La traición de los compadres
Luis Córdova
Y pensar que hasta ayer tenían sentido tantas cosas. No me refiero a los sacramentos, solo en lo necesario hemos sido católicos y, aunque los dos creemos en Dios, también nos hemos sentamos juntos en la mesa del diablo.
Compadres. Aliados. Hermanos. Cómplices.
Tú y los otros compadres que también me traicionan, recordaran los tiempos en los que ganábamos batallas, tantas que ya la memoria no alcanza a enumerarlas. También fuimos comandantes de derrotas y supimos salvar la gloria, vivir de lauros pasados aún fuera adversa la suerte del presente.
Pero ahora no te reconozco. O quizás sí, y este sea tu verdadero rostro.
Verte llegar es verte mentir, compadre. Afuera esperan para aclamarte las mismas hordas que desean devorarme.
Pero permaneces a mi lado, con la cara triste y el corazón feliz. Te conozco. Te comprendo. No hay justos, ni vencedores, ni habrá vencidos y a nadie le será dado el laurel, ni tampoco arrebatarán la palma.
También por tus venas corre el veneno letal al que hasta ayer fui inmune. Aunque no lo creas, morirás por la misma causa como los demás compadres.
Un hálito alcanza para reclamar algo en nombre de la vieja y perdida hermandad: debiste respetar el duelo de los míos, ir a otro lugar a celebrar con los tuyos mi muerte. Pues puede que el muerto, como en las leyendas campesinas, se venga a saber quién es, a la hora del entierro.