Sobre la cultura comunal que sustituirá al humanismo

El Cayapo. MISION VERDAD. Esta guerra intercapitalista muestra la desnudez y el carácter criminal de la cultura humanista. Desde sus aparatos de desinformación pueden argumentar en contra todo lo que sea, pero desde el siglo pasado ya ocurrieron dos grandes conflagraciones en Europa que produjeron una gran carnicería entre los trabajadores, al final de esas guerras los grandes ganadores no fueron los países sino el capital. Desde entonces muchas invasiones, demasiados etnocidios, todos en nombre de la democracia, la civilización, el desarrollo, el progreso, la libertad, la igualdad, la fraternidad de los pueblos. Rumas y rumas de mentiras, desde la guerra del opio en China pasando por la invasión a Corea, Nicaragua, Afganistán, Irak, Cuba, Libia, Somalia, Yemen, Serbia, Siria, Palestina, Haití, Venezuela, y el monstruoso crimen y saqueo contra África, por nombrar algunos casos de muchos otros, comprueban la sevicia criminal del capitalismo.

Pero la verdad es que hoy, la experiencia nos dice con los hechos que después de tantos crímenes, robos y saqueos, el único ganancioso sigue siendo el capitalismo, y nada hasta ahora indica que será distinto. Mientras la vida sufre las consecuencias de esas ganancias, al capitalismo le importa un carajo sacrificar a los rusos, a los ucranianos o venezolanos o colombianos, si eso les permite abultar sus ganancias y resolver su inmediato problema, es decir, gane quien gane, los perdedores seremos nosotros la especie empobrecida, y es en ese marco que hacemos la invitación a estas conversas, en el entendido de que la vida no se suicida.

En el año 2000, un grupo de personas alentadas con la palabra del Comandante Chávez de fundar un país, nos decidimos a compartir impresiones y después de interminables contradicciones resolvimos que debíamos comenzar por lo pequeño, no era posible un país con varas mágicas, con ideologías, sino entendiendo la realidad, ¿quiénes éramos, de dónde veníamos, qué territorio habitábamos, y cómo transformar nuestra realidad? Llegamos a la conclusión de que debíamos experimentar, porque la verdad era que no sabíamos nada de socialismo o comunismo o de cualquier otra cultura, por el simple hecho de no haber vivido con el cuerpo esas teorías.

La idea que hemos dado en llamar «la cultura comunal integral» no está masticada, no es una receta, son más interrogantes que certezas, inclusive, el método no está elaborado. Entendemos que no es una tarea sencilla, que hasta no se experimente es sólo una teoría, aun cuando con mucha ignorancia la hemos intentado experimentar.

Pensamos hablarla en el marco del proceso de reacomodo de la poderosa cultura humanística, compendio de todo el largo periplo que ha durado el ejercicio del poder como forma de subsistencia de las culturas surgidas del hambre, el miedo y la ignorancia. Buscamos en este hacer, sustituir la cultura humanista y con ella todo lo anteriormente ocurrido en el planeta.

Plantear la discusión de la cultura comunal como una opción puede parecer (como de hecho ha sucedido) ridículo, risible y fuera de lógica, pero no sólo eso, puede ser aún más descabellado, teniendo como parámetros los inmensos avances tecnológicos que ha creado la guerra. Al plantearlo como una conversa tenemos la certeza de que miles de opiniones se pueden expresar, unas serias, otras tal vez no, pero todas con cabida en este tiempo donde se está cuestionando el compendio cultural humanista. Estas conversas serán cuestionadas desde la encumbrada sabiduría representada en la academia, los intelectuales, los artistas, los políticos, los filósofos, pero desde ya les decimos a nuestros compañeros de especie: toda esta sabiduría, ciencia, sapiencia, cacumen, hasta ahora sólo ha servido para remachar nuestra esclavitud; dudar de ella para la solución de nuestro problema es un sano principio.

Cuando proponemos conversar estas ideas, lo hacemos convencidos de que antes muchas otras se han presentado, pero lo cierto es que ninguna ha dado en el clavo, ni las que desaparecieron por la fuerza de la evidencia de su no pertinencia, ni las que enfrentaron con todo su heroísmo, sacrificio y martirologio al capitalismo, y entendemos que no fue por falta de voluntad, inteligencia o audacia de los luchadores y pueblos que nos antecedieron, sino por las condiciones materiales filosóficas en las que se desenvolvieron.

