La deshumaniza-ción: Ucrania como laboratorio

Oleg Yasinski.

En las redes sociales en ruso se han viralizado estas dos imágenes: una, la de transeúntes en Kreschatik, la calle central de Kiev, posando con el fondo del puente de Crimea en llamas producto de un ataque terrorista ucraniano; y otra, la de cadáveres de civiles a punto de ser enterrados en una fosa común, «colaboradores de los rusos» víctimas de un grupo paramilitar nazi bajo el mando del Gobierno de Zelenski.

Esta no es la primera vez, hace unos días veíamos las fotos de un soldado ucraniano cocinando en una olla las cabezas de soldados rusos y hace un par de meses supimos de una ‘start up’ de un negocio culinario en Kiev: tortas con los retratos de militares rusos asesinados.

Nací y crecí en la Ucrania soviética, una república que era parte de una enorme diversidad de pueblos, culturas, paisajes e historias de aquel gran país que ya no existe. Pero dentro del gran mosaico humano de la antigua URSS no hubo pueblos más cercanos que el ruso y el ucraniano, que todavía nos parecen a muchos dos expresiones inseparables de una misma cultura. Dentro de las diferentes regiones de cada uno de estos países hay muchísimas más diferencias que entre ellos mismos, que comparten las mismas costumbres, el mismo idioma y la misma memoria de siglos juntos. Mientras más diferencias buscamos entre nosotros, más parecidos nos vemos. Y no se trata de la uniformidad inexistente: tenemos las mismas raíces, los mismos referentes culturales y físicamente somos prácticamente lo mismo.

Con la separación de Ucrania de la URSS, la existencia esta última perdió su sentido, ya que esta república representaba un tercio de su potencial económico y científico.

Las raíces de la actual tragedia ucraniana hay que buscarla entre los escombros humeantes de la Unión Soviética, ya que el masivo ataque mediático occidental contra sus pueblos empieza justamente en los tiempos de la Perestroika, imponiéndole a la población de su principal enemigo ideológico «las nuevas ideas democráticas» que tenían que socavar las bases de nuestro proyecto histórico. Y desde su inicio, este trabajo de formateo mental en nosotros fue muy exitoso.

El modelo del socialismo burocrático, con el pensamiento social estancado, sin participación ciudadana en discusiones políticas, lleno de dobles estándares y dirigido por la envejecida y desvinculada de su pueblo cúpula del Partido Comunista, generó en la población de la URSS una gran ingenuidad ideológica e infantilismo social. Cuando en los tiempos de Gorbachov los primeros grandes medios «se liberaron» y pasaron al servicio del capitalismo mundial, rompiendo todos los tabúes de décadas, empezaron suavemente con la crítica de las represiones de Stalin para «mejorar» o «democratizar» al socialismo, luego atacando a Lenin y a su partido y terminaron convenciéndonos de que el capitalismo, la democracia y el bienestar general eran sinónimos.

Se cambiaba el lenguaje. Los defensores del socialismo se llamaban «conservadores» o los procapitalistas eran «los progresistas». La historia de la URSS en los últimos años de su existencia se nos presentaba como la crónica del «imperio del mal» o, en el mejor de los casos, como un grave y lamentable error político que había que corregir para volver a la feliz familia de «los pueblos civilizados». Los expropagandistas del Partido idolatraban a Pinochet y hablaban del «milagro económico chileno» como el mejor modelo a seguir y nos convencían de que éramos el pueblo más desposeído y engañado del planeta, que debíamos superar nuestro oscuro pasado y aprender del «mundo democrático». Los niños en escuelas todavía con retratos de Lenin ya no querían ser cosmonautas, sino que soñaban con ser grandes mafiosos, como los héroes de las nuevas películas; y las niñas, en vez de querer ser maestras o enfermeras, deseaban ser prostitutas de élite, el personaje romántico femenino más promovido por las modas de la época. En los escombros del mayor país socialista del mundo, se instauró el capitalismo salvaje y nosotros aprendimos a vivir «como todo el mundo».

En el caso particular de Ucrania, una república geográfica y climáticamente privilegiada, que en la época soviética llegó a presentar además, los mejores niveles del bienestar y desarrollo, la propaganda anticomunista siempre iba acompañada de propaganda antirrusa, acusando al país vecino de todos los males y problemas de nuestro «evidente subdesarrollo» y prometiéndonos que si nos alejábamos de «nuestra eterna opresora Rusia», como máximo al cabo de un par de años, nuestro nivel de vida sería mínimo como el de Suecia. Los exsoviéticos estábamos acostumbrados a creer en la palabra de las autoridades y de los medios, y sabiendo leer entre líneas la propaganda oficial de la URSS, teníamos una nula capacidad crítica para con los medios occidentalesde esos nuevos tiempos. Ucrania, independizada de la URSS como resultado del mayor fraude histórico cometido por las corruptas autoridades del país, en complicidad con sus nuevos aliados occidentales, empezó a alejarse económica y políticamente de Rusia y demoró un poco más de una década para convertirse en el país más pobre de Europa.

