Entrevista a Andrés PIqueras: “La crisis sistémica del capital ha llegado a su fase bélica”

Entrevista a Andrés Piqueras por José Estrada Cruz.

Pintura: Nicole Eisenman, EEUU.

Profesor de Sociología y Antropología Social en la Universidad Jaume I de Castellón. Forma parte del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), donde ha investigado sobre mundialización, nuevas identidades, sujetos colectivos y migraciones, así como en torno a la crisis sistémica del capitalismo. Militante social, en muchos frentes. Entre sus libros, “La destrucción de la sociedad y la naturaleza por el capital”. Ahora publica “De la decadencia política en el capitalismo terminal” (El Viejo Topo), colofón de una serie de trabajos que ha venido realizando.

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¿Más allá del capitalismo, la política tiende a la decadencia, o todo lo contario?

La política entendida como la participación en el gobierno de lo propio y la regulación de los seres humanos entre sí para darse forma de vida y sociedad, además de armonizar sus relaciones con la naturaleza, lo que gobierna la polis, se deteriora y se pierde a pasos agigantados, según se va achicando la dinámica de reproducción del capital. Se sustituye por algo que deja a las masas desprovistas del conocimiento y la participación, y que adquiere la forma de apolítica, en su grado extremo de anti-política, y también de política inocua, que no molesta para nada a las dinámicas del capital para seguir reproduciéndose. Algo que forma parte del orden del sistema. Todo eso es lo que acaba generando lo que yo denomino “in-política”.

¿Esta agonía del capitalismo de la que tanto se habla, hasta cuándo?

El capitalismo, como los seres vivos, empezó a morirse desde que nació. Padece una enfermedad crónica, la de sobreacumulación, de la que no puede escaparse, pero resulta muy difícil establecer cuándo no podrá superarla. Ha encontrado muchos trucos para sobrevivir. Se sobre-acumula por unidad de trabajo invertido y eso genera caída de la rentabilidad de la plusvalía. Si cae la plusvalía se deja de invertir, de innovar y de producir. Con ello se deteriora el empleo y las condiciones sociales. Esto es algo recurrente, cíclico, en la historia del capitalismo. Lo que estamos diciendo desde el OIC es que en estos momentos se ha llegado a un límite muy difícil de superar cuando entramos en la cuarta revolución industrial, en la que se combinan la microelectrónica y la informática de la fase anterior con la biogenética, la inteligencia artificial, la nano-tecnología y la robótica. Con esto nos encontramos prácticamente en la era de los androides. Cada vez se necesita menos a los seres humanos para la producción, cosa que solo se ha podido superar con la expansión del mercado. Algo que conlleva una esquilmación de recursos insostenible y una pauperización de la fuerza de trabajo, a escala planetaria. A todo ello, se suma el fin de la naturaleza barata.

¿La alusión al “desvelamiento de la ilusión democrática”, que haces en tu libro, conlleva alguna corrección a su fetichización?

El capital se significa por su estructura opaca, que no deja ver los procesos en que se basa su funcionamiento. La explotación capitalista es mucho más   difícil de detectar que la esclavista, o feudal, por ejemplo. El esclavo y el siervo sabían cómo y quién les explotaba. En cambio, el asalariado cree que le pagan por su trabajo. La explotación consiste precisamente en que no te paguen todo lo que estás trabajando. Partiendo de que la mayoría absoluta de la sociedad es explotada por una ínfima minoría, requiere de unos mecanismos elementales de regulación, como es la democracia. Algo ilusorio hasta cierto punto, en el sentido de que permite hacer reformas o tocar elementos de participación ciudadana, e incluso de redistribución de la riqueza, pero el capital nunca permitirá la entrada en su corazón duro, en la esfera de la producción, donde se genera la vida y riqueza del sistema. Al estar desposeídos de medios de vida, la población no puede decir nada. Simplemente, se ve obligada a hacer lo que mandan quienes poseen los medios de producción, los que compran la fuerza de trabajo. Ahí, la democracia está velada. En cualquier caso, se puede hablar de ciertas formas de democracia, pero siempre coja.

Hablando de clase trabajadora ¿dónde empieza y dónde acaba hoy en día?

