2022… el año que marcó el fin de la hegemonía estadounidense
Editorial de Strategic Culture Foundation.
Ilustración: Liu Rui, China para Global Times.
El conflicto de Ucrania es una encrucijada. O emerge un mundo multipolar basado en el derecho internacional y las relaciones equitativas, como previeron las Naciones Unidas entre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, o el mundo está condenado a la conflagración a causa de la hegemonía imperialista de suma cero de Washington.
La guerra en Ucrania ha dominado el último año. Otras crisis mundiales, como el aumento de los costes de la energía y los alimentos, son daños colaterales del conflicto en Ucrania.
No se trata simplemente de un conflicto localizado en el centro de Europa, a las puertas de Rusia, en el que está implicado un régimen reaccionario antirruso en Kiev. El conflicto representa un enfrentamiento histórico entre Estados Unidos y sus aliados en la alianza militar de la OTAN que lidera, y Rusia. El enfrentamiento se ha hecho esperar.
No tenía por qué producirse de esta forma tan violenta y atroz.
Rusia llevaba mucho tiempo advirtiendo a Estados Unidos y a sus socios de la OTAN de que la expansión de la alianza hacia las fronteras rusas constituía una amenaza inaceptable para su seguridad estratégica. Las advertencias de Moscú fueron desoídas año tras año.
Hace casi un año, Rusia ofreció una última vía diplomática para evitar el conflicto apelando a un tratado de seguridad global, basado en el principio previamente aceptado de «seguridad indivisible». Esta iniciativa diplomática fue rechazada de plano por Washington y sus aliados europeos.
Moscú había advertido en repetidas ocasiones que no aceptaría una mayor militarización del régimen de Kiev, alentado por los neonazis. Había que poner fin a ocho años de guerra de baja intensidad contra la población rusoparlante del antiguo sureste de Ucrania. La militarización de Ucrania por parte de la OTAN y su pretendida adhesión a la alianza era la línea roja de Rusia. Fueron Estados Unidos y sus socios de la OTAN quienes decidieron cruzar esa línea. En ese caso, el Presidente ruso Vladimir Putin prometió tomar medidas técnico-militares. El resultado fue la derrota militar del régimen de Kiev que comenzó el 24 de febrero.
Lo que se ha producido es una cuasi-guerra entre la OTAN y Rusia. Ucrania ha sido inundada con arsenales de la OTAN. Se están perpetrando atentados en el interior de Rusia y los políticos y expertos occidentales hablan de forma imprudente y soez de asesinar a los dirigentes rusos e impulsar un cambio de régimen en Moscú.
Está claro que Ucrania era una oportunidad para dar rienda suelta a los planes imperiales de larga data de Estados Unidos de agredir a Rusia. La riqueza natural de Rusia es un codiciado premio para las ambiciones de hegemonía mundial de Washington. La guerra en Ucrania ha reportado ganancias parciales a Washington. Europa se ha subordinado más que nunca a la tutela estadounidense. La venta de gas y armas a Europa ha beneficiado a la tambaleante economía capitalista estadounidense. Se ha mantenido a los rusos fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes (los europeos) abajo, como previeron los fundadores de la OTAN poco después de la Segunda Guerra Mundial.
Las relaciones geopolíticas entre Estados Unidos/Occidente y la Unión Soviética/Rusia se han visto salpicadas durante mucho tiempo por episodios de distensión, como señaló el respetado académico Stephen F. Cohen en su último libro, ¿Guerra con Rusia?
En la década de 1930 se produjo una distensión después de que Estados Unidos accediera finalmente a reconocer la soberanía de la Unión Soviética. Esa distensión dio lugar a una conveniente alianza para derrotar a la Alemania nazi. Pero tan pronto como el Tercer Reich fue derrotado, Estados Unidos y su aliado británico pasaron rápidamente a una nueva era de hostilidad conocida como la Guerra Fría.
La distensión se reanudó de nuevo durante la presidencia de John F. Kennedy en la década de 1960, debido al temor a la destrucción mutua asegurada de una guerra nuclear. En las décadas siguientes se negociaron varios tratados históricos de control de armamento.
