¿Hacia un mundo de tres grandes potencias?
Por Rafael Alburquerque. Al término de la Segunda Guerra Mundial y finalizada la alianza entre los Estados Unidos, Francia e Inglaterra con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), los Estados Unidos emergieron como la primera potencia mundial, tanto en el campo económico como en el militar, mientras la URSS lograba extender su dominio político desde Moscú hasta la mitad de Alemania. Europa occidental, devastada por la conflagración trataba de recuperarse y miraba con recelo los avances soviéticos sobre los países de su flanco oriental.
Pocos años después se iniciaba la denominada “guerra fría”, un enfrentamiento ideológico, militar, político y económico entre las llamadas democracias liberales, lideradas por los Estados Unidos, y los regímenes comunistas de Europa Oriental, encabezados por la URSS. Los países de Europa Occidental, con poderosas organizaciones de izquierda en su interior, temen el avance de las fuerzas comunistas y se alían en 1949 bajo la conducción de los Estados Unidos en un tratado militar, conocido con el nombre Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) al cual responden los países de la órbita soviética en 1955 con el Pacto de Varsovia.
La controversia entre comunismo y capitalismo, dictadura del proletariado y democracia representativa caracteriza toda la época de la postguerra y se extiende hasta los finales del decenio de los años 80, aunque la enemistad irreconciliable entre ambos bandos comienza a perder fuelle a partir de 1970 cuando el canciller alemán Willy Brandt en nombre de la “realpolitik” puso en práctica su Nueva Política Oriental con fines de acercarse a la República Democrática Alemana y mejorar las relaciones con la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia y otros países del Bloque del Este. El socialdemócrata Brandt entendió que una política de compromiso con los gobiernos comunistas del este europeo, en vez de aislarlos diplomática y comercialmente contribuiría a incrementar su conciencia en favor de la democracia y en perjuicio del sistema totalitario.
El tiempo le daría la razón al canciller Brandt. El empeño sostenido de la Unión Soviética de convertirse en una potencia militar similar a los Estados Unidos terminó por comprometer seriamente su economía y en 1989 surgieron problemas internos que aprovecharon varios países de su entorno para lograr su independencia. Un año después caía el muro de Berlín y se lograba la unificación de Alemania, hasta entonces dividida en dos repúblicas; y, finalmente, en 1991 haría implosión la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y no solo se separan de ella sus repúblicas aliadas, sino también ganan su independencia real los países europeos que hasta ese momento se encontraban bajo su férula. Se inicia así una nueva égida, un mundo unipolar, bajo la sombrilla de una sola potencia: los Estados Unidos de América.
En efecto, Rusia se ha desintegrado, deja de ser la potencia que equilibraba la balanza mundial, y aunque conserva un importante poder militar, se sume en una honda crisis económica hasta la llegada de Vladimir Putin en 1999 cuando comienza paulatinamente a recuperarse, sobre la base de un sistema basado en la propiedad privada, pero con fuertes tintes autocráticos. Con el comienzo del nuevo siglo Rusia registra un crecimiento sostenido, con una media del 7% en su producto interno bruto en los últimos años. Callada y sagazmente, Putin se embarca en el desarrollo de su poderío militar y, hoy en día, posee misiles hipersónicos con los que aún no cuenta los Estados Unidos.
Mientras toda esta historia acontecía las grandes potencias industriales de occidente abrazaban el credo del neoliberalismo, y con él se postulaba achicar al Estado, dejar al mercado operar libremente sin regulaciones y que la libre competencia y la iniciativa privada resolvieran los males que podían afectar una determinada sociedad. Con el neoliberalismo como nuevo motor de la historia descuidaron no solo la economía, sino también la justicia social, la salud y hasta la seguridad, y cuando al fin los gobernantes creyentes del nuevo dogma vinieron a despertar se percataron de que en muy pocos años China sobrepasará a los Estados Unidos como primera potencia económica mundial y la Rusia del señor Putin ya no era aquel país que había implosionado en 1991 y se encontraba sumido en una profunda depresión económica.
El señor Putin, a la chita callando, hoy reivindica con armas en la mano su espacio de influencia, su zona geográfica estratégica y le advierte a los Estados Unidos y los países de Europa que no acepta que su vecina Ucrania ingrese a la OTAN, y no solo la invade para lograr sus propósitos, sino que además parece intentar apoderarse de una parte de ese país. Al igual que China, que en la actualidad reclama y exige su propio espacio vital, Rusia intenta transitar por el mismo camino.
¿Marchamos hacia una globalización bajo el imperio de tres grandes potencias? ¿Los Estados Unidos ejerciendo su influencia sobre América y Europa, China proyectando su sombra sobre el Pacífico y el Lejano Oriente, y Rusia extendiendo su dominio geopolítico sobre Euroasia y Asia del Sur? El tiempo dirá.