Retos de la oposición política dominicana.

Por Juan Carlos Espinal.

Aunque entre la oposición política dominicana no existe una convergencia ideológica que los una, las militancias de Fuerza del Pueblo y del PLD tienen en común lo que todos los trabajadores de ambas organizaciones deben defender: el fortalecimiento de las instituciones democráticas, los avances en la sociedad del estado social y de derechos y la integración económica regional.

Si la oposición política dominicana se unifica es claro que tendría amplio margen para convencer al voto económico independiente.

No habría que generalizar sobre las múltiples realidades de triunfo de esa posibilidad.

También se dice, y no es menos cierto, que la composición social de las militancias de oposición no son iguales y que cada proyecto político y cada líder son diferentes.

De hecho, no conviene olvidar que algunas derrotas recientes corresponden a movimientos sociales gestados en el contexto de conflictos propios, y que casi ninguna de las alianzas que dan sustento a esas derrotas corresponde a ninguna planificación que los aglutine.

No cabe por tanto atribuir a Fuerza del Pueblo o al PLD una convergencia ideológica, excepto, claro está, la de corresponder a la idea progresista en defensa de los desfavorecidos, representando a lo que llamamos clases populares.

Pero es difícil comparar a la militancia de la Fuerza del Pueblo, surgida de la crisis institucional extraordinaria, con la militancia del PLD.

Cuesta poner en el mismo plano las prioridades de ambos proyectos, tanto el de Danilo Medina como el de Leonel Fernández, de un país avanzado en su estructura económica o industrial.

Por otra parte, los apoyos mutuos en el Congreso y los Ayuntamientos también son muy diferentes y las dificultades de obtener mayorías de gobierno local sólidas y estables acompañan a casi todos ellos.

En conclusión, cada uno hará lo que de buena Fé pueda y desarrollará proyectos políticos en función de las necesidades propias de cada uno de sus respectivos partidos políticos.

No obstante, hay retos comunes a toda la región del Caribe que condicionan y orientan la acción de la convergencia opositora cargadas de una cierta responsabilidad histórica dadas las enormes expectativas y esperanzas que generaron sus administraciónes gubernamentales.

No olvidemos a este respecto que la mayoría de ellas fueron victorias contra los gobiernos anteriores, recogiendo enconos sociales muy notables y descontentos políticos muy arraigados.

En primer lugar, el principal reto de la oposición política dominicana tiene que ver con el fortalecimiento de sus instituciones democráticas.

No es un secreto, ni creo que ofenda a nadie decir que la oposición política dominicana ha sido débil frente al gobierno del presidente Abinader.

Que esa inercia política es más peligrosa que cualquier división, puede hacer más daño que las diferencias en aquellos espacios de participación popular donde la cultura democrática es más vulnerable.

Durante la campaña electoral del año 2024 fue extraordinario el avance de la alianza RESCATE, y agradable la consolidación de la superación del conflicto, la pacificación de las insurgencias propias de las tensiones politicas y el cese de la generalización de los procesos como única forma de decisión política que sus militancias asentaron, con la histórica excepción de la defensa del Estado de Derecho y la preservación de la Constitución.

En los últimos años, sin embargo, hay signos muy desalentadores sobre el deterioro en el funcionamiento institucional del país, en gran parte debido a la reaparición de los problemas sociales de inequidad que atraviesan todos los hogares dominicanos.

Efectivamente, durante los dos períodos de gobierno del presidente Abinader, la oposición política dominicana tomó caminos paralelos ayudando a profundizar el círculo vicioso: democracia inestable y crecimiento económico sin desarrollo qué forjo la involucion socioeconómica más permanente en muchos años.

El incremento notable de los problemas nacionales, qué antes padeciamos, el derrumbe de la renta per cápita, el crecimiento demográfico y la caída del consumo anunció el derrumbe de las clases medias.

Un extraordinario aumento de la inflación, una nueva economía endeudada, una gran concentración urbana y otros muchos fenómenos sociales ligados a los anteriores desemboca en una mega crisis de gestión.

Lo que vino después de la ingobernabilidad posterior al Covid19-, con la caída del precio de las commodities-, la recesión económica de Europa y Estados Unidos entre 2020 y 2024, y, más tarde, con la pandemia, ya lo sabemos.

Estados demasiado débiles no pudieron atender las demandas sociales de una población más exigente que nunca y que paralelamente se fue haciendo descreída y decepcionada, retirando su confianza a partidos e instituciones.

La democracia representativa 1966-2024 resultó golpeada por ese desafecto, algo que siempre ocurre cuando a la democracia se le exige resolver los problemas que solo pueden ser abordados por políticas concretas, no por las reglas mismas de la política.

