En Ucrania están jugando con la vida de todos

Aram Aharonian

Uno de los mayores riesgos existenciales en relación con la actual crisis bélica ruso-ucraniana es una confrontación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia, con Ucrania como instrumento para provocar la guerra.

La provocación equivale a una declaración de guerra en el siglo XXI, que por la intensificación del conflicto ha pasado de ser una guerra híbrida a una guerra tradicional, pero con enormes implicaciones, como el eventual fin de la humanidad.

Es probable que ni Rusia ni Ucrania logren una victoria militar decisiva en su guerra en curso: pero ambas partes tienen un margen considerable para una escalada mortal. Ucrania y sus aliados occidentales tienen pocas posibilidades de expulsar a Rusia de Crimea y la región de Donbás, mientras que Rusia tiene pocas posibilidades de obligar a Ucrania a rendirse. Como señaló Joe Biden en octubre, la espiral de escalada marca la primera amenaza directa de un «Armagedón nuclear» desde la crisis de los misiles en Cuba hace 60 años.

Mientras Europa está en recesión y los países en desarrollo luchan contra el aumento del hambre y la pobreza, los fabricantes de armas estadounidenses y las grandes empresas petroleras obtienen ganancias inesperadas, incluso cuando la economía estadounidense empeora. El mundo soporta una mayor incertidumbre, cadenas de suministro interrumpidas y graves riesgos de escalada nuclear.

Los líderes ucranianos creen que Rusia aprovecharía cualquier pausa en la lucha para rearmarse. Los líderes rusos creen que la OTAN aprovecharía cualquier pausa en la lucha para expandir el arsenal de Ucrania. Eligen luchar ahora, en lugar de enfrentarse a un enemigo más fuerte más tarde, dice Jeffrrey Sachs, economista estadounidense, asesor de tres Secretarios generales de Naciones Unidas.

Más allá del pasaje de guerra híbrida a guerra tradicional, hay otro cambio de fondo sobre la naturaleza del armamento utilizado, ahora con mayor capacidad destructiva (como los tanques alemanes y estadounidenses), y además vuelve a las discusiones el tema nuclear: cuyo impacto planetario no puede disimularse, final, tratándolo como si fuera parte de algo superficial.

Si las consecuencias de esta escalada bélica resultaran en una conflagración nuclear, Europa aparecería como el primer objetivo. Para Rusia, el conflicto en Ucrania está en espiral creciente, y si Occidente envía más armas, la escalada va a ser inminente.

En el cónclave económico capitalista de Davos se plantearon dos alternativas respecto a la guerra de Ucrania: la negociación de la paz o la victoria de Ucrania como único camino.

Sanna Marin, la guerrerista joven Primera ministra de Finlandia (país fronterizo con Rusia), está empujando a su gobierno a abandonar su tradicional neutralidad pata integrarse a la OTAN, y está ayudando a llevar al mundo a una guerra terminal. Ella fue la que planteó la segunda opción como única en los términos más agresivos, con la apuesta de que la seguridad internacional sólo se defiende ayudando ahora a Ucrania.

El Foro de Davos determinaba los lineamientos de la economía y política a escala global, pero este año mostró una evidente desorientación de los liderazgos en términos generales, económicos y también políticos, marcados por la desorientación ante la guerra y también en cuanto a la cuestión ambiental, con el restablecimiento del carbón como energía legítima cuando es la energía fósil más contaminante de todas.

A muchos en el mundo occidental les preocupa la desorientación y cortoplacismo de las élites, pero sobre todo la ausencia de voces racionales. Henry Kissinger –a pesar de su palmarés por los crímenes de guerra y los golpes de Estado- señaló que se equivocan sí piensan que el único camino para resolver el problema es ganar la guerra de Ucrania.

Guerra y derechización

A casi un año de ese conflicto armado, uno de sus impactos es la enorme derechización de la vida política en Europa toda, así como en Estados Unidos y Canadá, lo que sin dudas afecta el supuesto bienestar de las clases populares, que constituyen mayoría de la población en esos países.

Cuando hablamos de la guerra en Ucrania no nos podemos referir al clásico conflicto bélico entre las fuerzas armadas de dos países (en este caso de Ucrania y Rusia), que afecta no solo a la soldadesca, sino a un impacto muy especial y masivo en la población civil, sobre todo la que sobrevive en Ucrania.

El gran beneficiario de la expansión de tal ideología de «guerra fría» es el propio modelo económico neoliberal (en especial en el mundo occidental), del cual ni se habla y menos aún se denuncia. Grandes grupos dominan a los estados para conseguir máximo poder político y beneficio empresarial. Es la lucha por los intereses económicos y financieros dominantes en cada bloque para conseguir mayores esferas de poder político, casi siempre a costa de los secotres menos privilegiados.

