El intenso período de ausentismo político muestra el alto grado de heterogeneidad ideológica que caracteriza la polarización.

Por Juan Carlos Espinal.

Asistimos a la emergencia de un fenómeno transversal común: la insatisfacción del electorado.

En el siguiente artículo se analizará el caldo de cultivo político-institucional, económico, social y de baja cultura política que ha provocado la abstención electoral del 46 % registrado en las elecciones generales del año 2024.

El desarraigo político del 46% del electorado qué rechazó de forma mayoritaria las propuestas de los partidos políticos, a la elite política tradicional y el funcionamiento de las instituciones democráticas es un tema que se contempla a partir de las diversas y heterogéneas características que expresan la composición social del sufragio bipartidista.

Es preciso establecer que los liderazgos políticos que encarnan el Bipartidismo PRM-FP ratifican la existencia del fenómeno que va más allá de las particularidades locales.

El sistema de partidos políticos dominicanos vive un intenso proceso de fragmentación interno qué pone a prueba la dramática reducción de sus bases de sustentación.

Los diferentes comicios están mostrando la heterogeneidad política, la ilegitimidad de las victorias de la derecha económica demostrando que ante la grave crisis de representación, tanto oficialismo como oposición, han tenido que coexistir para evitar desaparecer.

Más allá de la presencia de 34 organizaciones politicas, la mayoría de las elecciones congresionales, municipales y presidenciales tienen algo en común:

Un electorado significativo de la población que vota en contra de, en lugar de a favor de-, y ejerce un voto de castigo pero en favor de l@s candidat@s del establecimiento sin cambiar a la élite política y sin transformar las instituciones.

A lo interno de las organizaciones políticas existe un escenario de insatisfacción generalizada caracterizado por la poca capacidad de inclusión de los trabajadores en las políticas públicas.

Los militantes también crítican el funcionamiento del sistema político y a las instituciones como intermediarias entre los ciudadanos y un Estado incapaz de garantizar derechos.

En este contexto, el líderazgo político se ha visto enfrentado con situaciones y características propias de las divisiones lo que ha encauzado a su favor el descontento, llevándola a la oposición a la marginalidad del escenario político.

Como ya hemos señalado, el hastío social con el sistema representativo y las principales instituciones que lo representan (partidos políticos, poder Judicial, poder Legislativo y poder Ejecutivo) se manifiesta en un voto contra el sistema.

Con sus correspondientes variaciones nacionales, la corrupción generalizada y la desestabilización política, que desde el gobierno del presidente Abinader se ejerce, ha convertido al país en una controversia permanente.

En el pasado, en los períodos 1996-2000, 2004-2012 y 2012-2019 era frecuente encontrar una solución a la crisis de representación.

Aun cuando la ingobernabilidad democrática se manifestaba, el caso Odebrecht y sus implicaciones al más alto nivel político, económico y financiero determinaron un cambio.

Con el aumento de las desigualdades la paciencia ciudadana había llegado al límite.

Y aunque no se exprese con la rotundidad de una ruptura, el 46% del abstencionismo continúa profundizando la falta de confianza con los políticos-sistema.

El caldo de cultivo para el fenómeno del ausentismo se manifiesta al calor del deseo extendido en la sociedad Dominicana resumido en el parentesco de la élite política.

Durante la crisis pos COVID-19 el malestar ciudadano tumbó las esperanzas de la clase dirigente gobernante.

Con elecciones los votantes acabaron con 20 años de dominio del PLD, terminaron con 40 años de hegemonía de PRD y PLD y eliminaron el predominio de 30 de 34 organizaciones políticas que no alcanzaron el 1% de los votos válidos.

En América Latina y el Caribe cayeron gobiernos en Perú (2000), Ecuador (2000 y 2005), Argentina (2001) y Bolivia (2003).

Con la crisis económica (2000-2004), la división del PLD (2019), la baja legitimidad de los gobiernos del presidente Abinader(2020-2028), y la emergencia de nuevos liderazgos se abrió un nuevo capítulo en la historia política contemporánea marcado por la inestabilidad política, largas hegemonías partidistas y el fin de la participación.