Todos los intentos anteriores por sustituir al capitalismo, en nombre del proletariado, no pudieron dar respuestas a la creación de otra cultura por el simple hecho de que, en su tiempo, éstas discusiones no estaban a la orden del día, porque los dirigentes estaban convencidos de que podían manejar mejor el aparato de producción en nombre de darle de comer, casas, estudios a los pobres; no podían entender que los pobres no nacemos, se nos hace.

Este mito-leyenda inventado por los aparatos de propaganda del humanismo, que consiste en hablar del llamado fracaso del socialismo, del comunismo, se estrella contra los hechos. ¿Cómo puede fracasar lo que jamás ha existido?

Hoy de nuevo, millones de seres en el planeta buscan con afanoso entusiasmo la opción para vivir de otra manera, pero los cagones de siempre salen con el argumento de que Rusia, China, Albania, Cuba… lo que debemos decir de una vez por todas es que estas experimentaciones sociales, en las que se embarcaron estos pueblos y muchos otros, estaban signadas por el espejismo del progreso, del desarrollo; cayendo en la competencia con el mundo capitalista, manteniéndose en la órbita del mercado; pero otro dato no menos importante: nunca dejaron de ser asediados por el bloqueo, la guerra, el saboteo, infligido por el capitalismo.

No hubo tiempo, o tal vez la ideología del progreso no les permitió trabajar la creación de un nuevo modelo productivo que condujera a la eliminación de las instituciones creadas por el mundo del poder en toda su tragedia y la formación de una nueva manera de relaciones. Pero además, como ya dijimos, soportaron los bloqueos y las guerras más atroces que se les haya impuesto a pueblo alguno en el mundo. Hoy no nos dejaremos embaucar, hoy nos organizaremos de otra forma, no nos dejaremos atrapar por el temor de quienes dicen que el imperialismo nos puede invadir (y con este argumento no permitir la conversa sobre lo que ha de construirse entre todos, y reacomodar el viejo sistema de creencias). Como si los perros calientes ya no están en Pirital. ¿Qué nos van a quitar? ¿El petróleo? Como si ya no tuvieran cien años en eso.

Hoy, en el marco de este proceso, se nos hace posible pensarla en el sentido de que un solo sistema y cultura copó al planeta, poniendo en práctica todas las tecnologías, religiones, métodos de ciencia y modelos productivos. Todos con éxitos en sus distintos ámbitos, pero inútiles para comprender que el hambre no puede ser infinita en un planeta finito, que no es posible comernos a todo el planeta sin consecuencias como la desaparición de la especie.

La cultura comunal se debe sustentar en la biósfera (capa vegetal), no en la litósfera (subsuelo). Esta especie que somos no surgió de las profundidades, siempre habitó en la biósfera. La cultura por construir debe tomar en cuenta este hecho natural para constituirse conceptualmente, no debemos repetir o seguir los patrones del humanismo, que como cultura se vio obligada a vivir de la litósfera porque el hambre, el miedo y la ignorancia obligaron a los antiguos a los ataques y defensas, generando una experiencia cultural que ha obligado a pensar única y exclusivamente en los métodos de la guerra como mecanismo de solución a todo problema; no existe en el mundo nada que no se rija por la técnica y pensamiento guerrero, todos los idiomas conocidos y aún existentes en el mundo del mercado están llenos del verbo poderoso.

Esta idea debemos sostenerla en el entendido de que ella no es posible en el marco del humanismo, por cuanto dos culturas no pueden coincidir en un mismo territorio y tiempo sin que una someta a la otra, usándola como esclava o subsidiaria, por cuanto una cultura se desarrolla y constituye a partir de su modo de producción, y el modo de producción capitalista, sostén del humanismo, no es posible sin el sometimiento de toda otra cultura, de todo otro modo de producción.

Los venezolanos somos un pueblo con un Estado y una dirección favorable a la posibilidad de experimentar; no podemos darnos el lujo de esperar el absoluto deterioro del capitalismo para ponernos a pensar en la otra cultura, eso es irresponsable.

Las casas de la cultura comunal nunca acumularán odio o rabia, jamás se peleará por herencia, la propiedad será una entelequia porque el trabajo es por todos y para todos. La cultura comunal es para el agua y los vientos, para el fuego y la tierra, en fin, para la vida y por la vida. La cultura comunal es para que el trabajo no sea esclavo, para que el vestido y el calzado sean una fiesta en su hechura. En la cultura comunal, el hambre, el miedo y la ignorancia no tienen cabida como sí lo tienen en la cultura humanista.

 

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La cultura comunal debe tener una relación estrecha con la tierra (Foto: El Cayapo)

La cultura comunal debe entender la relación con la tierra de una manera distinta a como la entiende el humanismo, porque no somos dueños, hijos o hermanos; somos la naturaleza, una forma, partícula, especie, un cabello.

