La guerra genocida de «Israel» se inscribe en la tradición colonial

Joseph Massad

El horror que «Israel» y sus patrocinadores occidentales han sentido desde la operación de represalia de Hamás del 7 de octubre proviene de su desprecio racista por los palestinos autóctonos, que les llevó a creer que Israel nunca podría ser atacado militarmente con éxito.

Pero este sentimiento de humillación occidental por el hecho de que un pueblo no europeo colonizado y «racialmente inferior» pueda resistir y derrotar a sus colonizadores no carece de precedentes en los anales de la historia colonial.

A finales del siglo XIX, los británicos sufrieron una derrota colonial de lo más ilustre a manos del ejército del reino zulú. Durante la batalla de Isandlwana, en enero de 1879, en el sur de África, el ejército zulú, compuesto por 20 mil soldados ligeramente armados, humilló a las fuerzas coloniales británicas, a pesar de su superioridad armamentística, matando a mil 300 (700 de ellos africanos) de un total de mil 800 soldados invasores y 400 civiles. La batalla dejó entre mil  y tres mil fuerzas zulúes muertas.

Venganza colonial

La asombrosa derrota dejó el orgullo británico por los suelos y desató el temor en el gobierno de Benjamin Disraeli de que la victoria zulú alentara la resistencia indígena en todo el Imperio. En julio de 1879, los británicos volvieron a invadir el territorio zulú con una fuerza mucho mayor, y esta vez derrotaron a los zulúes. Se vengaron saqueando su capital, Ulundi, arrasándola, y capturando y exiliando al rey zulú. En total, murieron dos mil 500 soldados británicos (incluidos sus reclutas africanos) y 10 mil zulúes.

En el sur de África, Cecil Rhodes, un magnate minero británico, fundó la British South Africa Company en 1889. La compañía partió de Sudáfrica hacia el norte para conquistar más tierras e introducir colonos ingleses. En 1890, 180 colonos y 200 policías de la compañía partieron hacia Mashonalandia (en la actual Zimbabue) desde Bechuanalandia (en la actual Botsuana). Ese año, Rhodes se convirtió en Primer Ministro de la Colonia del Cabo.

La invasión de la compañía se enfrentó a la dura resistencia local de los pueblos shona y ndebele en 1893 y 1896. En 1893, el salvajismo de los colonos blancos fue tal que calificaron de «caza de perdices» la masacre de los ndebele. Durante la revuelta de 1896, los shona y los ndebele mataron a 370 colonos blancos, lo que impulsó a los británicos a enviar 800 soldados a la nueva colonia de colonos para sofocar el levantamiento anticolonial, apodado Chimurenga (que significa «liberación» en shona). En total, murieron 600 blancos de una población colonial de cuatro mil.

La respuesta de los blancos fue aún más salvaje que las matanzas de 1893. Un colono blanco «disparaba a los pastores y recogía sus orejas, otro cortaba trozos de piel de sus víctimas para hacer petacas de tabaco». Los colonos mataron africanos indiscriminadamente, destruyeron cosechas y dinamitaron casas. Las masacres y la destrucción provocaron hambrunas generalizadas, mientras que los líderes de la revuelta fueron asesinados y los que sobrevivieron fueron perseguidos, juzgados y ahorcados.

Del mismo modo, en 1896, los italianos, que habían establecido una colonia en Eritrea, decidieron, con el apoyo británico, invadir Etiopía para adquirir más tierras, pero fueron humillados y derrotados por el ejército etíope del emperador Menelik II, armado con armas francesas. Miles de soldados etíopes, eritreos e italianos murieron en la batalla de Adwa.

La derrota de un ejército europeo a manos de un ejército africano dejó a Italia humillada ante sus pares europeos y en busca de una venganza que tuvo que esperar a la llegada del régimen fascista. Fue Mussolini quien vengó la derrota de Adwa cuando invadió Etiopía en 1935. Esta vez, los italianos mataron a 70 mil etíopes y transformaron Etiopía en una colonia de colonos.

Al norte aún, el ejército del líder sudanés Muhammad Ahmad bin Abdullah, conocido como al-Mahdi, conquistó Khartum a los colonizadores británicos y derrotó a sus fuerzas en enero de 1885. Al-Mahdi murió en agosto de 1885 de tifus.

