Estados Unidos y la recolonización de la periferia

Por Ana Dagorret. PORTAL ALBA. La vuelta al mundo como estrategia de política exterior de la administración demócrata implica necesariamente una ofensiva en la región a través de la diplomacia, los poderes económicos locales y los organismos multilaterales como el FMI y la OEA.

La llegada de los demócratas a la Casa Blanca fue recibida de forma positiva por la comunidad internacional. Los años de Trump y su política de American First implicaron una especie de retirada del mundo para abordar cuestiones internas como el crecimiento económico, la generación de empleo y pautas más ideológicas como la cuestión migratoria. En esa nueva estrategia, la pérdida de influencia en el resto del mundo y, principalmente en Nuestra América, se transformó en un hecho que los Demócratas vinieron a revertir a través de diferentes mecanismos de injerencia.

La importancia estratégica de América Latina para Estados Unidos data desde principios del siglo XIX, cuando el entonces presidente James Monroe instó a las potencias europeas a dejar de intervenir en los países americanos. Lo que posteriormente se conoció como doctrina Monroe establecía la idea de América para los americanos, entendiendo América como Estados Unidos y el resto del continente como territorio propio.

Posteriormente en los años 60 del siglo XX y con la derrota en Vietnam y el miedo ante la posibilidad de que los aires revolucionarios del triunfo en Cuba impulsaran nuevos movimientos de ruptura con el Imperio en el continente, Estados Unidos desarrolló la Doctrina Reagan. Lo que hasta el momento eran operaciones secretas de la CIA para derrocar gobiernos por fuera de su órbita de influencia, con la Doctrina Reagan se transformó en política de estado bajo la bandera de la libertad occidental y la exportación de la democracia con el fin de mantener en el poder a aliados que pudieran garantizar el acceso al saqueo de los recursos y la subordinación de los pueblos.

Tanto en Nicaragua, Guatemala, Chile como en el resto de los países donde se vivieron experiencias revolucionarias, el Imperio utilizó su poder para destruir cualquier indicio de soberanía que pusiera en riesgo sus intereses. En los años 70 y 80 del siglo XX dicha injerencia se empezó a manifestar como apoyo a la oposición política, ayuda humanitaria y financiación de los ejércitos, los cuales pasaron a ser considerados como detentores de poder político y poderes independientes capaces de restablecer el orden neoliberal. Tanto Argentina, Chile y Uruguay, así como Paraguay y Brasil son ejemplos claros de injerencia a través de golpes de estado con la consecuente persecución, desaparición y muerte de miles de militantes de las fuerzas revolucionarias, subordinación de su aparato productivo y condicionamiento de sus gobiernos desde entonces.

Más adelante en el tiempo y en plena ola progresista en la región a partir de los años 2000, la estrategia injerencista ganó nuevos matices, esta vez con las guerras de baja intensidad, guerras híbridas, golpes blandos y, más recientemente, con la aplicación del lawfare como judicialización de la política con fines persecutorios. La proscripción de Lula en Brasil en 2018, la persecución a Rafael Correa en Ecuador y las varias causas armadas contra el kirchnerismo en Argentina dan cuenta de esta más reciente estrategia adoptada por el Imperialismo para hacer valer sus intereses con la ayuda de los poderes económicos locales.

El ex juez Sergio Moro, responsable de la prisión de Lula en 2018 que lo dejó fuera de la disputa para presidente ese año, en la presentación de su pre candidatura.

Con la retirada que implicó el arribo de Trump a la presidencia de Estados Unidos, la emergencia de Rusia y China como dos ejes que disputan con el Imperialismo y la dislocación del centro del comercio mundial hacia Asia Pacífico, muchos analistas comenzaron a repetir la tesis sobre la irrelevancia de América Latina en la nueva estrategia de dominación. Si la amenaza se trasladaba en el mapa, el ojo del hegemón se desprendía de América Latina y, con ello, la región quedaba relegada a un segundo o tercer plano. Sin embargo, tanto las recientes reuniones bilaterales de autoridades de la región con diplomáticos y representantes del gobierno norteamericano como las decisiones adoptadas por esos gobiernos por presión de los poderes económicos históricamente aliados con el Imperio, dan cuenta del hecho de que dicha tesis se presenta como una estrategia de distracción, desinformación y desarticulación de cualquier indicio de pensamiento crítico, sin descontar que también pueda tratarse de pura y simple falsedad ideológica -una constante en el periodismo internacional financiado por los medios de comunicación hegemónicos-.