Las clases populares de Estados Unidos, por ejemplo, no se benefician del dominio de este modelo económico ni del enorme gasto militar en su país. La democracia en Estados Unidos está enormemente limitada, con grandes déficits en los derechos sociales y laborales, lo cual está siendo acentuado por la II Guerra Fría, que reproduce lo que ya ocurrió en la I Guerra Fría.

Consecuencias económicas y sociales

Algunos hablan de Guerra Fría 2.0 porque Ucrania ha recibido armamento por al menos 100 mil millones de euros, en especial de Estados Unidos y los países de la OTAN, y lo que h logrado es que 300 mil personas hayan muerto en sus calles en menos de un año y varios millones pasan hoy hambre y frío.

Pero las consecuencias económicas y sociales trascendieron Ucrania: la gran escasez de productos vitales, energéticos y alimenticios, resultado no solo de la guerra, sino también de las sanciones económicas y financieras, significó un enorme incremento de la inflación que golpea a la gente, sobre todo a los de menores ingresos.

La guerra supuso un enorme sacrificio popular, muy marcado a los dos lados del Atlántico norte, pero sin duda más acentuado en Europa que en Estados Unidos. Essa precariedad se intenta justificar como necesaria para defender la democracia y la libertad del mundo occidental y cristiano, partiendo de la premisa de que el triunfo de Rusia significaría la victoria de un sistema económico alternativo. ¿Acaso el comunismo?

El mensaje que quiso trasmitir la reciente visita a Estados Unidos del presidente ucraniano, el excomediante Volodymyr Zelensky, es que su pueblo está luchando para defender la democracia en el mundo, incluyendo la de Estados Unidos. Esta ideología es bien promocionada a diario por los medios hegemónicos de comunicación, portavoces de los intereses económicos que están utilizando la supuesta II Guerra Fría como mecanismo de su expansión.

Entre ellos destacan empresas de energía no renovable que temían su desaparición debido a la fuerza del movimiento verde ecológico a nivel mundial y hoy están gozando de protagonismo y de unos beneficios sin precedentes. El «anticomunismo» aún da réditos a las grandes empresas y sirve para maniatar a las clases populares ante el peligro del «oso ruso».

Sobrre todo la industria armamentista, que está teniendo unos beneficios enormes luego de que un par de años atrás temiera que la OTAN desapareciera, como había indicado el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Esta industria tiene una enorme influencia política en EE.UU. (financia a políticos de ambos partidos), un país que alcanzó niveles desconocidos en su gasto militar en el último año.

Lo mismo ocurre en Europa, donde el crecimiento de la industria armamentista financiada por los estados de ha logrado a costa de no corregir los grandes déficits públicos en servicios básicos como la salud, la educación y la seguridad alimentaria, déficits que la pandemia de la covid-19 ya había mostrado crudamente.

A nuestro nivel, el del llamado Sur Global, la escasez de productos agrícolas provenientes de las zonas en conflicto militar, así como la inflación y carestía de vida que la guerra trae aparejadas, han creado un problema de enormes dimensiones, responsable del crecimiento de la mortalidad en nuestros países en número mayor que las víctimas mortales en Ucrania.

Las naciones neutrales, incluidas Argentina, Brasil, China, India, Indonesia y Sudáfrica, han pedido repetidamente un fin negociado del conflicto. Estos países no odian a Rusia ni a Ucrania. No quieren que Rusia conquiste Ucrania ni que Occidente amplíe la OTAN hacia el este (lo que muchos ven como una provocación peligrosa no solo para Rusia, sino también para otros países).

Su oposición a la ampliación de la OTAN se ha ampliado en la medida en que los estadounidenses han instado a la alianza atlántica a enfrentarse a China. Los países neutrales quedaron desconcertados por la participación -el año pasado- de los líderes de Asia-Pacífico (Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) en una cumbre de países del «Atlántico Norte».

Hay que recordar que cuando Washington y la Unión Europea impusieron sanciones económicas a Rusia, las principales economías emergentes, como la India, no hicieron lo mismo. No querían elegir bando y han mantenido fuertes relaciones con Rusia. Pero eso no lo dicen los medios hegemónicos de comunicación.

En Ucrania no sólo son protagonistas Zelensky, Biden, Putin, la OTAN, Ucrania y/o Rusia, sino que está en juego, también, la vida de cada uno de nosotros, de los ocho mil millones de personas que habitamos el planeta. Ah, y también la sobrevida de la Tierra.

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