El humanismo entiende a la tierra en términos militares, como lo que se tiene inerte para ser usado, lo que se controla, lo que se somete y debe obedecer, lo que se domina, lo que se esclaviza y no tiene más valor que el de cambio. La asume como lo que se usa en función de la acumulación de la riqueza y se le diseña políticamente con ese objeto, es una mercancía más, un hecho económico, una pertenencia, un botín objeto del robo y el crimen tal y como ocurre hoy con todo el planeta. Es una decisión política. Para el humanismo, la tierra siempre ha sido una mina.

En la cultura humanista, el mayor terrateniente es el capitalismo y no concibe a la tierra como vida, productora de comida, por el contrario, le asigna el papel de la ociosidad, cuando no de mina, ve la tierra como necesaria para producir drogas, combustibles y forrajes que contribuyan al sostenimiento de la fábrica y los cuarteles… En el humanismo la tenencia de la tierra es una decisión política, que obliga a la eliminación cultural del ser y lo convierte en alienado, para ser usado por la fábrica, negándole la existencia y convirtiéndolo en pieza de la gran maquinaria capitalista mundial. Si la tierra se usara para producir la cultura necesaria, se crearían conocimientos que desnudarían la realidad del aparato de producción sustentado en la explotación, y éste tendría que desaparecer.

La cultura comunal no debe repartir ni distribuir riqueza, porque su objetivo no es producirla. No es cierto que al tener más riquezas seremos mejores o estaremos más cómodos, si no preguntémosle a los pobres de los países desarrollados o padres del humanismo, pero aún más, pregúntennos a nosotros los habitantes de los países mina de donde extraen las riquezas estos países. Por el contrario, el capitalismo nos ha mostrado hasta la saciedad que a más riqueza mayor miseria. Mientras más tengamos como cultura, más pobres seremos como gente, como vida.

La cultura comunal no es el humanismo, no se sostiene en las premisas del hambre, el miedo y la ignorancia; es el conocimiento y la planificación colectiva lo que nos sostendrá como gente. El pensamiento sustentado en las soluciones mágico-religiosas quedará como entelequia en los anaqueles que ordenen el relato de los hechos y no como en la historia que acumula relatos que justifican la existencia de la cultura poderosa.

En la cultura comunal la comida no existiría como mercancía, se vería como energía necesaria de los conuqueros para constituirse como creadores permanentes. En la cultura comunal la planificación y el conocimiento no serían producto de la prisa sino resultado de la trascendencia del ser, que se entiende como parte del colectivo y memoria colectiva, se asume en el todo, con todos, sin las odiosas separaciones conocidas en el marco de la cultura humanística.

La cultura comunal no salva ciudades, se traza en paralelo, como cultura de vida que no desecha, no trafica, no compite, no violenta con fábricas, edificios, estacionamientos, autopistas y calles infinitas de basura, drogas, zombis y desperdicio.

En la cultura comunal no tiene cabida la diplomacia (la palabra que miente) porque nadie tiene la necesidad de engañar a nadie, no tiene cabida la guerra porque no habrá necesidad de asesinar ni saquear, por el simple hecho de que ese crimen llamado propiedad privada se vuelve insostenible cuando todos trabajan para todos, cuando nos entendemos como seres culturalmente colectivos, y no individuos con aspiraciones de dominación.

La cultura comunal es un planteamiento desde y para la especie, quienes ahora la pensamos no debemos ambicionar vivir en ella, porque no es posible que los soñadores puedan vivir en su propio sueño, somos individuos queriendo aportar a la creación y experimentación de la cultura colectiva. Somos individuos, no sólo luchando para evitar que la burguesía se recomponga como clase absolutamente poderosa, sino también juntándonos para pensar, imaginando lo colectivo como dato cultural.

El pensar es un antídoto que nos mantiene vivos dentro del capitalismo, porque permite la posibilidad de lo otro. Mientras pensamos estamos fuera del capitalismo, cuando dejamos de pensar nos devolvemos a su rutina, a su costumbre, a su alienación; somos zombis consumiendo y deambulando sin rumbo fijo.

La experimentación permite que en la vida práctica se generen datos desde el hacer, datos que nos regulan y nos hacen conscientes, de que no debemos dañar o aprovechar al otro, ni endilgarle nuestro trabajo, hasta que se construya una ética que luego se convierta en un hecho automático, que sin pensar se reproduzca.

