El dilema moral de la oposición política dominicana frente a la crisis de legitimidad del gobierno del presidente Abinader.
Por Juan Carlos Espinal.
Los líderes septuagenarios de la oposición política dominicana están plenamente conscientes de que el detonante final de la guerra civil haitiana no es sino que el resultado de la explotación del hombre por el hombre.
Los líderes de la oposición política dominicana saben que la expansión de la guerra civil haitiana es además una natural respuesta a las políticas económicas fondomonetaristas qué en Haití han venido profundizando las desigualdades sociales disparando las brechas científico-tecnológicas.
En el diálogo oficialismo-oposición convocado por el gobierno del presidente Luis Abinader se debería entender que las políticas neoliberales del FMI fracasaron en la región caribeña dada la implosión social, cuando el sistema de partidos políticos no fue capaz de orientar su triunfo en una dirección correcta.
A contra corriente, la resistencia armada de los paramilitares haitianos frente a la ocupación multinacional se mantiene en pie transitando un proceso politico emancipatorio.
Es preciso indicar que las revoluciones del siglo XX en América Latina, confirman lo que nos han enseñado las veinte revoluciones triunfantes en el mundo, desde la revolución rusa de 1917 que cumple cien años, hasta la vietnamita y la china:
Que los pueblos, los trabajadores y los campesinos pueden derrotar a las clases dominantes y al imperialismo.
Éste es un tema mayor, ya que a lo largo de los últimos cien años se han producido revoluciones cada cinco o seis años, si contamos apenas las que llegaron al poder y se consolidaron.
Si sumáramos además las que fracasaron en ese empeño, probablemente habría que duplicar la cifra total.
En todo caso, comprobar que los pueblos pueden vencer, debe llenarnos de esperanza en estas horas de ofensivas de la extrema derecha y los retrocesos de las izquierdas.
Como hemos señalado en varias oportunidades las revoluciones sociales han seguido una estrategia en dos pasos:
En primer lugar, toman el poder y luego transformar de manera radical la sociedad.
En segundo lugar, los procesos revolucionarios siempre han mostrado mayores dificultades, al punto que tres revoluciones en nuestro hemisferio estallaron desde dentro, por diversos motivos.
En el caso mexicano y el boliviano, la falta de una dirección política opositora unificada con claridad de criterios, por ejemplo.
En el caso nicaragüense, la revolución sandinista nos enseña la combinación entre la presión exterior (que siempre está presente); y los límites, tanto políticos como éticos, del injerencismo de la clase gobernante de los Estados Unidos, solo para explicar el sonado fracaso de la Doctrina Monroe explicada a partir de su esencia contra revolucionaria.
El caso de Cuba es más complejo.
La oposición política dominicana debe entender que los problemas geopolíticos no devienen de la falta de una fuerza hegemónica, ya que la dirección encabezada por Fidel Castro mostró siempre caminos concretos a una población que desde los primeros días estuvo dispuesta a seguir a sus dirigentes.
En el marco del diálogo propuesto por el gobierno del presidente Abinader hay cuestiones estructurales que me parecen mucho más pertinentes y que explican las enormes dificultades para transitar un camino diferente al imperialismo, del cual la isla parecía haberse apartado y que ahora en esta administración gubernamental del parece querer retomar.
Desde la mirada actual, el caso haitiano es similar a los acontecimientos históricos de la década de 1990, cuando el presidente Jean B. Aristides impulsaba relaciones sociales no capitalistas en el trabajo (apelando al trabajo comunitario) y en la vida cotidiana.
Cuando para entonces el presidente Joaquín Balaguer se debatía entre Washington y Haití, en las sociedades de transición de América Latina la ley del valor debía regular la economía, así como las contradicciones entre mercado y la soberanía de los estados, entre muchas otras cosas.
El presidente Aristides apelaba siempre a la conciencia de los trabajadores haitianos para acotar los estímulos materiales que fomentaban, en su opinión, la reproducción del capitalismo salvaje.
