El sándalo
Guido Gómez Mazara
El árbol de sándalo tiene la facultad de vivir hasta cien años, y su característica esencial es la verticalidad. Además, perfuma incluso el hacha que lo corta, dejando una lección trascendental aplicable a múltiples aspectos de la vida.
Todo ser humano debería aprender del sándalo. La paciencia y el sentido del tiempo forjan una fortaleza interna que, con los años, ayuda a sanar las heridas infligidas por aquellos que, carentes de virtud, reaccionan con rabia ante el éxito ajeno.
En la vida pública, la vocación por la intriga marca el destino de un ejército de mediocres. Incapaces de desarrollar las habilidades esenciales, gastan su energía tratando de cerrar el paso a quienes avanzan y se destacan en escenarios de participación que ellos, con enfermiza obsesión, desean para sí. El tiempo pasa, pero no sanan. Siguen siendo prisioneros de la envidia. Y Dios, en su grandeza, los condena a su propio afán de interponer obstáculos, reduciéndolos, inevitablemente, a la insignificancia.
Viejas fotografías intentan recrear paisajes pasados, ocultando la incapacidad de moverse con la misma facilidad de antes, en puertos y aeropuertos que creían eternamente vedados para aquellos que despreciaban. Pero el destino es caprichoso. Su derrota final ya estaba escrita: un decreto a mi favor marcó el inicio de sus amarguras, esparcidas a través de terceros, condenados, con justicia, por la Suprema Corte. Y, como siempre, operando desde las sombras, creyéndose capaces de borrar todo rastro de resentimiento.
Regresé al lugar que intentaron vedarme sin ceder una gota de dignidad. Fui bien recibido por los míos y aceptado, incluso, por aquellos que presumieron imponerme una inexistente prohibición. Porque en su grandeza, el Todopoderoso convierte al tiempo en el mejor aliado de la verdad.
Y allá, en la fosa del descrédito, quedaron los malandrines, alentados por su coro local, convencidos de la letalidad de su daño.
Una vez más, fueron derrotados.