La cultura comunal no es solo un decreto, una ley que la declara, unos recursos, unas divisiones territoriales, una cantidad de gente por territorio, no, también es filosofía, método, plan, conocimiento, política; gente que necesita saber del territorio y su uso, sus recursos, que entienda que el territorio sea planificado por sectores dispuestos al diseño político del país, con una vanguardia dispuesta al riesgo del experimento.

Las personas que participen en el diseño deben estar imbuidas de un fuego, de una voluntad, de una radicalidad en el pensamiento, de una audacia en la acción, para poder superar los escollos y transmitir a las generaciones futuras el entusiasmo necesario para continuar la acción experimental y constructiva de otra cultura. Hablamos de gente que entienda su existencia como ser pensante y creador, fuera de la alienación del sistema que nos esclaviza.

Los líderes a cargo del Estado venezolano deben financiar el proceso de crear pensamiento, no de imitar, no de importar, sin esperar nada a cambio, como no sea el diseño de otra cultura. Hay que financiar desde la creación del pensamiento, planificación, diseño, experimentación y construcción, porque la cultura comunal no puede ser apéndice ni remedo del acomodo humanista, en función de mantener su aparato de guerra, el capitalismo.

Para ello la recuperación de ríos, selvas, humedales, montañas y valles es vital, es una tarea ineludible, porque para que exista otra cultura, la vida plena, debe ser puesta en primer plano de todo diseño político, eso implica crear condiciones materiales que permitan la habitabilidad de todas las especies, que el territorio no tenga dueño. Partiendo de la premisa de que el territorio no nos pertenece sino que somos parte del territorio.

 

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(Foto: El Cayapo)

Por ejemplo, Venezuela tiene un territorio de 91 millones de hectáreas en tierra firme sin contar los casi 500 mil kilómetros en aguas marinas que nos enseñó Chávez. De estas hectáreas sólo ocupamos un aproximado de 2 millones y medio de hectáreas, las restantes todas tienen dueños, ya sea el Estado o los particulares, de manera que se requiere una decisión política para llevar adelante un experimento y ver los resultados de la propuesta de crear una cultura comunal.

¿CÓMO SUSTITUIR LA CULTURA MINERA, EN UN TERRITORIO CON DUEÑOS?

Esta propuesta no beneficia a los dueños, a menos que se vuelvan locos y decidan abandonar esa propiedad; en el ámbito de los políticos, burócratas o funcionarios sucede lo mismo, por cuanto esta idea no les genera beneficios, porque la gente comenzará a entenderse como otra cultura.

Este plan debe ser atendido directamente por el Estado y el directorio en particular, porque con la burocracia y tecnocracia actual se nos hace cuesta arriba cualquier experimento, y mucho menos aquellos que le han de mover el piso a todo el andamiaje organizativo del capitalismo en el ámbito de la administración del Estado. Por lo tanto, se necesita que sea un experimento tal y como se aplicaron las Misiones, en paralelo.

Cuando ocurrió la revolución burguesa, aun en medio de sus miedos, los burgueses decidieron cortarle la cabeza al rey para que un baño de sangre los separara del pasado, lo que hizo Alejandro Magno al «quemar las naves». En el caso de la cultura comunal, sólo construyendo otro imaginario, otra manera de adquirir conocimiento y otra arquitectura en el modo de producción, se podrá desaparecer el mundo poderoso que hasta el momento nos hace esclavos. El sudor nos hizo esclavos por ignorancia y nos hará culturalmente comunales por conocimiento.

La cultura comunal no puede ser vista como un constructo político que continúa sirviéndole al capitalismo, la comuna no puede ser una urbanización, ni un barrio bonito, ni un centro de consumismo del capitalismo, ni un productor de mercancía humana para que se alimente el capitalismo, ni correaje político que sirve de conexión con la representatividad burguesa, ni puede ser ideología, ni propaganda, ni ensayos publicitarios. La comuna integral no puede ser la continuidad del humanismo, no es la salvación del capitalismo, debe entenderse como la creación de toda una especie que se descubre y se organiza ya no como una élite que gobierna y somete a la vida, sino como parte de un todo que es la vida transformándose en una constante dialéctica. Es a esta cultura del conocimiento colectivo de la existencia a la que debemos entregar todos los afectos.

La cultura comunal no es agricultura urbana, ni galpones hidropónicos, ni permacultura, ni agricultura ecológica, ni ecosocialismo, ni granjitas de vida feliz para alinear chacras y mantras de pequeños burgueses ilusionados con la magia que les ha vendido como droga el capitalismo. Tampoco es para satisfacer parcelas de vividores y estafadores de toda calaña, que en su audacia se valen de la ignorancia y el apuro espasmódico de políticos que no quieren pensar y se dejan chantajear por estos gremios vendedores de milagros.