Tal como lo entendemos, la clase trabajadora está integrada por quienes tienen que vender su fuerza de trabajo en el mercado laboral para poder sobrevivir e, incluso, aquélla que no haciéndolo depende también de otros que sí lo son para poder vivir. Por ejemplo, una ama de casa, que tiene que depender de un marido que sí vende su fuerza de trabajo. Hace un trabajo no reconocido, como tal. No remunerado. Dentro de la clase trabajadora hay toda una estratificación. Pero hay una cuestión básica: el proletariado es la absoluta mayor parte de la sociedad. Todas las personas que hemos sido desposeídas de medios de vida, de medios de producción propios forman parte de él. Incluidos los autónomos, que en su inmensa mayoría son falsos autónomos.

¿Así las cosas, el marxismo, en su devenir y con sus avatares, se ha ido releyendo, reinventando… hasta llegar dónde?

Los neo-marxismos cumplen algunas de las condiciones necesarias para formar parte de la “in-política” porque, al final, hacen elaboraciones ajenas a la idea central de El Capital. Buscan a un Marx sin aristas, sin organización, sin proyecto de transformación social. Son ajenas al poder central del capital. Se desentienden de la intervención en el Estado, de la revolución política. Y con ello de estrategias y de hegemonía, de correlación de fuerzas, de hacer análisis del propio capital. De la política y la ciencia de la organización. Se desentienden de lo básico para poder hacer transformaciones sociales.

¿Algo, digamos, de lo que les pasa a Podemos y a algunas de sus familias?

Probablemente, en algunos casos, forman parte del posmodernismo, contagiado de posmarxismo. A diferencia de los neo-marxismos, estos si se han ocupado de la hegemonía, pero de forma también “in-politica”, en la versión de la política como política inocua. Sin voluntad de querer generar proyectos de transformación del sistema, sino integrándose en él, de forma predominante. Los posmarxismos, en concreto, suelen hacer una presentación grotesca y sumamente reduccionista de Marx y del marxismo. Se consideran los superadores de sus defectos, de una supuesta ortodoxia, y lo que en realidad hacen es poner de manifiesto su incapacidad para el análisis, desde una fragmentación en la que priman más el discurso y el lenguaje que los elementos objetivos.

¿Y los movimientos sociales, con el ecologismo y el feminismo a la cabeza, qué lugar ocupan en este espacio?

Incorporan también gran parte de esa ”in-política”. Algunos como apolítica y otros como política inocua, en la medida en que sus elaboraciones y praxis se quedan convertidas en elementos integrados o fácilmente integrables. Forma parte de una izquierda integrada de la izquierda integral, la que busca una incidencia en el todo del capital, mediante proyectos transformadores anti-sistémicos. La izquierda integrada es lo que podíamos denominar izquierda del sistema. Vehicula elementos reivindicativos parciales. En un momento en que estamos decidiendo que hacer reformas en el sistema es cada vez más improbable, precisamente por su estado de degeneración, probablemente terminal. Estamos viendo cada vez con más claridad que la crisis sistémica del capital ha llegado a su fase bélica. Hemos culminado la guerra fría para entrar en la guerra caliente.

¿Son, en fin, la lucha ideológica, cultural…, las cuestiones teóricas, el conocimiento, algunas de las cuestiones por dónde más le aprieta el zapato a la izquierda?

Todo lo que era conocido como praxis sufre un déficit. Como se ha puesto de manifiesto no solo aquí, sino en toda una izquierda que ganó elecciones en Europa, como Syriza, carecen de capacidad de transformación, porque no provienen de una acumulación previa de fuerzas y de una organización social. No puedes concurrir en la esfera ilusoria de la democracia del capital si no dispones con anterioridad de una fuerza capaz de imponer la transformación de las cosas. De arriba abajo no se puede hacer esa transformación porque no disponen de los poderes para ello. Eso pueden hacerlo quienes sí disponen de ellos. Así cuando se llega arriba generas todo un ciclo de desencanto social, que acaba con las palabras de siempre: traición, aburguesamiento, apoltronamiento… Por añadidura, si se puede hacer algo necesitas que al capital le vaya bien. Ya no puedes ni siquiera bajar las tarifas del transporte público o mejorar los menús en los colegios sino hay dinero para distribuir si al capital no le va bien.

¿Qué hacer pues para superar esta enrome orfandad que padecemos?

Como en la primera revolución industrial, donde también se estaba huérfano, construir sus propios elementos de organización. Venimos de derrotas históricas, donde se perdió la ilusión y la referencia por otro mundo distinto.

Fuente: Kaos en la red

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