La inclusión digital hace posible una recuperación más resiliente para todos
Por Riccardo Puliti. La pandemia de COVID-19 ha golpeado con mayor dureza a los países en desarrollo, y la recuperación continúa acentuando esta división cada vez más profunda. Se espera que las economías avanzadas se recuperen para 2023; sin embargo, las economías en desarrollo podrían quedar rezagadas durante años.
El uso de las tecnologías digitales en la pandemia reflejó una brecha similar. La cantidad de usuarios en todo el mundo aumentó a 5000 millones, pero
Debemos contrarrestar urgentemente esta creciente desigualdad. Cuando las poblaciones pueden acceder a Internet a un costo asequible y disponen de las habilidades para usarla, la adopción de las tecnologías digitales abre infinitas posibilidades para lograr una recuperación más resiliente.
Estas tecnologías han ayudado a cerrar brechas imposibles de superar con las soluciones de desarrollo tradicionales y han permitido llegar a poblaciones vulnerables que a menudo quedan excluidas.
Durante la pandemia, los países que utilizaron identificaciones digitales y bases de datos para canalizar pagos gubernamentales llegaron a un 39 % más de beneficiarios que los que no lo hicieron. Por ejemplo, en Chile, la cuenta básica vinculada al documento nacional de identificación, denominada CuentaRUT, ayudó a dos millones de chilenos en situación de vulnerabilidad a recibir los pagos de asistencia social directamente en sus cuentas bancarias en un momento en que muchas oficinas se habían cerrado para frenar la propagación del virus.
La digitalización de los servicios esenciales también contribuyó a brindar oportunidades a los más vulnerables y a preservar la salud de las comunidades durante el confinamiento. En Costa de Marfil, el gobierno ofreció a través de teléfonos celulares información sobre geolocalización de infecciones y chequeos médicos a distancia.
Asimismo, gracias a la educación remota, los estudiantes continuaron aprendiendo a pesar de los cierres de escuelas que afectaron a más de 1600 millones de alumnos en todo el mundo. Turquía, por ejemplo, amplió su plataforma de aprendizaje electrónico para llegar a 18 millones de estudiantes y más de un millón de maestros.
Las poblaciones rurales, las mujeres y quienes viven en situación de pobreza quedan rezagados. Incluso cuando los sectores vulnerables acceden a la conectividad, la falta de conocimientos sobre el manejo y el costo pueden representar desafíos o barreras infranqueables para el uso de estas tecnologías.
De la misma forma, las ciudades cuentan con el doble de usuarios de Internet que las zonas rurales. En Asia meridional, las mujeres tienen un 51 % menos de probabilidades de usar Internet que los hombres. Y en todo el mundo, las personas que viven en situación de pobreza enfrentan dificultades para conectarse. En África, menos del 10 % de aquellos que viven en situación de extrema pobreza tienen acceso a Internet.
Los gobiernos tienen que trabajar para que la conectividad sea asequible, confiable y accesible para todos. Las políticas que atraen a los inversionistas y promueven la competencia contribuirán en gran medida a reducir los costos, ampliar y desplegar la infraestructura necesaria y hacer que los dispositivos móviles y el uso de datos se vuelvan más asequibles.
Los operadores deben compartir la infraestructura a fin de reducir las barreras para el ingreso al mercado y promover el uso de la infraestructura estatal de telecomunicaciones actualmente subutilizada. En África, alrededor del 40 % de las redes de fibra (más de 400 000 kilómetros) pertenecen al gobierno y están desaprovechadas. En América Latina y el Caribe, el 60 % de quienes carecen de conexión mencionan el alto costo de los datos como principal obstáculo para el uso de Internet.
Asimismo, las personas deben contar con las habilidades necesarias para usar tecnologías digitales. Cuando se combinan el acceso asequible y las habilidades, se generan más empleos y se reduce la pobreza. En Nigeria y en Tanzania, la participación en la fuerza laboral aumentó 3 y 8 puntos porcentuales respectivamente, después de tres o más años de acceso a Internet, mientras que las tasas de pobreza se redujeron un 7 %. Al mismo tiempo, son muy pocos los que utilizan eficazmente estos recursos. Mientras que el 83 % de la población de África vive en áreas con cobertura de servicios de Internet móvil, solo el 27 % los usa. Las habilidades digitales y la asequibilidad son esenciales para subsanar esta brecha en el nivel de uso.
El tercer paso es generar confianza. Para que las personas adopten plenamente las interacciones digitales, necesitan saber que son confiables y seguras, y que están protegidas. Esta tarea es aún más difícil en los países en desarrollo, donde las habilidades digitales no están tan extendidas.
Más de dos tercios de los hogares de América Latina que disponen de conexión a Internet se preocupan por su privacidad y seguridad cuando usan el servicio. En Filipinas, se utilizan las huellas dactilares y la autenticación mediante mensajes de texto a fin de garantizar a la población la seguridad del nexo entre su identidad y sus beneficios sociales. Para generar más confianza en las herramientas digitales, se requieren instituciones y un marco legal sólidos que protejan los datos, lo que incluye contar con entidades de manejo de datos, autoridades dedicadas a la protección de datos y organismos de ciberseguridad.
La pandemia ha acelerado el desarrollo digital y ha dejado en claro que el futuro digital ya está aquí y es ahora. Pero si no tomamos medidas urgentes y coordinadas, las brechas cada vez más amplias en el acceso, las habilidades y la confianza pueden socavar el potencial para lograr una recuperación inclusiva.
Ahora es el momento en que los sectores público y privado deben redoblar sus esfuerzos para garantizar que los países en desarrollo adopten y se beneficien plenamente de las potentes soluciones que ofrece la transformación digital.