Conflicto ucraniano y crisis transatlántica: el derrumbe de los tabúes

Roberto Iannuzzi.

Foto: El Vicepresidente de EEUU J. D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Munich.

Los discursos de Hegseth y Vance, y las declaraciones de Trump sobre Zelensky, provocan un terremoto en las relaciones entre Estados Unidos y Europa, exponiendo verdades que han permanecido ocultas durante demasiado tiempo.


Una pequeña nota personal: me complace informarles de que mi libro «7 de octubre entre la verdad y la propaganda» ha ganado el Premio de Ensayo sobre Comunicaciónde la Universidad de Siena.


Tuvieron que pasar unos veinte días, tras la toma de posesión de Donald Trump en la Casa Blanca, para que los contactos entre Rusia y la nueva administración se pusieran en marcha.

Pero cuando el presidente estadounidense (tras una segunda llamada telefónica a su homólogo Vladímir Putin, esta vez confirmada por el Kremlin) anunció el inicio inmediato de negociaciones para resolver la guerra ucraniana, los líderes europeos empezaron a quedarse sin aire.

Sin embargo, el verdadero jarro de agua fría lo dio el secretario de Defensa, Pete Hegseth, el 12 de febrero, en la reunión del Grupo de Contacto de países que apoyan a Ucrania.

Afirmó que Trump pretende poner fin a este devastador conflicto que se acerca a su tercer aniversario logrando una paz duradera sobre la base de una evaluación realista del escenario de la guerra.

Washington descarga Ucrania sobre los hombros de Europa

Partiendo de esta premisa, Hegseth añadióque:

1) Volver a las fronteras de Ucrania anteriores a la crisis de 2014 no es realista (por lo que Kiev tendrá que hacer grandes concesiones territoriales);

2) el ingreso de Ucrania en la OTAN no es un objetivo viable.

3) cualquier garantía de seguridad para Ucrania tendrá que ser proporcionada por tropas europeas y no europeas, con exclusión de las tropas estadounidenses;

4) si se despliegan fuerzas de interposición en Ucrania, no formarán parte de una misión de la OTAN y no estarán cubiertas por el artículo 5 de la Alianza

5) La seguridad europea debe estar garantizada por los miembros europeos de la OTAN. Por lo tanto, Europa tendrá que proporcionar una parte preponderante de la futura ayuda (letal y no letal) a Kiev;

6) Para ello, los gobiernos europeos tendrán que ampliar su industria armamentística, aumentar en consecuencia su gasto en defensa hasta el 5% del PIB y explicar a sus ciudadanos que esto es necesario a la luz de las ‘amenazas’ a las que se enfrenta Europa;

7) las ‘duras realidades estratégicas’ impiden a EE.UU. centrarse principalmente en la seguridad de Europa, ya que Washington debe concentrarse en contener a China en el Indo-Pacífico;

8) EEUU y Europa deben, por tanto, operar una ‘división del trabajo’ que maximice la ‘ventaja comparativa’ occidental en el viejo continente y en el Pacífico, respectivamente;

9) los países europeos deben, por tanto, comprometerse no sólo con la búsqueda de la seguridad de Ucrania, sino con los objetivos de disuasión y defensa a largo plazo de Europa

10) Estados Unidos se compromete a apoyar a la Alianza Atlántica en los próximos años, pero no tolerará una relación desequilibrada que fomente la dependencia europea de Washington.

De las declaraciones de Hegseth se desprende que la administración Trump tiene la intención de desvincularse del continente europeo para llegar a un acuerdo con lo que considera su verdadero adversario, China.

Para ello, pretende poner fin a su implicación en Ucrania, resolviendo -o al menos congelando- el conflicto, y descargando en los países europeos la gestión de la futura situación de seguridad en el viejo continente.

En el escenario más favorable, la Casa Blanca pretende buscar una solución que conduzca a una mejora de las relaciones con Rusia, con la esperanza de que ello contribuya a debilitar el vínculo entre Moscú y Pekín.

Si tal operación (hay que reconocer que muy azarosa) saliera adelante, las buenas relaciones de Rusia con países asiáticos como India y Vietnam podrían contribuir a aislar a China.