Junto a la revolución cultural china y los primeros años de la revolución rusa, la haitiana representó los mayores intentos por trascender la realidad heredada.
En los casos mentados, el retroceso no se debió al imperialismo (que hizo su trabajo) sino a dificultades internas, que podemos establecer en un punto nodal: la mayor parte de la población se levantó porque vivía muy mal pero cuando empezó a vivir mejor, la potencia de la conciencia social se fue desvaneciendo hasta quedar en una suerte de apoyo pasivo al sistema de Partido-Estado.
Quiero poner el acento en la actitud de los pueblos más que en los supuestos errores de las direcciones de los partidos y del Estado, porque quienes en público decimos ser demócratas debemos aceptar que la historia la hacen los pueblos, no los gobiernos.
No quiero decir que la actitud de los vecinos haitianos no tenga importancia.
Pero en última instancia, quienes pisan el acelerador o el freno en los procesos de cambio, son los pueblos, las clases sociales y las generaciones más jóvenes.
La segunda cuestión a destacar es que la revolución haitiana es hija legítima de las guerras de expansión imperialistas.
En consecuencia, en el poder de la clase gobernante de los Estados Unidos se instala un grupo dispuesto de forma oligarca, integrado por hombres blancos no ilustrados.
Esa disposición del nuevo poder imperial es imprescindible para comprender la desestabilizacion geográfica de la inmigración vista desde el prisma de las clases dominantes y el neo colonialismo.
La clase gobernante estadounidense es un obstáculo para que la sociedad haitiana pueda avanzar en el sentido más igualitario.
Estamos ante un problema estructural que afectó a todos los procesos de cambio social, de modo relativamente independiente de quiénes estuvieran al frente del aparato estatal.
Este gobierno del presidente Abinader es el que ha encabezado la desconstrucción de los poderes estatales, en general, desarticulando o minimizando los partidos políticos y consecuentemente ha destruido todas las formas de poder popular.
En este punto, quiero tomar distancia de quienes desde el gobierno del presidente Abinader atribuyen los fracasos históricos a las corrientes políticas que en el pasado se hicieron con el poder en Haití, ya que pienso que estamos ante una dificultad mayor, que se relaciona con la imposibilidad de pensar la emancipación del Pueblo haitiano más allá del horizonte estatal.
Probablemente, la disposición de la clase dirigente tenga alguna relación con esta cuestión que vale la pena reflexionar.
La tercera es que nunca hemos contado con una economía que se haya revelado mucho más allá del sub desarrollo imaginado.
Una economía que no funciona en base a la división entre el trabajo manual y el intelectual, entre quienes mandan y quienes obedecen, entre ciudad y campo, entre producción y distribución.
Considero que la oposición política dominicana se encuentra en un dilema moral muy delicado y muy oscuro en los debates actuales, pero también esté fenómeno lo fue en la historia.
Recordemos que en el caso haitiano Juan Bosch defendía el derecho público internacional proponiendo que la Constitución Dominicana debía ver más allá de la propiedad privada o estatal de los medios de producción.
No contamos en esta sociedad actual con una economía desarrollada con impulso propio, auto-sustentable y capaz de reproducirse a sí misma sin la intervención de agentes externos al ciclo económico, como el Estado o el partido.
Esta es una desventaja muy seria para los procesos de cambio.
Sólo las economías comunitarias y la llamada economía solidaria están en condiciones de ofrecernos ejemplos vivos de otra economía posible, pero no son consideradas alternativas para la inmensa mayoría de los diferentes actores del campo popular.
La cuarta, muy relacionada a la anterior, es que la cultura hegemónica entre nosotros y la clase dirigente haitiana es la cultura del neoliberalismo y del patriarcado, y que cambiarla ha mostrado ser mucho más difícil de lo que creíamos.
Una nueva cultura diplomática no se crea y ejercita en poco tiempo.
Pero, sobre todo, para que algún día llegue a ser una política exterior de República Dominicana aceptada como el “sentido común” de las mayorías, se requiere de un largo proceso de décadas o siglos de educación.