Hoy en día la oposición política dominicana presenta rasgos muy preocupantes respecto a la confianza social en las instituciones.

En muchos países, los partidos políticos tradicionales han sido barridos o sustituidos por una larga lista de nuevas fuerzas políticas, lo que a su vez ha provocado una fragmentación enorme que complica hasta la exageración la estabilidad de sus gobiernos.

En ese cisma, surgen nuevos líderes, demasiadas veces con fórmulas populistas y con evidentes riesgos autocráticos.

En muchos casos, la polarización entre fuerzas extremas ha sustituido las opciones más centradas políticamente.

Basta este diagnóstico para señalar que, en mi opinión, la primera urgencia política opositora es reconstruir y fortalecer las instituciones que dan forma y articulan la democracia: el constitucionalismo; el Estado de Derecho; el respeto a la separación de poderes, una justicia independiente y garantista; elecciones libres, transparentes e iguales; partidos políticos serios y participstivos; sistemas de representación y participación amplios y, por supuesto, respeto de los Derechos Humanos.

Nada de todo esto es nuevo, pero las quiebras en esos parámetros son frecuentes y las tentaciones totalitarias abundan por doquier.

La democracia participativa como fin de la oposición política dominicana debe convertirse en el principal bastión de la transformación.

Debe hacerlo porque siguen demasiado presentes las tiranías y porque esas experiencias lastran injustamente a la democracia.

La democracia participativa no es un medio para hacer luego la revolución, porque esa concepción instrumental oculta el totalitarismo.

La democracia participativa es un fin, es un marco, nada es posible fuera de ella y en ella todo cabe, también lo es el Progresismo constitucionalista.

Por eso, el Progresismo es libertad antes que nada, o dicho de otro modo, la construcción de sociedades más justas e iguales no puede hacerse sin colectividad.

¿Que implica este reto?

Aquí es necesario aproximarse a las realidades locales.

Santiago de los Caballeros, por ejemplo, necesita reconstruir su sistema sanitario después del fracaso de la pandemia COVID-19 y tiene la necesidad imperiosa de dotarse de un nuevo Pacto Social, Político y Económico que sustituya al modelo de concentración pos Balaguer de finales del siglo XX.

El gran Santo Domingo, por ejemplo, tiene que restaurar las grietas de una sociedad fragmentada y todavía traumatizada por la violencia estructural del modelo económico.

El Distrito Nacional, por ejemplo, tiene que fortalecer el ordenamiento territorial excesivamente sometido al fuego cruzado de una sala capitular polarizada al servicio del capital financiero.

Muchas provincias como Higüey, la Romana y San Pedro de Macorís adolecen de una regulación que aborde con seriedad el valor de la igualdad.

Otras, como las provincias fronterizas como Dajabón, Elías Piña, Barahona, Jimani, Montecristi, Bahoruco e Independencia-, que corresponden a lo que se ha dado en llamar como un nuevo desarrollo económico socio demográfico, siendo sus habitantes quienes no han llegado a materializar ese principio.

Casi todos los municipios tienen que hacer mejoras en sus sistemas sanitarios, siguiendo las recomendaciones de observación.

Hay que hacer más independiente al poder judicial.

El combate a la corrupción es urgente.

Es preciso incorporar la transparencia en la gestión pública y fortalecer la independencia de los medios porque la visibilizacion de los procesos ayudará más que el simple endurecimiento penal de los delitos ligados a ella.

También es necesario dotar a la sociedad Dominicana de una ley de partidos suficiente qué promueva la innovación en los partidos.

Estamos convencidos de que la inseguridad ciudadana afecta asimismo a las democracias, especialmente atacadas por el cáncer de la narco-política.

La inseguridad ciudadana actual es condición previa a la tiranía.

La demanda de seguridad ciudadana es importante porque los índices de violencia y de ataques a la integridad personal son insoportables.

La región latinoamericana y caribeña concentra el 40% de los homicidios del mundo entero, siendo solo el 9% de la población mundial.

Varios candidat@s del PRM, por ejemplo, ganaron elecciones con promesas de lucha contra la violencia y aunque sus promesas quedaron solo en eso, en promesas, esa propuesta de campaña es percibida como más eficaz en la lucha en favor de la impunidad.

La oposición política dominicana no puede perder esta batalla.

Su visión política sobre la seguridad ciudadana es primordial y su discurso en favor del desarrollo social debe ser más eficaz.