Washington está decidido a excluir, al menos en una primera fase, tanto a sus aliados europeos como a Kiev de las negociaciones con Moscú.

El enviado de Trump para Ucrania, Keith Kellogg , dijo que su participación no era realista, y pidió a las capitales del viejo continente que aportaran ideas y propuestas, y aumentaran el gasto en defensa, en lugar de ‘quejarse’ por estar excluidas de la mesa de negociaciones.

La administración Trump también habría enviado una carta a los aliados preguntándoles cuántos soldados estarían dispuestos a proporcionar para una posible fuerza de interposición.

Un ‘acuerdo maestro’ para Kiev

Pero los ‘diktats’ de Washington no acaban ahí. La Casa Blanca ha entregado a Kiev un proyecto de acuerdo que concede a Estados Unidos los derechos de explotación de los yacimientos ucranianos de minerales y tierras raras (metales indispensables en los sectores de alta tecnología) por valor de 500.000 millones de dólares.

El acuerdo representaría una especie de ‘reembolso’ por el compromiso estadounidense de apoyar el esfuerzo bélico ucraniano durante estos tres años de conflicto, a pesar de que muchos yacimientos se encuentran en territorios actualmente controlados por Moscú.

Según el experto Javier Blas, las reservas ucranianas de tierras raras están supuestamente sobrevaloradas y Kiev ha inflado las valoraciones para seducir a Trump.

Lo que Ucrania tiene es tierra quemada; lo que no tiene son tierras raras, concluyó Blas sin piedad.

Propuesto inicialmente por el propio presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en un intento de ganarse el favor de Trump, dicho acuerdo debía ofrecer a cambio garantías de seguridad a Kiev, que, sin embargo, no aparecen en el borrador presentado por la administración.

Según lo revelado por el británico Daily Telegraph, el acuerdo propuesto iría mucho más allá del control estadounidense sobre los yacimientos ucranianos (quizás precisamente porque se consideran insuficientes), cubriendo prácticamente todos los activos del país, desde los puertos hasta las infraestructuras, el gas y el petróleo.

El periódico británico calificó el posible acuerdo de “peor que las reparaciones de guerra impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles” al final de la Primera Guerra Mundial.

Los términos del contrato equivaldrían a una colonización económica total de Ucrania por parte de Estados Unidosdurante las próximas décadas, y quedaría bajo la jurisdicción de un tribunal de Nueva York.

El documento sembró el pánico en el Gobierno de Kiev, que rechazó la ‘oferta’. Pero esto condujo a un agriamiento de las relaciones que desembocó en una diatribaverbal entre Zelensky y Trump, que llevó al segundo a llamar al primero ‘dictador’ y ‘cómico fracasado’, y a culparle de la desastrosa situación del país.

El 20 de febrero, la Casa Blanca entregó aKiev un borrador de acuerdo ‘mejorado’ que, sin embargo, sigue sin ofrecer garantías de seguridad para Ucrania (en su lugar se dejaría de lado la jurisdicción del tribunal de Nueva York).

Propusimos que Estados Unidos invirtiera junto con Ucrania en su economía y sus recursos naturales y se convirtiera en socio del futuro del país. Esta es la mejor garantía de seguridad a la que pueden aspirar, declaró el asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, quien añadió que “tienen que bajar el tono. Fíjense bien y firmen este acuerdo”.

Washington está decidido a acorralar a Kiev. Además, el propio futuro político de Zelensky parece pender de un hilo, ya que tanto Trump como otros miembros de su Administración han insinuado la necesidad de celebrar elecciones presidenciales en Ucrania para llegar a un entendimiento negociador con Moscú.

Según The Economist, el índice de aprobación de Zelensky no supera el 52% en el país, y si tuviera que competir con el ex comandante del ejército Valery Zaluzhny en las próximas elecciones, perdería por un amplio margen.

El mandato del presidente ucraniano ya ha expirado, y en el pasado Rusia ha insistido repetidamente en la necesidad de contar en Kiev con un presidente que tenga legitimidad popular para firmar un eventual acuerdo de paz.

