El latido de la hora

Daniel Beltré López

Un congreso elector en sede de un arduo proceso de construcción partidaria llega entre circunstancias fascinantes paradójicamente tocadas por un mundo de tensiones.

Es una oportunidad para que muchos compañeros alcancen laureles más que merecidos; también, para que otros, los que aún se encuentran en los andamios levantando los muros, sean bajados sin contemplación con las manos llenas de los aperos de la obra.

La inteligencia viva del liderazgo partidario ha procurado evitar que una mano de obra diestra, por demás, escasa, quede cesante. Para lograrlo ha dado paso a un catálogo de nueve criterios que se revelan como verdadero remedio ante la amenaza de un proceso de destrucción de capacidades extrañamente obrado por la democracia.

Sin embargo, el catálogo de medidas, dado el momento que vivimos, el cual sugiere la necesidad de mantener el entusiasmo vital que reina en los andamios, nos llega insuficiente.

Muchos miembros de la Dirección Central, atochados de méritos a lo largo del proceso de construcción de nuestro Partido, quedan fuera de los cálculos sobre los que se levanta el pliego de criterios cuya sombrilla persigue proteger calidades forjadas en la fragua del trabajo movido por la convicción y el arrojo.

También quedan fuera líderes que sin más rango que el otorgado por la entrega honrada y afanosa se hicieron devotamente a dirigir en los territorios más sinuosos, con resultados orgánicos tangibles, con la entrega de sus propias manos, la construcción de esta casa.

Un proceso de depuración de una dirección central con una matrícula elefantiásica, expresada en ausencias, deserciones, renuncias -las menos-, inhabilitación, y desafortunadamente, muertes, podrían dar paso a vacancias llamadas a ser bien ocupadas.

Una medida más heroica, caso de que los números no honren el propósito, sería convocar a la Dirección Central, modificar su matrícula hasta concurrencia de una presencia real que permita disponer de nuevas plazas a ser electas y de una nueva reserva que potencie el entusiasmo vital, fuerza motriz de toda gran obra, permitiendo así, como se ha querido, dar a César lo que es de César.

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