Robo de agua: la guerra encubierta de Israel contra Siria, Líbano y Jordania
Mohamad Hasan Sweidan.
ILustración: The Cradle
Aprovechando el caos que siguió a la caída de Damasco, la toma por Israel de la presa siria de Al-Mantara pone de manifiesto la antigua estrategia sionista para asegurarse el dominio del agua en la región, exacerbando las tensiones en un Asia Occidental ya reseca.
A principios de enero, menos de un mes después de que las fuerzas rebeldes tomaran Damasco y derrocaran al gobierno sirio, las fuerzas de ocupación israelíeslanzaron un avance sin oposición que se extendió hasta las inmediaciones de la presa de Al-Mantara -fuente crítica de agua para Deraa y la mayor presa de la región-, situada en la campiña occidental de Quneitra.
Los informes indican que los tanques y las tropas israelíes establecieron puestos militares avanzados, erigieron montículos de tierra e impusieron estrictas restricciones a la circulación local, permitiendo el acceso sólo durante horas específicas y predeterminadas.
Geopolítica del agua
Los recursos naturales siempre han desempeñado un papel fundamental en la configuración de la geopolítica y, entre ellos, las fuentes de agua dulce han sido objeto de una creciente disputa.
Mientras que el petróleo y el gas dominan los titulares mundiales, el papel indispensable del agua en la agricultura, la industria y la vida cotidiana la convierte en un factor igualmente crítico para la estabilidad mundial.
A medida que los recursos de agua dulce se hacen más escasos, aumenta el riesgo de conflictos por este preciado recurso, amenazando el desarrollo económico y la estabilidad social.
Históricamente, las naciones han rivalizado por el control de territorios ricos en agua para asegurar rutas comerciales, forjar alianzas e impulsar avances tecnológicos. Las antiguas civilizaciones de la Cuna de la Civilización, como los sumerios y los babilonios, florecieron aprovechando los ríos Tigris y Éufrates. Por el contrario, las regiones pobres en recursos a menudo se quedaron rezagadas en su desarrollo, lo que limitó su progreso político y tecnológico.
Hoy en día, la escasez de agua sigue condicionando las estrategias políticas regionales.
Un ejemplo notable es la cuenca del Nilo, donde Egipto, Sudán y Etiopía mantienen una disputa en torno a la presa del Gran Renacimiento Etíope (GERD).
Este proyecto, la mayor iniciativa hidroeléctrica de África, ha aumentado las tensiones diplomáticas con Egipto, que depende del Nilo para el 90% de su agua dulce.
La región de Asia Occidental y Norte de África (WANA) se enfrenta a una escasez de agua sin parangón, con el 83% de su población sometida a un estrés hídrico extremo. Según el Instituto de Recursos Mundiales, 12 de los 17 países con mayor escasez de agua del mundo se encuentran en esta región, y Qatar, Israel y Líbano ocupan los tres primeros puestos.
Además, cerca del 40% de la población mundial depende de ríos que cruzan fronteras internacionales, lo que convierte la gestión de las aguas transfronterizas en un reto geopolítico crítico. La reciente incursión israelí en la presa de Al-Mantara ilustra crudamente esta realidad.
Se prevé que la demanda mundial de agua aumente entre un 20% y un 25% de aquí a 2050, lo que ejercerá una enorme presión sobre regiones como WANA. A mediados de siglo, el 100% de la población de la región podría sufrir un estrés hídrico extremo, lo que desestabilizaría aún más las relaciones políticas y aumentaría el riesgo de conflictos interestatales por los recursos hídricos compartidos.
Tales tensiones ya son evidentes en Israel y Siria, donde el control sobre fuentes vitales de agua se ha convertido en un punto crítico de conflicto.
Las realidades y ambiciones hídricas de Israel
El clima árido de Palestina y sus limitados recursos hídricos naturales han condicionado durante mucho tiempo el planteamiento de la gestión del agua del Estado ocupante, ya que los desiertos constituyen más de la mitad de su territorio.
