Reconfigura el tablero global: la paz entre saudíes y persas exhibe el rostro de China

Jorge Elbaum

La República Popular China confirma su centralidad al convertirse en el garante de la paz entre Arabia Saudita y la República Islámica de Irán, países que se encontraban enfrentados desde hace décadas y que habían cortado sus lazos diplomáticos hace siete años.

El encuentro entre los ministros de relaciones exteriores saudita y persa celebrado en Beijing es parte de la reconfiguración global que se aceleró luego de la irrupción del conflicto en Europa Oriental, en el que la Federación Rusa asumió la responsabilidad de poner un límite a la expansión neocolonial de la OTAN.

La Operación Militar Especial de Moscú aceleró la multipolaridad que tanto preocupa a Estados Unidos porque amenaza con clausurar el orden unilateral que se impuso desde la implosión de la Unión Soviética en la década del ‘90 del siglo pasado. La reunión concertada el último 6 de abril por el consejero de Estado y ministro de Relaciones Exteriores chino, Qin Gang, viabilizó los acuerdos entre el ministro iraní Hosein Amir Abdolahian y su homólogo saudita, Faisal bin Farhan al Saud.

La iniciativa de Beijing tiene como objetivo lograr la estabilidad en una de las zonas más conflictivas del mundo, donde se desarrolla una guerra fratricida al interior de Yemen, en la que participan, de forma interpósita, saudíes y persas. En el sur de la península arábiga, los hutíes -colectivo chiita apoyados por Irán- derrocaron en 2016 al gobierno respaldado por los saudíes y se apoderaron de la capital, Saná, dando inicio a una guerra civil que continúa hasta el día de hoy.

Las tratativas impulsadas por el presidente Xi Jinping clausura décadas de hostilidades entre dos de las más grandes potencias de Medio Oriente, diferencias por tradiciones islámicas disímiles. De un lado, los persas con mayoría chiita y al sur los saudíes con preponderancia sunita y con un Producto Bruto Interno superior al persa, de alrededor de 500 mil millones de dólares.

El acuerdo supone la sustitución de Estados Unidos como mediador protagónico al tiempo que exhibe su declive en la capacidad para imponerse como potencia hegemónica capaz de liderar los grandes cambios a nivel global.

En la reunión en la que se comunicó el acuerdo ante la prensa internacional, el ministro de Relaciones Exteriores chino, Qin Gang, aseguró que “Beijing apoya a los países de Medio Oriente para que defiendan su independencia estratégica, se deshagan de la injerencia externa y mantengan el futuro de la región en sus propias manos”. Dichas palabras fueron recibidas con satisfacción por el mundo diplomático ligado al Sur Global, acostumbrado a que las mediaciones realizadas por Washington se conviertan en esquemas de subordinación.

La noticia fue recibida en Washington con preocupación. Históricamente Arabia Saudita cumplía en Medio Oriente el rol de garante de las políticas de Washington en la región al tiempo que se consolidaba como su principal socio comercial.

La caída de las ventas de petróleo saudí hacia Estados Unidos y el incremento de las importaciones de crudo por parte de China viabilizaron el acercamiento que hoy se expresa, incluso, en intercambios con monedas ajenas al dólar.

La inquietud de Washington motivó la presencia -en la misma semana de la firma del acuerdo en Beijing- de Bill Burns, director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, (CIA) en Riad. El mundo está cambiando y quienes detentaban el poder omnímodo están sobresaltados.

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