Si Kiev está acorralado, los europeos desde luego no se ríen, como ya hemos visto.

Un diplomático europeo comentó el acercamiento de Estados Unidos a Kiev diciendoque a Europa se le pedirá que haga cumplir un acuerdo que no negoció, mientras que Washington se apoderará de los recursos de Ucrania.

Choque ideológico sobre los ‘valores’ de la democracia

El 14 de febrero, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense J.D. Vance asestó un nuevo golpe a los aliados europeos.

En lugar de abordar la cuestión ucraniana, Vance lanzó un duro ataque contra los líderes europeos, acusándoles de reprimir la libertad de expresión, no luchar contra la inmigración ilegal y despreciar las creencias de los votantes de sus respectivos países.

El Vicepresidente estadounidense afirmó que la verdadera amenaza para Europa no procede de actores exteriores como Rusia y China, sino del interior, y en particular de la negación de algunos de sus valores más fundamentales por parte de las élites políticas europeas.

Acusó a estas últimas de imponer una censura cada vez más rampante y de llegar incluso a anular elecciones democráticas, refiriéndose a los recientes acontecimientosen Rumanía.

Cuando Vance afirmó que las élites políticas europeas no deberían excluir a los partidos de la llamada ‘derecha populista’, quedó patente la brecha ideológica entre estas élites y la actual administración de Washington.

Mientras que numerosas críticas del vicepresidente estadounidense sobre el declive de la democracia en Europa han causado indignación entre los políticos europeos precisamente por ser intachables, Vance evitó sin embargo señalar que en Estados Unidos se está produciendo una crisis democrática similar.

Ni él ni Trump, además, mencionaron el papel clave que Estados Unidos desempeñó en el aumento gradual de las políticas antiliberales en Europa, así como en el estallido del conflicto ucraniano.

El presidente estadounidense echó la culpa del conflicto a Zelensky sin mencionar siquiera el constante apoyo de Washington al nacionalismo ucraniano de extrema derecha desde los albores de la Guerra Fría, la continua expansión de la OTAN hacia el este o el papel desempeñado por Estados Unidos en el levantamiento del Maidán que condujo al violento derrocamiento del presidente Víktor Yanukóvich en 2014.

El propio Trump, durante su primer mandato, contribuyó a preparar el terreno para la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 enviando armas a Kiev e imponiendo nuevas sanciones a Moscú.

El presidente estadounidense acusó a Zelensky de no negociar con Putin para evitar la caída del país, pero olvida que en marzo de 2022 fueron los estadounidenses y los británicos quienes sabotearon una negociación entre ucranianos y rusos que podría haber cortado de raíz el conflicto.

Aún más grotesca es la acusación de Vance contra Alemania en Múnich, a la que culpa de haber ‘elegido’ iniciar una deletérea desindustrialización justo cuando Rusia está librando una guerra en Ucrania y amenazando a toda Europa.

Como si Estados Unidos no hubiera obligado de hecho a Berlín y a otros aliados europeos a renunciar a la energía barata rusa en favor del gas natural licuado estadounidense, mucho más caro, y a imponer sanciones contraproducentes a Moscú que han dañado gravemente la economía europea.

Por último, Trump afirmó que el acuerdo de 500.000 millones de dólares para la explotación de los yacimientos ucranianos serviría para reembolsar a EEUU los 300.000 millones gastados en apoyo de Kiev.

En realidad, Washington ha destinado(según las estimaciones más generosas) no más de 183.000 millones a Ucrania, y de ellos sólo 66.000 millones fueron a parar a Kiev en forma de ayuda militar. Los 58.000 millones restantes se destinaron a financiar la industria armamentística estadounidense.

Según el Instituto Kiel de Berlín, Europa en su conjunto hace tiempo que superó a Estados Unidos en gasto para apoyar a Kiev.

El acuerdo propuesto por Trump a Zelensky, por tanto, equivale a una forma de ‘estrangulamiento’, como también escribióel diario francés Le Monde, hacia un país al que Washington lleva décadas empujando en rumbo de colisión con Moscú.