Estas formas de hacer política empezaron a declinar 10 años después por la desaceleración económica de 1984, la crisis de entre 1990-1994 y el desgaste de nuevos y viejos liderazgos qué provocó el renacimiento del malestar ciudadano convertido en un fogón social con triple malestar:

1-Rechazo al marco político-institucional.

2- Rechazo a las malas prácticas de las administraciones públicas.

3- Rechazo a las políticas económicas, la crisis y la desaceleración.

4- Rechazo a la caída de las expectativas de mejora intergeneracional y miedo a perder el estatus socioeconómico alcanzado, especialmente entre las heterogéneas clases medias.

Diferentes estudios de opinión ratifican lo dicho.

Desde hace años Latinobarómetro refleja la desafección creciente de las sociedades latinoamericanas con sus democracias, su clase política y las instituciones republicanas, aunque el problema no es sólo regional: también se da en la UE y en Estados Unidos.

En ésta década aumentó el ausentismo político tras la expansión de las nuevas clases medias y sus crecientes –ahora desatendidas– demandas ciudadanas.

El malestar en la opinión pública nacional muestra el descenso del apoyo a la democracia, con una pérdida de 18 puntos desde 2012 a 2024, pasando del 72% de participacion al 54%.

Existe, además, una erosión de la democracia y de quienes la dirigen.

El cambio de tendencia económica evidenció el desgaste de los gobiernos de pos guerra, ya que desde entonces los gobiernos poseen menores recursos por la caída de las exportaciones.

Algunos gobiernos son derrotados en las urnas porque estas sociedades de clases medias exigen un mejor funcionamiento de los servicios públicos y exteriorizan más su descontento.

La población descree de las instituciones y de los partidos políticos y una parte importante de la ciudadanía tampoco cree en la democracia.

El respaldo a la democracia representativa 1966-2024 no es tan sólido en relación a otras instituciones, como los partidos políticos.

La existencia de una administración pública ineficaz e ineficiente para proveer servicios adecuados polariza a las clases medias y rebaja la popularidad presidencial.

Entre los años 2000-2020 las clases medias salieron a las calles para reclamar mejor educación pública.

Las oeneges ocuparon las calles exigiendo mejoras en el transporte y los servicios públicos.

En 2019, la sociedad civil corporativa se movilizó contra la corrupción mientras las clases medias condujeron a la caída del PLD.

Estos ejemplos tienen puntos en común: en un contexto de bajo crecimiento económico, el Estado no garantiza la seguridad ciudadana, ni servicios públicos (salud, educación, transporte) adecuados y muestra signos de estar penetrado por la corrupción, provocando fuertes protestas sociales, lideradas por las clases medias.

Durante el boom del crecimiento económico de finales de los 90s y la década del nuevo milenio el consumo se disparó y disminuyó la pobreza.

Millones de personas ascendieron socialmente.

Pero la clase media es un segmento social muy heterogéneo.

Su parte inferior está muy expuesta a retornar al estrato social precedente dada la inexistencia de coberturas sociales y de un colchón económico protector.

La clase media teme perder el estatus y la capacidad de compra adquiridos.

El bajo crecimiento económico actual, entre el 2% y el 3% del PIB promedio regional, es insuficiente para atender sus expectativas crecientes, mientras amenaza las conquistas sociales previamente alcanzadas.

Tampoco alcanza para reducir la pobreza (de hecho, ésta y la desigualdad han vuelto a aumentar) ni para crear el número requerido de empleos de calidad.

Existe desde hace años un caldo de cultivo que propicia un voto de rechazo hacia el sistema representativo y hacia la clase política tradicional.

El rechazo se extiende a la administración del PRM que se muestra ineficaz para poner en marcha estrategias de mejora de los servicios públicos.

Éste malestar tiene profundas raíces históricas.

Si bien no es un fenómeno reciente, se agudizó en la últimas dos décadas.

Sus antecedentes se remontan al comienzo de la transición, en la década de 1980.

Específicamente se materializa en 1984.

