El sionismo no se detendrá, para alcanzar sus objetivos el mundo árabe debe colapsar
Lorenzo María Pacini– En el Gran Israel, solo puede haber sionismo israelí.
Por Diario La Humanidad
El cristianismo y el islam deben primero ser explotados y luego prohibidos
El plan es claro
Cuatro semanas después de la firma de los Acuerdos de Abraham —firmados el 15 de septiembre de 2020 con mediación estadounidense y con la participación de los Emiratos Árabes Unidos y Baréin—, las autoridades israelíes de planificación urbana autorizaron la construcción de 4.948 nuevas viviendas en los territorios ocupados de Cisjordania. Sin declaraciones públicas significativas, sin movimientos de tropas: solo aprobaciones burocráticas que marcan un paso más en la expansión de la presencia israelí. Este avance, envuelto en la retórica de la «paz», se produjo en silencio, reflejando un enfoque consolidado: avanzar con la normalización cuando la región se muestra conforme, e intensificar la colonización cuando la atención internacional disminuye.
Esta lógica se arraiga en el modelo expansionista del sionismo: siempre que es posible, se emplea la fuerza militar; cuando no es conveniente ni factible, se recurre a la penetración indirecta mediante acuerdos de seguridad, cooperación económica y alianzas de inteligencia. E
sta doble estrategia —basada en la conquista física y la consolidación hegemónica— ha estado vigente desde 1967 y hoy se extiende sin control desde el río Jordán hasta el océano Atlántico.
Seamos claros: el proyecto sionista, en todos sus aspectos, no se detendrá. El mundo árabe representa un obstáculo para la construcción del Gran Israel y la manifestación de la hegemonía sionista.
El proyecto del «Gran Israel» se manifiesta en dos niveles: por un lado, la anexión de territorios palestinos, y por otro, el control geopolítico de la región por medios indirectos. Y, si queremos ampliar nuestras proyecciones, debemos considerar que el Gran Israel es el punto de partida, no el punto de llegada.
Esta visión se basa en la ideología sionista, que contempla la dominación judía sobre toda la «Tierra Bíblica de Israel». Cuando la ocupación directa no es sostenible, Tel Aviv prefiere maniobras de influencia y desestabilización que socavan la soberanía de los estados árabes vecinos. Las dos dimensiones —territorial e imperial— son interdependientes.
Esta estrategia tiene profundas raíces. Zeev Jabotinsky, el padre del sionismo revisionista, quería el control de toda la Palestina del Mandato Británico y más allá, argumentando que la colonización debía llevarse a cabo incluso contra la voluntad de las poblaciones locales. David Ben-Gurion, si bien aceptó públicamente la partición en 1937, consideró ese compromiso solo como una fase inicial hacia la expansión posterior, confirmando la intención de extender las fronteras a toda Palestina una vez que el aparato militar israelí se hubiera fortalecido, como de hecho sucedió. Al principio, el poder militar de Israel era insuficiente para operaciones a gran escala, por lo que se desarrolló la «doctrina de la periferia», mediante la cual Israel cultivó alianzas con estados no árabes y minorías marginadas (el Irán del Sha, Turquía, los kurdos iraquíes, los cristianos sudaneses), debilitando indirectamente a sus rivales árabes. Esta estrategia, ahora adaptada, también es visible en las relaciones recientes con las comunidades drusas del sur de Siria.
Normalización significa influencia
La penetración israelí en el mundo árabe ha alcanzado un nivel sin precedentes. Los Acuerdos de Abraham han abierto la puerta a una cooperación económica, militar y tecnológica a gran escala.
Los tratados históricos con Egipto y Jordania fueron solo el comienzo, y los Emiratos Árabes Unidos se convirtieron posteriormente en un socio comercial destacado.
Lo mismo ocurre en el Magreb: Marruecos, por ejemplo, ha adquirido armas y firmado acuerdos industriales en el sector de los drones, convirtiéndose en un centro de producción de sistemas UAV israelíes. Todo esto ha creado un corredor geopolítico que conecta a Israel con el Golfo Pérsico y el norte de África, ampliando su acceso a rutas estratégicas, espacios de inteligencia y mercados cruciales.
