Sociológicamente, la sociedad dominicana se encontraba altamente transida. En lo institucional, en lo ético-moral, diezmada. Vilmente lacerada por aquellos que debieron protegernos. Nos dirigieron seres humanos postrados en la ignominia de la más execrable de la miseria: la espiritual. No crecieron. El enanismo constreñido no lo superaron ni aun con la jerarquía política y económica alcanzada. No basta la vastedad del alcance si no hay trascendencia, que solo se logra más allá de la materialidad alcanzada. El honor, la dignidad y la entereza encuentran cauce en el contenido verdadero de la legitimidad de las instituciones.
Nos encontramos en el salto dialéctico, la sociedad se ha empoderado. Acusa un protagonismo donde el eje transversal es el encuentro hacia una sociedad más decente, más institucionalizada. Es el primer plano de la confianza, de la credibilidad. Es la disrupción de la vieja política, en gran medida. La corrupción y la impunidad, sus secuelas, nos dejan en el olvido del estropicio de la historia. Borrón y cuenta nueva. No tirar piedra hacia atrás, configuran la prehistoria. Sintomatología de un nuevo escenario. ¡Es la consideración de que no podemos seguir armando los traumas de los paradigmas del pasado! Como nos decía Nicolás Guillen “Cualquier tiempo pasado, fue peor”.
República Dominicana puede y debe dejar atrás esta democracia aparente. Comenzar a cimentar la democracia efectiva, que es mejor distribución de la riqueza a través de mejor inversión en educación, salud, agua potable, servicios públicos y mayor rigor en los niveles de institucionalidad. Mejor calidad del gasto, mejor priorización y jerarquización de los mismos. No la agenda de los actores políticos per ser, si no de la ciudadanía. Es la búsqueda de una mayor y mejor cohesión social.
La cohesión social, muy poca evaluada en nuestra sociedad, nos ilustra de cómo andamos en el grado de interactuación social, los niveles de confianza, la posibilidad de construir proyectos colectivos, la singularidad del caudalado sinergético de la asociatividad y cooperación. Es la diversidad en medio del equilibrio y la prudencia, tamizado por la tolerancia en el encuentro de la discusión abierta, libre y transparente para lograr mejores niveles de verdadero desarrollo. Queremos crecimiento, situación sine qua non para el desarrollo. Sin embargo, ha de haber una política deliberada, audaz, emprendedora, para dejar como parte del pasado la desigualdad acompasada de terror horrido.
Realizaremos el rigor de un investigador, que ha de actuar con objetividad, con profesionalidad, con la mayor neutralidad ética, con validez, con confiabilidad. La necesidad de la búsqueda del hecho, de la causa y consecuencia. No de la secuencialidad, sino de la causalidad del fenómeno. En esa dimensión ética, es la búsqueda de la verdad y de develar todo lo que hay en ella, todo lo que podemos relievar y pautar para un ascenso de la sociedad. De plano, no mirar hacia atrás, nada de borrón y cuentas nuevas. Nada de la vieja política. Nada que implique una competencia y una dominación a través del clientelismo y la corrupción. Que las políticas públicas no contengan como soporte transversal a esas transgresiones abominables, aberrantes, execrables que nos hacen ser muy diferentes en los territorios públicos.
Es permear una democracia más efectiva en todo el tejido social-económico-institucional de nuestra formación social. Es la manera más expedita de truncar y neutralizar la fatiga democrática, sin contenido. Mientras más altos son los niveles de educación, más plausible es la valoración hacia la democracia. En cambio, aquellos que no han estudiado, el 27%, valora el autoritarismo como un blasón. Para ellos la dictadura es el camino. La democracia electoral, política, en miniatura conduce solo a una democracia aparente, de papel. Sin reformas estructurales se desvanece en el tiempo y gran parte de la ciudadanía llega a no importarle, si ella, no fragua respuestas en las condiciones materiales de existencia. En la calidad de vida de las personas. Allí donde no nos sintamos orgullosos por tener y que los demás no tengan lo mínimo vital para poder decir que son seres humanos.
Rupturar la fatiga democrática es el gran desafío por lo que abogamos por más y mejor democracia. El cambio de época nos exige un rompimiento con esta democracia de caja chica, con una democracia que, si sigue con los niveles de inequidad, corre al desfallecimiento. La fragilidad y fractura social se visibilizan con el tiempo en malestar social y con ello, múltiples expresiones del comportamiento colectivo.
Necesitamos de actores políticos y sociales que se caractericen por la coherencia entre pensar, decir y hacer. Como muy bien nos apunta Antoni Gutierrez-Rubi en su libro La Fatiga Democrática “Hemos dejado de recordar para buscar, hemos dejado de pensar para buscar, y estamos casi dejando de decidir para estar en la búsqueda permanente. La relación entre el bien abundante (la información) y el bien escaso (el tiempo para procesarla) está provocando que las reacciones desplacen a las reflexiones en nuestros procesos cognitivos”.
Se requiere de una nueva mirada de la política, con sentido, que desbroce como nos diría Byung Chul Han en su libro La desaparición de los rituales, la necesidad de dejar las patologías del presente, que no son más que contornos del pasado, que no nos permiten augurar el futuro. En nuestra sociedad esos rituales han constituido una nostalgia y añoranza del pasado, de exclusión para la inmensa mayoría