Desde el año 2000, y especialmente en 2003, su principal manifestación es la insatisfacción.

Y si bien éste se extiende por diversos países latinoamericanos, sus características son diversas dada la heterogeneidad existente y los diferentes procesos político-electorales en marcha.

El ausentismo politico es una natural catársis y responde al profundo y extendido malestar hacia las instituciones y sus representantes.

Éste rechazo busca alternativas a los partidos y liderazgos tradicionales mediante el apoyo a figuras que se presentan como alternativas aunque realmente no lo sean.

En la actualidad, los líderes políticos transmiten un mensaje de ruptura y no exigen la reforma del sistema electoral.

Este modelo político se vincula al conservadurismo de clase caracterizado por una fuerte polarización, más política que ideológica.

Ésta polarización convive con la progresiva fragmentación del espectro político y los partidos y fuerzas sociales situándose dentro de esa dinámica.

Los partidos políticos dominicanos giraron hacia el pragmatismo y la moderación durante decadas respaldando proyectos conservadores.

Hemos reiterado qué después de la guerra civil de 1965, la Reforma a la Constitución de 2010 y la división del PLD en 2019 que pasaremos a la historia como una sociedad de baja cultura democrática.

El voto de insatisfacción no es lineal ni unívoco sino diverso y heterogéneo en progresión.

Está poco definido en función de quién lo encarna y lo hace visible y con sentido.

Es más, un voto contra el sistema es un mensaje a favor de una transición y más que contra el sistema su esencia es reaccionaria.

Por eso el Bipartidismo es encauzado por liderazgos fuertes, aunque de diferente tendencia política.

No obstante, la movilización del voto ultraconservador evangélico y defensor de los valores anti inmigrantes va más allá de los matices valóricos que comparten una idiosincrasia anti-establesimiento y antipartido que a su vez está alimentada por unas clases medias frustradas frente a gobiernos superados por la desafección popular, dada su mala gestión y la falta de políticas públicas adecuadas.

Los movimientos sociales que articulan el abstencionismo no ejercen ninguna pedagogía política sobre sus electorados.

Sólo alimentan la sensación de hartazgo y desafección.

Provocan una indudable expectativa prometiendo cambios profundos rebajando el contenido del discurso.

Para captar una mayoría de votantes, sus soluciones son directas, sencillas y poco elaboradas.

El presidente Abinader es un buen ejemplo, pues más allá de su giro conservador, el mensaje que caló en la ciudadanía reunía esas características.

Su rigidez ideológica transmitió la idea de que había un solo culpable de la pobreza, la desigualdad, la corrupción y el débil crecimiento económico, resumido en la idea de un cambio.

Ese molde se hizo pedazos porque la gente ya no quiere políticos corruptos, prepotentes, fantoches, falsos omentirosos.

El presidente Abinader prometió que los problemas estructurales del país tienen solución si acabamos con la corrupción, origen de todos los males.

Tras su victoria, la sociedad Dominicana ha reducido sus expectativas de que el nuevo gobierno mejore en el corto plazo la economía, la seguridad y la política.

América Latina y el Caribe es la región más desconfiada del mundo:

8 de cada 10 latinoamericanos no confían en el otro, mientras que en los países nórdicos ocho de cada 10 sí lo hacen.

Y los latinoamericanos confían todavía menos en las instituciones: sobre todo en los partidos políticos, que ocupan la parte más baja de la lista (solo el 15% confía en los partidos).

Esa marcada desconfianza conduce a una sociedad de escépticos, con sus consecuencias políticas e institucionales.

El apoyo a la democracia según el Latinobarómetro ´ha caído desde el 61% en 2010 al 53% 2017, con uno de cada cuatro latinoamericanos (25%) indiferente respecto al tipo de régimen.

Esa desconfianza y escepticismo dan lugar a sociedades más exigentes respecto al funcionamiento de un sistema que incumple las expectativas de profundización de la democracia.

Los latinoamericanos, especialmente las clases medias, son más exigentes.

Ya no aceptan lo que admitían a comienzos de siglo (corrupción, desigualdad, violencia y el clientelismo tradicional no sacia las expectativas sociales.

