñar trasciende / y entonces la realidad mata»
(Ver poema 8, La realidad, pág. 24, obra citada).
Aunque en el título de esta obra se habla de 100 (cien) poemas, la verdad es que, en realidad, son 101 poemas breves que, entre lo místico y la retama que nos deja el fervor de un amor que se extingue, nos llegan para recordarnos que incluso el amor lastima cuando no es correspondido.

Lo onírico, la angustia, lo celestial (Dios) y la amargura del abandono configuran la imagen de la quiebra espiritual que nos deja el desamor.
En este poemario destila la imagen de quien invoca a lo divino y, a su vez, se entrega al terreno de lo material o terrenal, desde la voz que implora ser correspondida, desde la nada.
Una línea de desolación atraviesa cada metáfora que sirve de plataforma para el decir poético que asume este espacio de enamorado. Este es un poemario que asume la amargura y la intimidad de quien edifica, en la mujer, el deseo carnal de sus entrañas.
Es la mujer, en esta obra, «ébano tallado por los dioses / una masa oscura de recias piernas / de perfecta fisonomía / de mágica arquitectura sus curvas / todo su ser».
(Ver poema 89, pág. 182, obra citada).

Entiendo que el discurso poético pudo haber sido más sublime y rítmico, haciendo uso de juegos con la palabra, porque no se trata solo de decir lo que siento o manifestar la percepción de lo que siento. También es necesario buscar una mayor ritmicidad en lo que se dice, sin necesariamente ceñirse de forma estricta a la rima.
Incluso la frustración del ser se presenta como otra vertiente temática en esta obra: el «ocaso» del otro o de la otra. En este caso, el propio sujeto-autor expone su supuesto «ocaso». Leemos el poema 91 y encontramos esa confesión. Veamos:
Eso / como una sombra encarnada en la tarvia / plasmada / letal / inerte / fría / vacía / así es mi vida / vaporosa / cruenta y vil / insoportablemente es».
(Ver pág. 186, obra citada).
Aquí está el confesionario de un sujeto-autor que se expone de manera abierta ante el mundo y deja aflorar su melancolía, su angustia, su ocaso, confesándolo sin ataduras. Esto nos permite asegurar que en este trabajo hay un sentimentalismo y angustia desatados, convertidos en desahogo desde un lirismo melancólico.
Al celebrar su ocaso, el sujeto-autor logra que el lector o la lectora también evoquen su propio pesar, su sentir…rumores del olvido.
Desde esta obra, percibimos y sentimos una poética que se instala en el vacío que deja el resentimiento del desamor, conduciendo a la amargura que emerge ante la partida de la amada y su daga de frustración y olvido, todo envuelto en un lirismo melancólico y quimérico.