La quinta cuestión es que la clave de una relación estable con Haití debe partir de quiénes detentan el poder.
En ninguna de las revoluciones dominicanas el poder ha descansado, durante un período más o menos largo, en los trabajadores y los campesinos.
Incluso en Haití, el poder de los independentistas fue efímero.
Luego sobrevino la esclavitud imperialista para frenar la revolución.
La cultura capitalista nació, lentamente, a partir de mediados del siglo XIV, cuando la peste negra creó las condiciones materiales y espirituales para superar la cultura hegemónica bajo el feudalismo.
Sólo con los siglos y la sucesión de catástrofes, pudo convertirse en sentido común.
De las cinco cuestiones mencionadas, creo que la decisiva es quién tiene el poder.
En general, se lo han apropiado los encargados de gestionar el Estado, dando nacimiento de gestores políticos que no son propietarios de los medios de producción, pero los utilizan en su propio beneficio ya que los controlan a través de la gestión.
A mi modo de ver, este es un punto ciego del pensamiento crítico dominicano, demasiado focalizado en la propiedad privada de los medios de producción y muy poco en la gestión social y en la división del trabajo.
A través del control de los medios que formalmente pertenecen al Estado y del control del aparato estatal, los burócratas del gobierno del presidente Abinader se apropian de los excedentes generados por los trabajadores.
No hace falta tener la propiedad si con tener la gestión del aparato estatal alcanza para formar parte de una clase explotadora.
La realidad de los fondos de pensiones, que tienen infinidad de pequeños propietarios pero son dirigidos por gerentes que ganan fortunas, debería movernos a investigar y analizar esta nueva realidad del neo liberalismo que no conocieron ni Marx ni Lenin.
A propósito, Mao TSE Dong escribió durante la revolución cultural acerca de la nueva burguesía que estaba naciendo bajo el poder estatal, sin necesidad de ser propietaria ni de la tierra ni de las fábricas.
En apretada síntesis: la oposición política dominicana puede aprovechar la coyuntura histórica para tomar el poder, pero los pasos siguientes son mucho más difíciles y hasta ahora nadie en ningún lugar ha conseguido crear una sociedad como la que seguimos imaginando, soñando y deseando.
Creo que el proceso político haitiano forma parte de los límites que habían mostrado las contra revoluciones anteriores y se propone tomar otra dirección, bien diferente a las que conocimos.
Quiero expresar una aproximación a esa realidad en tres puntos.
Uno: Estamos ante poderes imperiales de nuevo tipo, que no se parecen a los de la pos guerra pero pueden tener algo en común con ella.
Lo más destacable del conflicto geopolítico es que la lógica y la cultura moldean y modelan todos los espacios del poder político nacional.
Dos: La sociedad Dominicana ha construido un pueblo, con todos los atributos que tiene una sociedad, desde la educación y la salud hasta la producción y la distribución en formas diferentes a la haitiana.
Tienen bancos que hacen préstamos a las bases de apoyo y han logrado poner en pie un sistema económico que se sostiene y reproduce, y en el cual los trabajadores son el motor de la autonomía estatal, que es la seña de identidad que caracteriza la soberanía.
Tres: El grupo económico que llegó al poder con Luis Abinader se colocó pronto por debajo de las posibilidades colectivas, al servicio de sus bases de apoyo.
Ese proceso se profundizó en la pandemia COVID-19 cuando decidieron dejar al ejército como instancia de defensa y vigilancia, interveniendo e interfiriendo en los asuntos de la ciudadanía.
Por último, la transición del diálogo oposición – oficialismo es difuso cuando se nos habla de un mundo nuevo.
La historia nos enseña que la transición de Haití de la ingobernabilidad a la estabilidad es una experiencia que probablemente necesite autonomía.
Puede parecer extraño, pero lo mejor que podemos hacer para impulsar la estabilidad en Haití, es crear, potenciar, difundir y sostener experiencias soberanas como las que –en mayor o menor grado de extensión- existen ya en nuestro continente.