Pero, más allá de medidas puntuales, en cada caso diferentes, la oposición política dominicana debería liderar un discurso reivindicativo, apreciativo de la democracia participativa y de sus principios y reglas.

Una cultura de la responsabilidad ciudadana (fiscalidad, cumplimiento de las leyes) como base de virtudes cívicas que consolidan y hacen más fuertes las sociedades democráticas.

En esa línea, la oposición política dominicana debe reafirmar la laicidad frente a las intromisiones religiosas, demasiado frecuentes y a veces bochornosas en algunos discursos políticos.

Es preciso evitar el utilitarismo electoral de las iglesias y reiterar la aconfesionalidad de sus gobiernos, instituciones y de sus políticas públicas.

La laicidad no implica negar el hecho religioso, ni a las iglesias o las religiones, pero exige someter las políticas y la moral pública a la soberanía popular y solo a ella.

Por último, la oposición política dominicana tiene tareas pendientes muy específicas y muy propias de su idiosincrasia, especialmente relacionadas con la diversidad racial.

Sus leyes deben dar un salto en clave de igualdad.

Igualdad de oportunidades, de razas, de personas singulares (por su origen, capacidad, edad).

Igualdad de derechos y políticas de fomento y de combate a las múltiples discriminaciones de muchas sociedades atrasadas en estas materias.

El segundo reto de la oposición política dominicana son los avances en la sociedad del bienestar.

El difícil y a la vez necesario ejercicio de las prestaciones públicas tiene una base incuestionable: la fiscalidad.

Universalizar una educación laica de carácter científico-tecnológica, y una sanidad de calidad con ingresos fiscales inferiores al 20% del PIB no es posible.

Tampoco lo es sostener un sistema de pensiones de vejez, enfermedad y desempleo con el 50% de la economía sumergida.

Ya he descrito tres de los pilares del Estado del bienestar, pero si queremos añadir un cuarto pilar este lo compondrían los servicios sociales, la lucha contra la pobreza y la exclusión y la atención a la población mayor.

Para ello, es preciso contemplar ingresos fiscales, incluyendo la Seguridad Social.

La verdadera revolución soñada por Bosch es el constitucionalismo Progresista que tiene como base una economía competitiva capaz de generar pleno empleo y los recursos suficientes (salarios e impuestos) para sostener el Estado social.

Es comprensible el peso de los recursos naturales en el ingreso fiscal de algunas provincias pero ese ingreso se ha vuelto inestable y crea dependencias muy concentradas.

Mirando la economía dominicana con perspectiva temporal, el gran problema es su pérdida de productividad.

Hasta hoy el crecimiento anual promedio de la productividad se ha derrumbado.

Son muchas las razones que explican este estancamiento.

Una de ellas es que las estructuras productivas siguen basadas en la explotación de recursos naturales y pocos países han apostado por la exportación de bienes y servicios con alto valor agregado.

Por último, la oposición política dominicana debería liderar ese gran cambio de modelo productivo y rechazar la tentación de subestimar los mercados internos abandonando la idea de centrar su estrategia de crecimiento “hacia fuera” con políticas inflacionarias.

Es difícil para la oposición política dominicana practicar políticas económicas dirigidas a fortalecer y modernizar el sector productivo del país mediante inversiones en el capital humano y físico de un Estado, pero a la postre son esas las que aseguran la mejora constante de la productividad del país, hacen crecer económicamente y aumentan la renta per cápita del país.

Esa base económica es la que permite crecer en el número de trabajadores formales, en sus cotizaciones y en su consumo.

Esa es la base del ingreso fiscal para que el Ministerio de Hacienda sea restituido para ir aumentando progresivamente la recaudación pública que permite luego una redistribución progresiva hacia los más desfavorecidos.

La redistribución no debe ser el único objetivo del gobierno del frente amplio.

Como todos saben, Danilo Medina es conocido por la idea de la integración.

Por último, Leonel Fernández debe abordar el gran atraso y el tradicional fracaso de las políticas fondomonetaristas en la región.

Es verdad que se trata de fracasos atribuibles por igual a múltiples episodios históricos.

Es verdad también que la convergencia ideológica de la oposición política dominicana no garantiza una convergencia electoral, como lo prueba que en muchas ocasiones las propuestas integradoras han estado cargadas de revanchismos y eso es precisamente lo que las ha frustrado.

Si todo lo que hasta aquí hemos escrito es verdad, entonces,

¿Por qué no atribuimos a este momento histórico concreto la oportunidad de hacer lo que nunca se ha hecho?

Es precisamente la constatación de la desintegración opositora existente lo que me mueve a pensar que habrá movimientos relevantes en esa dirección.

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