Con su actitud chantajista, la Casa Blanca parece decidida a deshacerse de Zelensky, considerado un obstáculo para las negociaciones, a presionar a Ucrania para que acepte las condiciones que Washington negociará con Moscú y a extraer una enorme contrapartida económica de los activos ucranianos.

Hipocresía e incoherencia europeas

La ofensiva de la Casa Blanca ha causado revuelo en Europa. Incluso antes del discurso de Vance en Múnich, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, había acusado a su vez a Trump y a los magnates de Silicon Valley de su entorno de estar dispuestos a destruir la democracia.

Está claro que la nueva administración estadounidense tiene una visión del mundo muy diferente a la nuestra. Una visión que no muestra ningún respeto por las reglas establecidas, las alianzas o la confianza que se ha construido a lo largo del tiempo. Pero estoy convencido de que a la comunidad internacional no le interesa que esa visión del mundo se convierta en el paradigma dominante, declaró Steinmeier.

Las palabras de Vance causaron entonces un gran revuelo. Un diplomático francés calificó el discurso del vicepresidente estadounidense de “discurso fascista y antieuropeo”.

El conocido columnista del Financial TimesGideon Rachman, por su parte, le acusó de tendencioso ‘al estilo soviético’, afirmando que los europeos deben reducir su “peligrosa dependencia de una América hostil”.

Al concluir la reunión de Múnich, el Presidente de la Conferencia, Christoph Heusgen , afirmó que tras el discurso de Vance, “debemos temer que nuestra base común de valores ya no sea tan común”.

Heusgen continuó citando a Zelensky -un hombre que traicionó el mandato por el que fue elegido en 2019 (que le habría exigido negociar la paz con Rusia), que suprimió la libertad de prensa en su propio país y que cerró 11 partidos políticos- como la ‘encarnación’ de estos valores.

Pero más allá de las posturas verbales, está claro que las élites políticas europeas siguen dependiendo de una Casa Blanca que las desordena, sencillamente porque son incapaces de tomar decisiones autónomas.

Simbólicamente, la conferencia de Múnich en la que estallaron las desavenencias entre ambos lados del Atlántico, a pesar de ser un evento anual promovido por el primer país europeo, Alemania, tiene una agenda que en los últimos años ha sido cada vez másmoldeada por McKinsey, la poderosa consultora estadounidense.

La cumbre de París, convocada apresuradamente por el presidente francés Emmanuel Macron para formular una posición común europea, no produjo nada, más bien puso de relieve las divisiones existentes entre los distintos países del viejo continente.

Mientras Alemania calificaba de ‘prematura’ la idea de enviar una fuerza europea de interposición a Ucrania, Polonia se oponía abiertamente. Francia y Gran Bretaña, en cambio, la han apoyado verbalmente y están estudiando sus detalles.

Sin embargo, ninguno de los dos países dispone de las capacidades militares y logísticas necesarias para reunir un contingente creíble. París y Londres han hablado de una fuerza de no más de 30.000 hombres, totalmente inadecuada para actuar como elemento disuasorio frente a las tropas de Moscú, mucho más numerosas.

A esto hay que añadir el hecho de que Rusia ha calificado abiertamente de “inaceptable”el despliegue de cualquier fuerza de un país de la OTAN en Ucrania, aunque tuviera lugar fuera del marco de la Alianza Atlántica.

La razón es muy simple:

Moscú ve (con razón) a los estadounidenses y europeos como partes cobeligerantes en el conflicto, y no como países neutrales capaces de proporcionar una fuerza de mantenimiento de la paz equidistante entre los actores implicados.

El colapso de la narrativa occidental

Un elemento esencial de la crisis entre las dos orillas del Atlántico es el colapso de la narrativa en la que se basaba el esfuerzo occidental por apoyar a Ucrania durante estos tres años de conflicto.

El actual gobierno estadounidense ha demostrado que lo que era tabú para los europeos y la anterior administración Biden, es decir, la hipótesis del diálogo con Moscú, es en cambio una vía viable que puede ser útil al menos para contener los riesgos de escalada del conflicto.

