Altos al fuego en El Líbano
Enrico Tomaselli.
Foto: Varios hombres portan imágenes del líder mártir de Hezbolá, Sayyed Hassan Nasrallah y la bandera de Hezbolá, mientras los residentes desplazados regresan a sus aldeas tras la entrada en vigor de un alto el fuego el miércoles 27 de noviembre de 2024, en Ghazieh, Líbano (AP).
Nota de Observatorio de Trabajador@s en Lucha
Saliendo este articulo interesante de Enrico Tomaselli llega la información dela entrada en vigor de un alto el fuego entre la ocupación israelí y Hezbolá, en Ghazieh, Líbano, el miércoles 27 de noviembre de 2024.
Así que Hezbolá también gana esta guerra, infligiendo a Israel una derrota sobre el terreno aún peor que la de 2006.
Cada vez son más insistentes los rumores sobre la firma de un acuerdo de alto el fuego (que se espera que se anuncie hoy o mañana) entre Israel y Líbano, lo que ya da una idea del paradójico entramado de este conflicto.
Sólo por ceñirnos a los dos aspectos más sensacionales, de hecho, podemos observar cómo, por un lado, el interlocutor oficial es el gobierno libanés, aunque el ejército libanés ha evitado cuidadosamente ser parte activa en el conflicto, que en cambio ha sido apoyado por Hezbolá y (en pequeña medida) por el otro partido miliciano chií, Amal. Y eso que, por parte libanesa, las negociaciones han sido dirigidas por Nabih Berri, presidente del Parlamento, que es un aliado político de Hezbolá.
Por otra parte, se da la paradoja de que Estados Unidos -que es en todos los sentidos un sujeto plenamente activo del conflicto, no sólo en el plano político-diplomático, ni en el de apoyo al esfuerzo bélico israelí, sino plenamente operativo- desempeña al mismo tiempo tres papeles en la comedia:
además de beligerante, de hecho, Washington es también el principal mediador en las negociaciones, y -según los términos de los acuerdos- presidiría también el comité que verificará el cumplimiento.
De hecho, un alto el fuego (probablemente destinado a seguir siendo temporal) es, por diferentes razones, conveniente tanto para EEUU como para Líbano (Hezbolá) e Israel.
Washington podrá presumir de un éxito diplomático y cerrar la triste temporada de Biden con buena nota; Tel Aviv podrá salir de la trampa libanesa y dar un respiro a las FDI; Líbano pondrá fin al sufrimiento de la población civil, mientras que Hezbolá podrá reconstituir sus unidades de combate y sus estructuras logísticas.
Pero, como decía, lo más probable es que el acuerdo sea efímero, y si no se encuentra una solución global (que incluya por tanto a Gaza, Cisjordania y -de hecho- Irán), el conflicto está inevitablemente destinado a estallar de nuevo.
Veamos ahora los términos del acuerdo, sus ambigüedades y sus riesgos.
Fundamentalmente, se trata de restablecer la aplicación de la Resolución 1701 de la ONU, teóricamente en vigor desde hace 18 años. En comparación con el texto de la Resolución, hay básicamente dos novedades: el acuerdo prevería de hecho un refuerzo de la presencia de la FINUL a lo largo de la frontera y la creación de este comité de supervisión que verificaría el cumplimiento de los acuerdos. Lo que no cambiaría, sin embargo, serían las condiciones relativas a los beligerantes. Israel tendría que retirar sus fuerzas del territorio libanés, Hezbolá tendría que retirarse más al norte.
La cuestión, sin embargo, tiene, como se ha dicho, márgenes de ambigüedad; al fin y al cabo, la 1701 estaba teóricamente en vigor desde 2006, pero nunca se ha aplicado plenamente. Los puntos más controvertidos, en los que el mecanismo puede atascarse fácilmente, vuelven a ser dos, y se refieren a la retirada mutua de las fuerzas de combate; como es obvio (porque ya ha sido así) el incumplimiento de los términos por parte de uno servirá de justificación para las deficiencias del otro.
Según el acuerdo, Israel debe retirar sus fuerzas armadas del territorio libanés. Obviamente, Tel Aviv quiere decir con esto que las FDI se retirarán de los territorios invadidos desde octubre, mientras que Beirut quiere decir de todos los territorios libaneses ocupados, es decir, incluidas las granjas de Sheeba (de las que Israel debería haberse retirado en 2006).
Es muy poco probable que esto ocurra, puesto que Netanyahu ya está teniendo dificultades para conseguir que la parte más extremista de su gobierno acepte el acuerdo (hoy está prevista una manifestación en Tel Aviv para rechazar el alto el fuego).
Así que ya podemos suponer que habrá una razón (suficientemente controvertida) para paralizar la plena aplicación del acuerdo.
Otro punto de presumible desacuerdo es el del desarme: la Resolución pide el desarme de todos los “grupos armados” del Líbano, pero la Constitución libanesa no considera a Hezbolá un “grupo armado”, y la mayoría de la clase política libanesa cree que Hezbolá está exento de esta cláusula. En resumen, todo apunta a que simplemente se restablecerá el statu quo anterior a la invasión israelí.
Por último, existe un margen de riesgo. De hecho, el acuerdo establece que las condiciones se aplicarán en un plazo de 60 días, lo que pone el plazo en manos de la administración Trump -que Netanyahu cree que será aún más favorable que la actual- que, a través de la orientación del comité de supervisión, tendrá la autoridad para establecer si, quién y por qué está violando los términos de la negociación.
A corto plazo, a Israel le interesa que el alto el fuego se mantenga, aunque no se aplique en su totalidad, porque eso significa poner fin a las pérdidas de las FDI, poder enviar a casa a algunos de los reservistas y permitir el regreso al norte de casi cien mil colonos previamente evacuados.
Lo cual, también puede exacerbar las tensiones en la mayoría, pero puede utilizarse como un resultado positivo, especialmente si va acompañado de una narrativa que pinte la campaña terrestre como un éxito. A medio plazo, sin embargo, Netanyahu necesita que la guerra continúe de algún modo para que su gobierno (y su carrera política) sigan adelante. Así que tarde o temprano podría verse tentado a abrir otro frente, o a volver al ataque contra Líbano.
Mientras tanto, hay dos cosas seguras.
La primera, y más importante, es que la población civil libanesa puede poner fin a su sufrimiento y pensar en la reconstrucción.
La segunda es que, como había predicho fácilmente, esta tercera guerra libanesa también terminó como la segunda: las FDI atacan, no consiguen abrirse paso, en un momento dado las pérdidas se vuelven demasiado importantes, entonces interviene la mediación internacional para sacar a Israel del apuro.
Así que Hezbolá también gana esta guerra, infligiendo a Israel una derrota sobre el terreno aún peor que la de 2006.
Traducción nuestra