Las principales fuentes de agua dulce del país son el mar de Galilea, el río Jordán y los acuíferos de la costa y las montañas.
Sin embargo, los avances tecnológicos en desalinización y reutilización de aguas residuales han ayudado a Israel a reducir su dependencia de las fuentes naturales de agua. En 2018, Israel reutilizaba el 87% de sus aguas residuales tratadas, principalmente con fines agrícolas.
Sin embargo, estas innovaciones vienen con limitaciones. La desalinización y el tratamiento de aguas residuales son costosos y no pueden compensar por completo los efectos del cambio climático.
El aumento de las temperaturas, el descenso de las precipitaciones y la disminución de las tasas de recarga de los acuíferos están agravando la escasez de agua en Israel, al igual que el descenso de los niveles de agua y el aumento de la salinidad del lago Kinneret y la mayor desertización del sur del país.
Para hacer frente a estos desafíos, Israel ha trabajado en la recolección y el tratamiento de alrededor del 94% de las aguas residuales, el 87% de las cuales se reutiliza, principalmente para la agricultura. En general, entre 2000 y 2018, la parte de las extracciones de agua dulce correspondiente a la agricultura se redujo del 64 al 35 por ciento de las extracciones totales de agua.
Estos desafíos han obligado a Israel a recurrir a fuentes regionales de agua, como el río Yarmouk en Jordania y el río Litani en el Líbano, para complementar sus necesidades.
El agua ha sido una piedra angular de la estrategia de Israel desde los primeros días del movimiento ideológico sionista. Desde la fundación del Estado a través de guerras, ocupaciones y negociaciones con los Estados árabes vecinos, el acceso al agua ha sido una prioridad estratégica para Israel. Esta estrategia giraba en torno a maximizar el uso del agua dentro y fuera de sus fronteras, incluso a expensas de la seguridad hídrica de los países vecinos.
Los primeros líderes sionistas, como Chaim Weizmann, destacaron la importancia del agua de zonas como el Monte Hermón, recientemente ocupado en Siria, y el río Litani, en el Líbano, para el regadío y el desarrollo económico.
El fundador del sionismo moderno, Theodor Herzl, insistió desde el principio en la necesidad de que el Estado judío incluyera el sur del Líbano, en parte por su contención de fuentes de agua vitales.
El movimiento sionista ejerció una enorme presión durante la conferencia de paz de 1919 en París, tratando de anexionar a Palestina las fuentes del río Jordán, el río Litani y la llanura de Hauran en Siria. Sin embargo, estas demandas fueron rechazadas por la parte francesa, que tenía el mandato sobre Siria y Líbano en virtud del Acuerdo Sykes-Picot de 1916.
En 1941, David Ben-Gurion, que más tarde se convertiría en el primer primer ministro de Israel, reveló claramente que el futuro Estado israelí codiciaba el río Litani, diciendo:
Debemos recordar que el río Litani debe estar dentro de las fronteras del Estado judío para garantizar su viabilidad.
Después de 1948, Israel nacionalizó sus recursos hídricos y puso en marcha ambiciosos proyectos, como el Transporte Nacional de Agua, para transportar agua del norte al árido sur.
Los estudios sobre el agua realizados en las décadas de 1930 y 1940 indican que el Proyecto Johnston de Israel de 1953 ignoró los límites políticos de los países de la cuenca del Jordán, al considerar el mar de Galilea un depósito natural de agua fluvial.
Tel Aviv ha planeado desviar el curso de las aguas del río Jordán en su beneficio, y de hecho ha empezado a ejecutar estos planes a través de la empresa israelí Mekorot desde 1953.
Estos esfuerzos consistieron en desviar las aguas del río Jordán y sus afluentes hacia el mar de Galilea, lo que provocó una disminución de los niveles de agua del mar Muerto y la reducción de sus áreas al secarse debido al desvío de los arroyos afluentes para usos de regadío y expansión agrícola.