Mientras tanto, la OTAN, siempre dirigida desde Washington y violando todos los acuerdos y promesas previos, siguió su imparable expansión hacia nuestras fronteras. En las elecciones presidenciales ucranianas del 2004, los EE.UU., después de una pequeña revuelta pseudociudadana conocida como «la Revolución Naranja»‘, llevaron al poder en Ucrania a su candidato Víktor Yúschenko. En 2005, recién asumiendo el poder, Yúschenko declaró la intención de su Gobierno de ingresar rápidamente a la OTAN, provocando así una primera grave tensión en las relaciones de su país con Rusia. Creo que podemos considerar este momento como un punto de no inflexión en las relaciones entre Rusia y Occidente, cuando Ucrania se convierte definitivamente en un tablero de ajedrez del conflicto geopolítico entre Washington y Moscú. Solo dos años después de eso, en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007, Vladímir Putin pronunció su famoso discurso, cuando por primera vez de forma directa enfrenta al Gobierno norteamericano. El presidente ruso acusaba a los EE.UU. de tratar de imponer sus reglas y su voluntad a otros países, dijo que el modelo unipolar era imposible e inaceptable en el mundo moderno y criticó la expansión de la OTAN, que consideraba provocativa y reducía el nivel de confianza mutua.

Los Estados Unidos, preocupados por el crecimiento de la influencia mundial de China y por la sólida y soberana situación de Rusia, que cada vez más firme declaraba la existencia de sus interesas y afianzaba una buena relación con Alemania, amenazando con convertirse en un nuevo polo de poder independiente de Washington, empiezan a actuar con más decisión. Ucrania es proyectada como una punta de lanza para desestabilizar a Rusia y enfrentarla con Europa Occidental y eligen como su primer aliado natural al nacionalismo ucraniano, promovido por la prensa anticomunista postsoviética y especialmente por su títere, el Gobierno de Yúschenko.

El discurso antisoviético y antirruso se convierte en uno solo. Las conmemoraciones anuales de la tragedia del Holodomor, que tuvo varias causas y costó la vida a millones de campesinos ucranianos y rusos en las repúblicas soviéticas de Ucrania y Rusia en los años 30 del siglo pasado, se convirtió en un importante evento institucional de repudio, ya que se presentaba como «el genocidio de los campesinos ucranianos por parte de los rusos». En Ucrania aparecieron múltiples organizaciones nacionalistas financiadas desde diferentes fuentes extranjeras cuyo objetivo era contagiar con su mística y romanticismo a la juventud de un país que se empobrecía y era bombardeado por los medios del poder, haciéndola cada vez menos conocedora de su propia historia.

A diferencia de los tradicionales partidos políticos que fueran de derecha o izquierda, los nacionalistas se veían más activos, más motivados y, sobre todo, más creativos. Los culpables de todos los males de Ucrania fueron definidos: los comunistas y los rusos.

En el 2010 viajé a Ucrania occidental, a los pueblitos de los Cárpatos de donde surgió el movimiento nacionalista. Se veía una gran pobreza y abandono. Muchas casas dejadas y en las calles poca gente; la mayoría de los hombres y las mujeres jóvenes trabajaban en los países de Europa en lo que fuera, aquí no se veía ni trabajo ni plata ni esperanza. Para mi gran sorpresa y a pesar de las creencias, el común de la gente no era ni antirrusa ni admiradores de los nacionalistas; estaban demasiado emproblemados como para pensar en estas cosas. Pero los partidos nacionalistas estaban presentes. Fueron la única fuerza política organizada y con recursos y en las paredes y las librerías había espacio solo para su versión de la historia. La gente común sabía que tenían armas y apoyo desde arriba y por eso simplemente prefería no meterse con ellos.

Pasaron 4 años y aprovechando la debilidad y falta de iniciativa de las viejas y corruptas fuerzas políticas tradicionales de Ucrania, los grupos nacionalistas, entrenados, financiados e inspirados por el Occidente encabezaron las protestas contra el Gobierno legítimo ucraniano y dieron el golpe de Wstado, conocido mediáticamente como «La revolución del Maidán». Las fuerzas que, bajo un directo control del Departamento de Estado de los EEUU y de la CIA, llegaron al poder en Kiev presentaron una inquebrantable alianza entre el neoliberalismo y el fascismo, a pesar de la aparente diferencia entre estas dos ideologías.

El proyecto nacional ucraniano puede ser definido como «Anti-Rusia», y cualquiera que vea un par de programas de los medios oficiales ucranianos de los últimos 8 años verá que no es ninguna metáfora. En pocos meses, lograron dividir el país, desatar una guerra civil y establecieron el poder más represivo y antidemocrático de Europa. Igualaron legalmente las ideas del comunismo con las del fascismo, prohibiéndolas ambas, con la diferencia de que por el uso de la hoz y el martillo se puede ir preso, pero por la esvástica obviamente no, porque es de los adornos preferidos de su Ejército, incluyendo la pulsera del comandante en jefe. Cortaron todas las comunicaciones y lazos con Rusia, dejando a millones de familias divididas. Llenaron las calles con paramilitares de ultraderecha y las cárceles con presos políticos, prohibieron a toda la prensa independiente. Destruyeron los restos de la industria, la ciencia, la cultura, la salud y la educación del país, enseñando a los jóvenes la ignorancia y el odio.

Nada de esto sería totalmente posible sin un profesional y eficiente trabajo mediático que en pocos años ha logrado generar un mundo paralelo, envenenando gravemente la conciencia de millones de personas. Después de un holograma de revolución que fue no más que un enroque de élites oligárquicas, se construyó el holograma de un país independiente, donde lo único real es la sangre de sus habitantes convertidos en rehenes de la locura nacionalista y carne de cañón del imperio que sigue intentando de mandar al mundo.

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