Preocupados por la derrota italiana en Adwa, los británicos reconquistaron Sudán en 1896 y tomaron Jartum en 1898, tras matar a 12 mil sudaneses con artillería y ametralladoras, y herir y capturar a más de 15 mil. Los británicos perdieron a 700 personas, incluidos egipcios. Los británicos perdieron a 700 personas, entre soldados egipcios y sudaneses que formaban parte de las fuerzas británicas.
Incluso muertos, los líderes nativos serían sometidos a la práctica colonial europea de la decapitación.

El conquistador británico lord Kitchener ordenó la exhumación del cadáver de al-Mahdi, lo decapitó, arrojó el cuerpo al Nilo y pensó en utilizar el cráneo como tintero si no fuera por las instrucciones que recibió de la reina Victoria al enterarse de la abominación.

La venganza israelí

Estos precedentes coloniales son fundamentales para considerar el carácter vengativo de las potencias occidentales blancas cuando son humilladas militarmente por «pueblos menores» que se resisten a sus conquistas coloniales.

En 1954, después de que los franceses sufrieran una catastrófica derrota en Dien Bien Phu, en el norte de Vietnam, los estadounidenses tomaron inmediatamente el relevo de la guerra, matando a millones de personas en las dos décadas siguientes en todo el sudeste asiático.

Tras su humillación del 7 de octubre a manos de los combatientes liderados por Hamás, que siguen cosechando importantes victorias militares contra las fuerzas invasoras en Gaza, «Israel» procedió a vengarse librando una guerra genocida total contra los palestinos. Este asalto en curso cuenta con el apoyo logístico y financiero de los países europeos de supremacía blanca y de Estados Unidos, que también le dan cobertura política y moral.

Por qué las afirmaciones israelíes no tienen credibilidad fuera de Occidente

La prensa europea y estadounidense ha desempeñado un papel activo en la promoción de justificaciones para el genocidio israelí del pueblo palestino mediante la promoción de historias racistas de violencia palestina bárbara y primitiva, un buen número de las cuales ya han sido desmentidas y retractadas.

Sin embargo, los dirigentes políticos occidentales siguen repitiendo como si fueran ciertas.
Este consenso occidental sobre la necesidad de llevar a cabo un genocidio contra el pueblo palestino fue resumido con precisión por el presidente de Israel, Isaac Herzog, quien declaró que la guerra genocida supremacista judía de «Israel» «no es sólo entre Israel y Hamas.

Es una guerra que pretende, de verdad, salvar la civilización occidental, salvar los valores de la civilización occidental».

Añadió, en homenaje al uso que Ronald Reagan hizo de la moral cristiana en su campaña para derribar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que el enemigo de «Israel» es nada menos que «un imperio del mal». Para explicar por qué existe un consenso blanco tan amplio en Europa y Estados Unidos en apoyo de la «aniquilación» de Gaza y su pueblo, Herzog argumentó que «si no fuera por nosotros, Europa sería la siguiente, y Estados Unidos le seguiría».

Tal defensa es característica de los colonizadores europeos supremacistas blancos. En 1965, dos meses antes de que los colonos blancos de Rodesia declararan la independencia, el brigadier Andrew Skeen, último alto comisionado de Rodesia en Londres, defendió la supremacía blanca y el colonialismo de colonos en Rodesia afirmando que «se puede detener y hacer retroceder una invasión oriental de Occidente», y como el destino de Rodesia «pendía de un hilo», esto «condujo al momento en que Rodesia asumió el papel de campeón de la civilización occidental».

Al igual que los colonos coloniales cristianos blancos, que a menudo han invocado la superioridad racial y la defensa de la civilización occidental para justificar sus crímenes genocidas, «Israel» también invoca la supremacía judía y la civilización occidental para justificar sus crímenes genocidas. Sin embargo, el gobierno israelí y sus partidarios sionistas tienen una justificación más potente, de la que no disponen los colonos coloniales cristianos blancos, a saber, la invocación del Holocausto y la historia del antisemitismo que, según «Israel», le otorgan el derecho moral a oprimir y limpiar étnicamente al pueblo palestino, una defensa exclusiva de la colonia de colonos judíos.