Sin embargo, tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos adoptó rápidamente una nueva actitud imperial y de desprecio hacia la Federación Rusa. Se impuso la arrogante noción de superpotencia única y dominio de espectro completo.
A pesar de las promesas anteriores, Estados Unidos y su vehículo de la OTAN para el poder militar estadounidense invadieron implacablemente las fronteras de Rusia, duplicando con creces su número de miembros en un periodo de 30 años. Los simulacros de guerra dirigidos contra Rusia y las nuevas instalaciones de misiles en toda Europa, la ruptura de los tratados de control de armamentos y el reclutamiento deliberado de antiguas repúblicas soviéticas eran señales de una cosa: Rusia iba a ser conquistada de una forma que la Alemania nazi no pudo lograr en décadas anteriores.
El patrón intermitente de distensión de Estados Unidos hacia Moscú siempre ha sido un cínico juego de conveniencia. Tras el supuesto final de la Guerra Fría, Washington adoptó la visión sistémica de que Rusia ya no era una potencia a la que hubiera que respetar. Era un objetivo a subyugar.
Pero había un problema. Rusia se negaba a doblegarse. Moscú ha hecho valer sus intereses estratégicos de seguridad y se ha negado a ceder ante las ambiciones estadounidenses. La intervención militar de Rusia a finales de 2015 para defender a su aliado sirio de una guerra de cambio de régimen liderada por Estados Unidos que utilizaba apoderados terroristas fue una audaz demostración.
Hubo un tiempo en que Moscú buscó seriamente la diplomacia para resolver las hostilidades. Pero ahora nos damos cuenta de que las ambiciones de Washington de dominar el mundo son implacables e insaciables. A Washington y a los vanidosos medios de comunicación estadounidenses se les da bien el narcisismo y las pretensiones de virtud. Cuando hablan de un «orden mundial basado en normas», en realidad se refieren al dominio total bajo la hegemonía estadounidense, siempre presumida de benigna.
El resultado es que o eres un vasallo al servicio de los intereses imperiales estadounidenses o un enemigo al que hay que agredir y, en última instancia, destruir.
La insistencia de Rusia en defender sus intereses estratégicos ha puesto al descubierto la fea cara del poder estadounidense bajo la máscara de la genialidad. No es sólo el final de un año, es el final de un siglo de presunta fanfarronería imperial estadounidense. Las pretensiones del farisaico poderío estadounidense han quedado al descubierto. La exigencia de Washington al resto del mundo es la subyugación. Siempre ha sido así, pero de forma latente.
La naturaleza nefasta del poder estadounidense se ve ahora claramente en su brutalidad desnuda de las relaciones cada vez más maníacas con Rusia y China.
La línea en la arena de Rusia sobre Ucrania ha expuesto la violencia que sustenta el poder estadounidense. Ese poder es insostenible e inaceptable en un mundo supuestamente basado en la Carta de las Naciones Unidas. El conflicto de Ucrania es una encrucijada. O emerge un mundo multipolar basado en el derecho internacional y las relaciones equitativas, como previeron las Naciones Unidas entre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, o el mundo está condenado a la conflagración a causa de la hegemonía imperialista de suma cero de Washington.
Rusia, China y un número creciente de naciones reclaman un mundo multipolar de relaciones paritarias basadas en el derecho internacional. Estados Unidos está más expuesto que nunca como la potencia supremacía que alberga nociones delirantes de prerrogativas excepcionales. En las condiciones políticas actuales, Estados Unidos es incapaz de respetar un mundo multipolar y no está dispuesto a hacerlo. Ese mundo de relaciones pacíficas es fundamentalmente anatema para Washington. De ahí que su historial belicista sea incomparable con el de cualquier otra nación de la historia.
La postura de Rusia en Ucrania ha puesto en evidencia al belicista mundial.Y esa postura desafiante está marcando el fin de la presunta hegemonía estadounidense.
Traducción nuestra
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Fuente: Strategic Culture Foundation