La cultura comunal no es un abrevadero de gremios, en donde cada líder tendrá su parcela para vivir de sus congéneres, sean afro, mujeres, niños, obreros, indígenas, campesinos, pescadores, adultos mayores o cuanta gente diferente y diversa exista, no, la comuna integral debe ser una creación colectiva en donde las diferencias no nos dividen en gremios sino que por el contrario nos mancomuna en la tarea de hacer que la vida se mantenga plena en esa diversidad, sin dañar ninguna de sus partes por miedo, hambre o ignorancia.

La cultura comunal es otra cultura, la que sustituye al humanismo, la que se sostiene en lo colectivo como forma y contenido de lo productivo, la que genera otra forma de organizarnos. La comuna integral es también un hecho jurídico, pero más que un hecho jurídico político, es también un hecho filosófico, afectivo y artístico.

Así como la burguesía se constituyó desde el humanismo en un hecho cultural, trayendo como consecuencia vías de comunicación, aparatos de información, ejércitos, arquitectura, urbanizaciones, edificios, barrios, fábricas, facturó también consigo toda una manera de mirar el mundo, un imaginario, a través de los púlpitos, el teatro, la pintura, el cine, la radio, la prensa, la televisión, el Internet. La burguesía se mostró filosóficamente y mostró en físico un mundo, un imaginario y nos dijo «así es que es y así será para siempre». 

La cultura comunal debe revelar su propio imaginario, no se puede ser distinto si no cuestionamos con los hechos esta tragedia que es la cultura humanística, en medio de todas sus contradicciones; nosotros proponemos otro dato cultural y eso pasa por el abandono de todo el imaginario individualista y sus construcciones.

La cultura comunal no puede ser una continuidad de París, de los comuneros que se alzaron en tal época, o de las comunas norteamericanas, europeas o chinas, no, eso no tiene nada que ver con la comuna que estamos pensando en la actualidad. Estamos hablando radicalmente de otra cultura, no de repartición equitativa de riquezas, no de crecimiento económico, no de resolver problemas a los pobres, no de desarrollo de fuerzas productivas ni de crear el verdadero humanismo humano y profundamente cristiano, frustrado por el maluco capitalismo.

El planteamiento de crear otra cultura no puede nacer de la necesidad, esto ya ocurrió con el humanismo y sus resultados son desastrosos para la especie. Esta especie empobrecida que somos debe estudiar las causas de la tragedia que ha significado la cultura de la guerra, que tiene como máxima expresión al humanismo y su aparato de producción el capitalismo. Debemos analizar las causas de esta cultura, porque no podemos continuar tratando de solucionar sus consecuencias. La sustitución de la cultura guerrera debe ser radical. Crear otra cultura debe ser otro pensamiento, experimento, construcción.

Quienes imaginamos, soñamos y pensamos en sustituir al humanismo como cultura somos individuos luchando, no sólo para evitar que la burguesía se recomponga como clase absolutamente poderosa, sino también juntándonos para crear lo colectivo como dato cultural.

La otra conclusión es que la obstinación, la terquedad, el entusiasmo pueden más que las adversidades, y en este plan eso ha de ser una constante. Repetimos, este experimento lo iniciamos porque Chávez nos embulló y nosotros no tenemos otro referente ético, otra capacidad que públicamente se haya comprometido con nosotros y nos haya cumplido, de hecho no construyó un país como él lo soñaba, no nos sacó de la mina en la que vivimos, pero es que él nunca nos ofreció villas y castillos, sólo nos dijo vamos juntos a la aventura de crear un país no mina, y en ese afán lo asesinaron.

Él nos enseñó que los dueños están dispuestos a masacrarnos por defender lo que con robo y crimen han obtenido, nos enseñó que la tarea de sembrarnos no es fácil, que las dificultades para vencer la enorme fuerza de la costumbre son muchas, que en cada esquina se agazapa la traición, que los individuos culturales que somos todos los días atentaremos, hasta de buena fe, contra el país colectivo que soñamos contradictoriamente construir.

Nosotros no estamos dispuestos a traicionar su memoria por desidia o cobardía, nosotros continuaremos aportando por encima de la blandenguería progresista nuestra extremada radicalidad de pueblo, por hacer posible el sueño de un país del corazón para el corazón, desde lo colectivo para lo colectivo, no un remedo extranjero sustentado en el miedo, el hambre y la ignorancia, para complacer a individuos y gremios que han medrado y aún medran en este territorio a costa de la energía colectiva.

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