Han emergido sectores sociales que son ciudadanos que apoyan la democracia pero que están insatisfechos con su funcionamiento. Esa mayor exigencia conduce a una sociedad más crítica: el 46% de los ciudadanos cree que se gobierna en beneficio de unos pocos grupos poderosos.

Los nuevos actores sociales (las clases medias) poseen nuevas demandas (seguridad ciudadana, transparencia, un Estado eficiente, buenos servicios públicos y una sólida expansión económica) no canalizadas por una clase política cuya esencia sigue siendo la cultura-política tradicional (partidocrática y clientelar).

En este clima de desconfianza e insatisfacción aparecen y prosperan nuevos actores, alternativas a los partidos y a los liderazgos históricos.

En realidad, el momento electoral posee elementos propios y distintivos para cada organización política así como comunes para la mayoría de los electores sin que ninguno propicie la ruptura.

América Latina está mostrando otros ingredientes que la caracterizan: por ejemplo, la alta heterogeneidad de los procesos, la creciente fragmentación partidaria, la pervivencia de las opciones populistas, la decadencia de la polarización tradicional izquierda-derecha y la tendencia hacia la polarización política.

Entre los elementos comunes y transversales a todo el ecosistema político se encuentra la utilización por la ciudadanía de las urnas como una herramienta de castigo a los partidos tradicionales, a la clase política y al mal funcionamiento de las instituciones democráticas: la insatisfacción contra el sistema –no tanto antisistema– que provoca que el electorado latinoamericano vote contra alguien más que a favor de algo.

Acude a las urnas con irritación, hastío y desafección, como una manera de dar un virtual golpe en la mesa que provoque el final de la hegemonía.

Lo importante, lo que posee valor intrínseco para el votante, es que se produzca el cambio, no tanto la calidad y características del mismo.

El abstencionismo prospera en el actual contexto socio-cultural donde existe una ciudadanía de clase media atrapada en un círculo vicioso: el de una sociedad donde predomina la desconfianza entre los individuos y con respecto a las instituciones.

Una desconfianza que conduce al escepticismo, a elevar los estándares de exigencia y a ser, finalmente, hipercríticos, lo que reinicia el proceso de desconfianza.

La desconfianza, el escepticismo, la alta exigencia y la crítica alimenta la insatisfacción, que se traduce en la elevada desafección ciudadana hacia la clase política, el funcionamiento de las administraciones públicas y las instituciones democráticas.

En la actual coyuntura se ha incrementado la desafección y se ha profundizado la incertidumbre.

A diferencia de otras épocas la ciudadanía no se ha refugiado en la abstención y el apoliticismo, sino que ha dado paso a la conformación de un electorado en busca de un líder que encauce el desencanto.

El malestar ha crecido y se ha reactivado, alimentado por el contexto político y socioeconómico (desaceleración económica, clase media emergente, consolidada y más empoderada, mayor visibilidad de los escándalos de corrupción y menor capacidad de los estados para mantener los mínimos estándares de buen funcionamiento para los servicios públicos).

Se ha reactivado por el incremento del hartazgo ciudadano transformado en el voto castigo.

Un voto que ha llegado para quedarse, al menos mientras subsista un crecimiento económico débil y bajas expectativas de mejora social. El fenómeno ha encontrado líderes (más que partidos o movimientos) con amplias trayectorias dentro del propio sistema político (no outsiders, pero tampoco políticos con experiencias previas con altas responsabilidades a escala nacional) que atraen, desde posicionamientos ideológicos heterogéneos, a sectores descontentos con mensajes demagógicos y altas expectativas difícilmente cumplibles dada la fragmentación partidista, menores recursos fiscales y carencia de experiencia o suficientes apoyos propios.

Mirando desde ahora al 2028,creemos que el electorado, en circunstancias como las de República Dominicana, a la hora de elegir entre guiarse por la incertidumbre hacia el statu quo o por el miedo al abismo que supone la continuidad de un cambio repleto de incertidumbre preferiría la estabilidad.

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