Al mismo tiempo, la apertura de la Casa Blanca es fruto del reconocimiento de la dramática situación en la que se encuentra militarmente Ucrania, una verdad que ni Washington ni sus aliados europeos habían estado dispuestos a reconocer hasta ahora.

Esta obstinada negación de la realidad ha hecho que durante meses y meses Occidente haya seguido empujando a Ucrania (con la complicidad del gobierno de Kiev) a enviar a decenas de miles de soldados a la muerte en una guerra que probablemente estaba perdida desde el principio.

Otro tabú que está cayendo es el estúpido principio de la pertenencia ineludible de Kiev a la OTAN, que nunca fue realmente aceptado ni siquiera por la anterior administración de Biden, pero cuyo coco fue decisivo para provocar este conflicto.

La crisis entre Washington y el viejo continente ha provocado el desmoronamiento de otras narrativas ficticias en las que se ha basado toda la retórica occidental de las últimas décadas.

Así, estamos oyendo por primera vez a analistas europeos decir que EEUU ya no está dispuesto a desempeñar el papel de garante del orden internacional liberal.

Esto no quiere decir que la propia administración Biden no haya pisoteado ya las instituciones de ese orden, o que no haya tratado igualmente a Europa como tierra de conquista.

Pero la fractura ideológica entre la administración Trump, que apoya a las fuerzas populistas del viejo continente, y las élites políticas europeas que se sienten amenazadas por tales fuerzas, ha llevado al colapso de toda pretensión.

Sin embargo, es algo aún más fundamental lo que está crujiendo temerosamente: toda la narrativa de Occidente como bastión de los derechos y la democracia.

Esto es lo que permite, por ejemplo, a Stephen Bryen, ex subsecretario adjunto de Defensa, admitir, con respecto a la liquidación de USAID (la agencia de ayuda internacional del gobierno estadounidense) por parte de la administración Trump, que

las revelaciones sobre la interferencia de Estados Unidos y la UE en el proceso electoral en Georgia, Serbia y Eslovaquia, y tal vez incluso Moldavia, subrayan la escualidez de la actual situación política en Europa.

Bryen afirma con franqueza que la USAID

actuó como una especie de tapadera de la CIA en muchos de los países mencionados, incluida Ucrania, y añade que,“una vez cortada esa fuente de dinero y apoyo, la UE se enfrenta a un grave problema que va mucho más allá de los recursos financieros: la engañosa tesis de que la UE (y con ella la OTAN) apoya la democracia queda ahora al descubierto. La pérdida de legitimidad es una amenaza real para las élites gobernantes”.

Unas declaraciones tan explícitas de un ex funcionario estadounidense habrían sido impensables hace un año.

No es fácil apaciguar los ánimos

Lo observado hasta ahora deja claro que, aunque la Casa Blanca ha ‘apaleado’ a Ucrania y Europa con el objetivo primordial de empujar a ambas, aunque recalcitrantes, a aceptar los términos de negociación que Washington acordará con Moscú, las repercusiones de este “tratamiento de choque” no son necesariamente fáciles de controlar.

Esto es cierto para las relaciones transatlánticas, pero quizás aún más para lo que podría ocurrir en Ucrania ante la perspectiva de unas elecciones y un posible cambio de poder, sobre todo por la influencia que aún ejercen los elementos nacionalistas en el país.

Además, el resultado de las negociaciones con Rusia dista mucho de ser seguro. La reunión entre funcionarios estadounidenses y rusos en Riad, la capital saudí, sentó las bases para la apertura de un diálogo cuyo contenido, sin embargo, aún está por definir.

El abismo de desconfianza y sospechas que separa a las dos superpotencias no será fácil de salvar. Durante años, los dirigentes rusos han declarado que consideran a Estados Unidos y a Occidente incapaces deformular y respetar acuerdos.

Restablecer un nivel mínimo de confianza mutua y formular los términos de un entendimiento que sea aceptable no sólo para Washington y Moscú, sino para todas las partes implicadas en el conflicto, será una tarea ingente.

Por último, como se mencionó al principio, Washington está intentando esta retirada ciertamente no como condición previa para una pacificación internacional más general, sino como condición previa necesariapara abrir una nueva y peligrosa confrontación: la que mantiene con China.

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