La defensa, siempre presta y combativa, de «Israel» de sus crímenes genocidas, es su afirmación de que dado que los judíos europeos habían sido sometidos a un genocidio por los cristianos blancos europeos el gobierno israelí puede infligir, en nombre de los judíos, las atrocidades que considere necesarias al pueblo palestino, incluso si ello significa arrasar y enterrar vivos a docenas de civiles.
Cualquiera que se atreva a cuestionar este noble genocidio israelí de palestinos en defensa de la civilización occidental, como podría hacer la Corte Penal Internacional si investigara los crímenes israelíes, estaría practicando «antisemitismo puro», como proclamó Benjam{in Netanyahu con mucha arrogancia.

Legados coloniales

Dado el horrible historial de atrocidades cometidas por «Israel» contra los palestinos, especialmente los del campo de concentración de Gaza, que han soportado sus manifestaciones más crueles durante casi dos décadas, muchos comentaristas han ideado diversas analogías para condenar o explicar lo ocurrido el 7 de octubre.

En una reciente entrevista concedida a The New Yorker, el historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi, que a principios de la década de 1990 asesoró a la Organización para la Liberación de Palestina en Madrid y Washington sobre cómo negociar el llamado «proceso de paz» kissingeriano, condenó la resistencia palestina: «Si un movimiento de liberación indígena viniera y disparara un R.P.G. contra mi edificio de apartamentos porque vivo en tierra robada, ¿estaría justificado?». afirmó: «Por supuesto que no estaría justificado… O aceptas el derecho internacional humanitario o no lo aceptas».

Pero la analogía de Khalidi, que suscitó críticas en X, es errónea. Si los ciudadanos palestinos colonizados de «Israel» hubieran bombardeado a los judíos israelíes que ahora viven en sus tierras robadas, la analogía con los nativos americanos podría tener algún mérito. Sin embargo, incluso en ese caso, recordaría a la representación que los colonos blancos racistas hicieron de los nativos americanos en la «Declaración de Independencia» de Estados Unidos como «los despiadados salvajes indios cuya regla de guerra conocida es la destrucción sin distinciones de todas las edades, sexos y condiciones», como replicó el académico y activista Nick Estes, de la organización de nativos americanos Red Nation.

Proponiendo una analogía diferente, el historiador judío estadounidense Norman Finkelstein, cuyos padres fueron supervivientes de campos de concentración, comparó la resistencia palestina con la de los presos judíos que se escapan de los campos de concentración y «revientan las puertas». Añadió que su propia madre había apoyado el bombardeo indiscriminado de civiles alemanes en Dresde. Abundan muchas otras analogías, como la revolución haitiana y la rebelión de los esclavos de Nat Turner.

Mientras tanto, nadie ha ofrecido ninguna analogía del apoyo masivo que la opinión pública israelí está dando a la aniquilación de los palestinos en Gaza. Según las encuestas del Índice de Paz del Instituto Israelí para la Democracia y la Universidad de «Tel Aviv», realizadas más de un mes después del comienzo del bombardeo masivo israelí de Gaza, que para entonces ya había matado a miles de personas, «el 57,5 por ciento de los judíos israelíes dijeron que creían que las FDI estaban utilizando muy poca potencia de fuego en Gaza, el 36,6 por ciento dijo que las FDI estaban utilizando una cantidad adecuada de potencia de fuego, mientras que sólo el 1,8 por ciento dijo que creía que las FDI estaban utilizando demasiada potencia de fuego».

Sin embargo, en lugar de desplegar analogías reales o ficticias, la resistencia palestina al colonialismo de los colonos israelíes debe situarse siempre dentro de la historia de lucha anticolonial que la precedió. La reciente furia racista de Occidente y la guerra genocida de Israel contra el pueblo palestino cautivo es una continuación de esta genealogía colonial.

Etíopes, zulúes, sudaneses y zimbabuenses son algunos de los pueblos que perdieron decenas de miles de vidas a manos de la supremacía blanca y el colonialismo de colonos. Los indígenas argelinos, tunecinos, mozambiqueños, angoleños y sudafricanos, por no hablar de los vietnamitas, camboyanos y laosianos, también han perdido millones en sus respectivas luchas entre 1954 y 1994.

Durante los últimos 140 años, y de forma más dramática en los últimos 75, los palestinos indígenas han sido igualmente víctimas de este legado continuado del colonialismo de colonos europeos que tiene como premisa la supremacía judía y la defensa de la «civilización occidental».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.