Además, la elevada tasa de evaporación resultante de las altas temperaturas en la región del valle del Jordán contribuyó a acelerar el descenso del nivel del agua. A principios de la década de 1990, el nivel del agua del Mar Muerto había alcanzado menos de 410 metros por debajo del nivel del mar, lo que amenaza seriamente su existencia como recurso natural único.
La guerra de 1967 marcó un punto de inflexión, ya que Israel se hizo con el control de territorios ricos en agua como Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán. Estas zonas proporcionan ahora una parte importante del suministro de agua de Israel.
Sin embargo, este control se ha producido a expensas de los Estados vecinos y de los palestinos, que se enfrentan a graves restricciones en el acceso al agua. Por ejemplo, el consumo medio de agua per cápita de los palestinos es de sólo 20 metros cúbicos anuales, frente a los 60 metros cúbicos de Israel.
El gobierno israelí regula estrictamente el uso del agua por parte de los palestinos, prohibiendo la perforación de nuevos pozos e imponiendo multas por sobrepasar las cuotas, mientras que los asentamientos israelíes no se enfrentan a tales restricciones.
El resultado es una terrible desigualdad en el acceso al agua, ya que la agricultura palestina sigue siendo atrasada e ineficaz, mientras que los asentamientos judíos de los territorios palestinos disfrutan de modernos sistemas de riego.

La alarmante realidad del sur de Siria
La incursión de Israel en el sur de Siria pone de manifiesto sus continuas ambiciones hídricas. Los informes indican que Tel Aviv controla ahora el 40% de los recursos hídricos compartidos por Siria y Jordania. Tras la toma de la presa de Al-Wehda, en la cuenca del Yarmuk, en diciembre, las fuerzas israelíes avanzaron hacia la presa de Al-Mantara.
La cuenca del Yarmuk es una zona de importancia estratégica, que forma parte de la frontera natural entre Siria y Jordania. La principal fuente de agua de la cuenca, el río Yarmuk, sustenta las tierras agrícolas y suministra agua potable a las comunidades de las regiones sirias de Deraa y Suwayda, así como al norte de Jordania.
El río cubre una distancia de 57 kilómetros, 47 de los cuales están dentro del territorio sirio, mientras que el resto forma parte de la frontera sirio-jordana. En sus orillas, Siria ha construido varias presas, entre las que destaca la presa de Yarmouk, además de la mayor presa de Al-Wahda, con una capacidad de almacenamiento de 225 millones de metros cúbicos.
Estas presas se utilizan para regar vastas extensiones de tierras agrícolas, estimadas en unas 13.640 hectáreas, además de suministrar agua potable a los pueblos de los alrededores a través de grandes redes de bombeo como la “Línea Thawra”, que se extiende desde la cuenca hasta la ciudad de Deraa y su campiña, hasta la campiña de Suwayda.
Sin embargo, esta vía fluvial vital se ha convertido en una víctima de la estrategia más amplia de Tel Aviv para asegurarse el dominio del agua en la región.
A pesar de estos desafíos, las recientes acciones de Israel en el sur de Siria ejemplifican una estrategia coherente de hacer frente a su escasez de agua mediante la expansión regional. La agitación política en Siria proporcionó una apertura histórica para que el Estado ocupante avanzara en estas ambiciones.
En particular, los acontecimientos que se están produciendo en Asia Occidental no hacen sino demostrar que el principal elemento disuasorio contra la explotación de los recursos hídricos libaneses por parte de Israel ha sido siempre una resistencia eficaz.
Hasta los grandes reveses estratégicos sufridos por el Eje de la Resistencia, esta resistencia consiguió impedir que Israel repitiera sus ganancias territoriales de agua en la región.
Hoy, al hacerse con el control de infraestructuras hídricas críticas, las ambiciones de Israel suponen una amenaza directa para Siria, Jordania y Líbano.
Sin embargo, a medida que la región se enfrenta a crisis aceleradas, la gravedad de esta estrategia impulsada por el agua corre el riesgo de quedar eclipsada por preocupaciones geopolíticas más amplias. Cada vez es más evidente que la sed de recursos hídricos de Israel no tiene límites.