A medida que se intensifican las relaciones económicas, la colonización continúa. Arrasan todo, indiscriminadamente; expulsan a los palestinos sin cuestionamientos; conquistan las tierras que consideran «derecho divino». La infraestructura está diseñada para aislar a las comunidades palestinas en enclaves desconectados, imposibilitando la formación de un estado autónomo.
Israel también ha consolidado su presencia en Siria (en la región de Quneitra, cerca de Damasco y Deraa), aprovechando el caos tras la caída de Asad y la toma del poder por parte del grupo yihadista HTS, liderado por Ahmad al-Sharaa (anteriormente conocido como al-Julani). En el Líbano, mantiene el control de zonas clave como las Granjas de Shebaa y las colinas de Kfar Shuba, así como posiciones militares a lo largo de la Línea Azul.
La expansión se ve enmascarada por la integración. Hoy en día, la ocupación israelí ya no se manifiesta únicamente a través de las armas, sino que se apoya y alimenta mediante acuerdos diplomáticos y flujos comerciales. La «normalización» no ha detenido la ocupación: la ha hecho más efectiva.
Cada nuevo acuerdo con los países árabes aumenta la capacidad de Israel para extender la colonización y fortalecer el control militar.
Ya hay planes en marcha para duplicar el número de colonos en los Altos del Golán y aumentar la presencia militar en zonas vulnerables.
Las consecuencias se están sintiendo: Egipto está construyendo un muro en la frontera con Gaza para gestionar los posibles flujos de desplazados; Jordania ve amenazados sus recursos hídricos; Siria y el Líbano están bajo creciente presión para normalizar las relaciones con Israel.
El proyecto del Gran Israel avanza: por un lado, absorbe territorios; por otro, influye en las decisiones soberanas de los Estados árabes. Juntos, representan dos caras de una misma estrategia: anexión y subordinación.
Y todo esto, seamos claros, no se detendrá en Palestina.
El sionismo es visceralmente anticristiano y antiislámico. Todo lo que no se adhiera al judaísmo sionista debe ser eliminado.
Desde una perspectiva islámica, la crítica al sionismo se basa en varios niveles. En primer lugar, el sionismo, en su forma estatal, ha llevado a la confiscación y ocupación de lugares sagrados musulmanes —principalmente Al-Aqsa en Jerusalén—, con una erosión progresiva del acceso y la gestión de los lugares sagrados. Esto no es solo una violación política, sino también espiritual, ya que la soberanía islámica sobre Jerusalén se considera un deber religioso, arraigado en el Corán y la tradición profética. El rechazo sionista a la soberanía árabe —expresado en la marginación de las instituciones religiosas islámicas en los territorios ocupados— es una negación de la Umma, la unidad de la comunidad de creyentes, y de su legitimidad para salvaguardar los lugares del islam.
De igual manera, el cristianismo, especialmente en sus manifestaciones orientales, también ha sufrido un enfoque sionista excluyente. La imaginación teológica sionista, que exige una «redención territorial» judía de Palestina, excluye la presencia histórica y cultural de las comunidades cristianas indígenas, reduciéndolas a minorías toleradas o sospechosas. El odio talmúdico hacia los cristianos es bien conocido. Para muchos cristianos palestinos y de Oriente Medio, el sionismo representa una forma de secularización nacionalista que vacía a la Tierra Santa de su valor universal, transformándola en un patrimonio étnico-religioso exclusivo.
En su afán por crear un Estado judío exclusivo, el sionismo ha promovido dinámicas de exclusión y deslegitimación de las demás religiones abrahámicas históricamente presentes en Palestina. Esto lo convierte en una antítesis ideológica de cualquier visión pluralista y compartida de los lugares y comunidades sagrados que han coexistido allí durante siglos.
No deberíamos sorprendernos si pronto vemos surgir conflictos entre las potencias del mundo árabe o, por extensión, en otros países islámicos, como en Asia, precisamente por sus relaciones geopolíticas y geoeconómicas con la entidad sionista.
Porque, en última instancia, este es el plan: en el Gran Israel, solo puede haber sionismo israelí.
El cristianismo y el islam deben primero ser explotados y luego prohibidos.
Cueste lo que cueste.
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Nota: Lorenzo María Pacini – Profesor asociado de Filosofía Política y Geopolítica en la Universidad Dolomiti de Belluno. Consultor en Análisis Estratégico, Inteligencia y Relaciones Internacionales.