La justicia internacional como una sucursal de las transnacionales

 

Oleg Yasinsky

Las últimas décadas fueron un tiempo para la concentración del poder, del dinero, de las tecnologías y de la información cada vez en menos manos. La simbiosis entre estos cuatro elementos esenciales de la naturaleza neoliberal produce hoy algo cualitativamente nuevo: un total dominio mediático de las transnacionales y el capital financiero y una renovada función de la justicia, que ya no pretende ser resultado de una u otra historia, o cultura, y ni siquiera necesita coquetear con los otros dos poderes del Estado para la desaparición de éste.

La justicia, cada vez más ciega y frívola, ignora por completo el rotundo fracaso de todas las instituciones supraestatales, corre hacia el proscenio, sube al atrio y se declara ‘justicia internacional’

Los hilos que la manejan son invisibles y su titiritero es el poder transnacional, y las nuevas tecnologías cumplen con su papel de que nadie pueda ver aquello que no corresponda.

La Rusia moderna, por supuesto, no es la URSS, pero el Occidente que se le opone, con sus realidades actuales, es muy superior a cualquier caricatura soviética de tantas que se dibujaban hace décadas.

El fiscal de la Corte Penal Internacional, que hace pocos días emitió una orden de arresto contra Vladímir Putin y la Defensora de los Derechos del Niño en Rusia, María Lvova-Belova, es el abogado británico Karim Ahmad Khan.

La falta de consistencia de la acusación se compensa con su grosería: el crimen de los acusados es «la deportación ilegal de niños ucranianos». Las autoridades rusas realmente llevaron a los niños de los orfanatos de las zonas de combates al territorio ruso, para alojarlos en varios sanatorios en el mar Negro y otros lugares, con la correspondiente infraestructura para darles el debido cuidado. El Gobierno ucraniano, que normalmente impide la evacuación de los civiles en las líneas de fuego para aumentar así al máximo las víctimas, con el fin de acusar a Rusia, repite lo mismo de siempre, que el rescate de los niños de la zona de guerra es «el genocidio de los ucranianos por los rusos». Siguiendo la misma lógica, a los ‘niños secuestrados’ se les deberían agregar casi tres millones de ucranianos civiles que se refugiaron durante el año pasado en el territorio ruso.

Como sabemos, la vida es más rica que cualquier imaginación humana y mucho más que cualquier declaración propagandística.

Aparte de su brillante carrera de jurista, Karim Ahmad Khan es famoso también por su hermano pedófilo Imran Ahmad Khan, un político del partido Conservador que fue encarcelado en mayo del 2022 por abusar sexualmente de un menor. El 23 de febrero de este año, Imran Ahmad Khan fue liberado de prisión después de cumplir solo la mitad de su condena. Entiendo que las personas no somos responsables por los actos de nuestros familiares cuando son mayores de edad. Tampoco tengo pruebas de que la liberación prematura del delincuente fuera resultado de la gestión de su hermano (aunque se habla bastante de eso). Solo opino que la imagen de un juez internacional con dedicación especial al tema de los derechos humanos debería ser intachable. Una persona correcta, frente a este tipo de acusaciones, debería dar la cara comprobando lo contrario o renunciar.

Karim Ahmad Khan es un reconocido abogado internacional. Investigó crímenes de lesa humanidad en Yugoslavia (recordemos la ‘objetividad’ de esa justicia y la muerte del último presidente serbio, Slobodan Milosevic, en la cárcel del Tribunal Penal Internacional sin haber sido nunca probada su culpabilidad, pero que bien sí ha quedado juzgado por la prensa internacional, recordado por la opinión pública como ‘el carnicero de los Balcanes’); luego, por pedido explícito del Pentágono, en nombre de la Corte Penal Internacional se acordó detener las investigaciones de los crímenes militares estadounidenses en Afganistán y, en el año 2021, el mismo Tribunal decidió cerrar las investigaciones sobre los crímenes de guerra y de lesa humanidad en Colombia, donde el Ejército y los paramilitares apoyados por Washington llevaron a cabo un verdadero genocidio contra su propio pueblo por lo menos durante medio siglo.

En marzo del año pasado Karim Ahmad Khan visitó el pueblo ucraniano de Bucha y, antes de una investigación oficial, declaró «su confianza» en que allí se habían cometido «delitos internacionales» y la contundente «necesidad de castigar a los culpables».

Bucha se hizo mundialmente famosa después de que los medios internacionales difundieran la ‘noticia’, con escalofriantes ‘testimonios’, sobre «los masivos fusilamientos y violaciones de la población civil por los militares rusos». Semanas después se supo que los cadáveres, recién exhumados y expuestos, correspondían a víctimas del fuego cruzado, ya que ese fue el lugar de los enfrentamientos más duros, y que las ‘violaciones’ de bebés, abuelitos y hasta mascotas fue un invento de la encargada de los Derechos Humanos del Congreso ucraniano, Liudmila Denisova, que junto con su hija psicóloga Aleksandra Kvytko dieron rienda suelta a sus fantasías sexuales e inventaron decenas de ‘testimonios’ de pacientes de una clínica. Estas historias fueron desmentidas oficialmente y la señora Danilova despedida de su cargo, pero masivamente de eso no se supo nada y el objetivo mediático de deshumanizar a los rusos se logró con creces.

Ahora la Corte Penal Internacional se convierte en parte de la guerra contra Rusia.

El problema ya no es ni siquiera la doble moral, sino que los dueños de este teatro que es la justicia internacional consideran al público tan idiota que ni siquiera tratan de hacer creíble su mediocre espectáculo.

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