América Latina, escenario de disputa 

Así como Estados Unidos a inicio del siglo XIX y fundamentalmente a partir de los años 70 del siglo XX, Rusia y China, los dos países que empiezan a disputar la hegemonía con el Imperio, también comenzaron a poner atención en la región. Dicha valoración se refleja en las relaciones establecidas en los últimos años por ambos países con Venezuela, Cuba, Nicaragua, Brasil, Chile, Perú y Argentina. Diversos proyectos de infraestructura y cooperación -usinas energéticas y centrales nucleares en Argentina, ferrocarriles en Brasil y Perú, cooperación militar con Venezuela y Nicaragua, entre otros- dan cuenta de una dinámica de necesidad de uso y acopio de los bienes comunes que ofrece la región en el marco de la crisis económica, ambiental y humanitaria a nivel mundial.

Dicha presencia cada vez más fuerte de Rusia y China en América Latina es una de las principales preocupaciones de la actual administración norteamericana, quien desde su llegada a la Casa Blanca ha desplegado sus enviados, embajadores y diplomáticos en los diferentes países de la región para recomenzar su tarea injerencista y contrarrestar la influencia de los enemigos del Imperio y de cualquier intento de soberanía.

Es de esta manera que debemos leer las palabras del futuro embajador de Estados Unidos en Argentina Mark Stanley, quien señaló a la deuda con el FMI como el principal problema que debe enfrentar el país, evidenciando la estrategia del Imperio de utilizar la deuda externa como mecanismo de recolonización de la periferia. La visita de William Burns, jefe de la CIA, a Brasil, Ecuador y Colombia en julio de este año con una agenda contemplando los mismos tres ejes -mayor control fronterizo, las estrategias para intervenir en Venezuela y la necesidad de contrarrestar la influencia china en toda la región- también da cuenta del abordaje injerencista. Aún en Brasil, donde el presidente se atrevió a cuestionar públicamente el resultado de las elecciones estadounidenses en sintonía con Trump, se hace claro el acercamiento con el fin de ganar territorio ante el gigante asiático, primer socio comercial del país donde a su vez intenta instalar antenas 5G para reafirmar su presencia en tecnología.

Marc Stanley, futuro embajador de EEUU en Argentina, manifestó hace poco que el principal problema del país en la actualidad es la deuda con el FMI.

Al mismo tiempo, los discursos condenando a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela por parte del candidato a la presidencia de la izquierda chilena Gabriel Boric, dan cuenta de la misma sombra imperial en ese país a pocos días de las elecciones presidenciales y con la fuerza del pinochetismo acompañando la candidatura del ultraderechista José Antonio Kast. Lo propio pudo advertirse con el voto de Argentina contra Venezuela en la ONU en octubre de 2020 y en las declaraciones del presidente Alberto Fernandez en 2021 sobre la necesidad de respetar los derechos humanos en Nicaragua, generando una inestabilidad con el gobierno de ese país que luego se opuso a que Argentina asumiera la presidencia de la CELAC.

Dicha ofensiva se hace aún más evidente a la luz de los movimientos ensayados por los poderes económicos locales para limitar las decisiones políticas que atenten contra sus intereses y los del Imperio. El caso de Vicentin en Argentina es ejemplo de esto. Tras el anuncio de expropiación del gobierno de Alberto Fernandez para garantizar la continuidad de los puestos de trabajo y la reactivación de la empresa, el gobierno debió dar marcha atrás ante la ofensiva mediática encabezada por los medios amigos del poder y la oposición política. En Brasil, el anuncio acerca de la posibilidad de una alianza entre Lula y el ex candidato presidencial del PSDB Gerardo Alkmin de cara a las elecciones de 2022 anticipa una tutela de parte del poder económico por sobre el ex presidente, lo cual podría limitar su capacidad de maniobra en un eventual y cada vez más probable tercer mandato.

En el caso de los enemigos históricos del Imperialismo en la región, la ofensiva se presenta cada vez más agresiva. Ya sea incentivando manifestaciones de la oposición política en Venezuela, Cuba y Nicaragua para generar el desgaste de sus gobiernos y su aislamiento internacional, como desconociendo sus procesos electorales y alimentando el fantasma del fraude, Estados Unidos busca reducir la capacidad de maniobra de dichas administraciones con el fin último de derribar a los gobiernos soberanos que se manifiestan como resistencia.

Pensar que el espacio vital de Estados Unidos pierde relevancia en un contexto de crisis del orden mundial hacia la multipolaridad, de escasez de recursos y de declinacionismo de la hegemonía norteamericana es ignorar la importancia estratégica histórica de la región. La vuelta al mundo denominada por los demócratas como America is back tras cuatro años de aislacionismo y operaciones más explícitas debe ser pensada como una ofensiva principalmente hacia América Latina, tanto para contrarrestar la influencia sinorusa como para asegurarse el dominio de los recursos naturales. En un contexto de crisis civilizatoria que se profundiza, es fundamental dar cuenta del proceso de recolonización de la periferia como mecanismo de defensa y supervivencia del Imperio en su declive.

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