La obliteración de la realidad

Andrea Zhok.

Imagen: Bart Herreman, Bélgica-Italia

 

El resultado global de este reciente pero masivo desarrollo es que nunca ha sido tan fácil cambiar y manipular el acceso a todo tipo de información; y que nunca ha sido tan fácil dirigir las discusiones públicas y los debates políticos.


Después de haber suprimido en los últimos meses una avalancha de perfiles inconvenientes o de haber modificado arteramente sus programas de estudios, después de haber convertido el «incendio de Odesa» en un accidente doméstico, después de haber cambiado ad hoc la autoría de los misiles ucranianos cuando servía para apoyar una tesis de la OTAN, la última brillante iniciativa de la que hemos sido testigos es hacer que Auschwitz no sea liberado por el Ejército Rojo, sino por un autodenominado ejército ucraniano.

Confiamos en que en breve se publique una lista de los milagros realizados por Zelenski en apoyo de su canonización.

Ahora bien, todo esto sería risible, sería risible si no fuera un indicio de la transformación más peligrosa de esta triste época.

Por supuesto, podemos decir que, después de todo, ¿qué es lo que se reclama? Es Wikipedia, no una enciclopedia real.

¿No puede exigir rigor?

Y es cierto. Igual que es cierto que Facebook, o Google, u otros son empresas privadas y que, por tanto, está en el orden de las cosas que actúen según sus propios intereses.

Quién puede negarlo.

Tampoco se puede negar que el 90% de los periodistas actuales -cuando realmente quieren ser rigurosos y no copiar-pegar de las agencias- consultan sus fuentes en Wikipedia.

No se puede negar que también lo hacen (sin admitirlo) los estudiantes y un gran número de profesores.

Y no se puede negar que, tras el cierre de las secciones de los partidos, tras la destrucción de las comunidades locales y de la vida de barrio, prácticamente el único escenario de discusión política pública que queda en pie es el que proporcionan los medios de comunicación social, aquellos medios de comunicación social que están directa o indirectamente influidos por la administración estadounidense, o más bien por su aparato militar industrial.
Hasta hace 15-20 años, todavía era habitual obtener las noticias importantes de fuentes acreditadas en papel. Sin embargo, el legado del conocimiento en papel, que en sí mismo puede ser falsificado como cualquier otro conocimiento, tenía su propia inercia fundamental, debido tanto a los costes de producción como a la dificultad de alterar físicamente la información impresa en papel.

Si había que producir un volumen de los Treccani había que tener cuidado de no incluir en él correcciones arbitrarias, porque las correcciones eran muy costosas y los daños económicos y de reputación podían ser enormes.

La digitalización de la información ha reducido los costes de producción y edición. La reducción de los soportes físicos y el creciente acceso a la información en servidores remotos, «nubes», etc. también nos ha facilitado a los usuarios finales el acceso a mucha información (tengo una duda enciclopédica sobre la pista de esquí…). No hay problema, saco mi teléfono móvil y problema resuelto).

El resultado global de este reciente pero masivo desarrollo es que nunca ha sido tan fácil cambiar y manipular el acceso a todo tipo de información; y que nunca ha sido tan fácil dirigir las discusiones públicas y los debates políticos.

Ciertamente, en las bibliotecas, en las hemerotecas, en los lugares de estudio de historiadores y filólogos, aún existen vestigios, bases bien fundadas, fuentes que realmente pueden acreditarse. Pero – y ésta es la gran noticia – esto no preocupa realmente a quienes tienen interés en manipular la opinión pública, que flota como una tabla de surf siempre sobre la ola de los «rumores de actualidad», suficientes para definir las decisiones en el presente y en el futuro próximo. Todavía podemos recuperar manuscritos del siglo XVII y verificar el texto, y eso es una gran satisfacción intelectual, pero francamente para la actual gestión del poder es irrelevante. Basta con que todas las noticias e informaciones que afectan al discurso público actual y a las decisiones de los órganos políticos hayan desaparecido o hayan sido cuestionadas de vez en cuando.

El proceso al que asistimos es reciente, muy reciente, pero tiene un poder absolutamente extraordinario. En pocos años hemos asistido ya a una enorme reorientación de la opinión pública de masas, y en unos años más podemos encontrarnos nadando en un mundo completamente transformado en sus referencias. Uno o dos ciclos de estudio y el viejo mundo del conocimiento histórico y científico puede ser sustituido por completo por una versión conveniente del mismo, a su vez en perpetuo cambio.

Nunca es necesario «cambiarlo todo». Basta con cambiar estratégicamente lo relevante de vez en cuando, haciendo inaccesible lo molesto, durante el tiempo que sea necesario.

El laborioso trabajo de reedición y borrado de Winston Smith está ahora a un «clic» de distancia, con efectos planetarios.

Los que piensan que este panorama está pintado de forma demasiado sombría se hacen dos ilusiones.

La primera es la idea de que, a pesar de todo, existiría una pluralidad de agentes económicos en competencia, y que esto puede garantizar cierta pluralidad de información. Desgraciadamente, la pluralidad de los agentes económicos en primer lugar no es tan plural, dado que las capitalizaciones necesarias para contar en este mundo (gran edición digital, información dominante) son muy elevadas y las concentraciones ya enormes; en segundo lugar, dicha pluralidad no lo es cuando se tocan los intereses autorreproductores del capital y, por tanto, en la cuestión principal y dirimente del debate político contemporáneo, la pluralidad competidora se traduce en variaciones corteses sobre un tema en el que existe plena cooperación.

La segunda ilusión es la vieja idea de que la existencia de islas disidentes, de conocimientos minoritarios, garantiza de algún modo una pluralidad suficiente para impedir la manipulación masiva. Aquí se subestima el hecho de que los tiempos actuales de cambio ponen fuera de juego los procesos de averiguación de la verdad. Que una o dos décadas después lleguemos a demostrar que aquella «revolución de color» fue una operación encubierta de los servicios secretos no es una «victoria de la verdad» de la que consolarse. Una verdad que surge cuando ninguna decisión depende ya de ella es sólo una curiosidad. Y además, si la verdad sale a la luz, es porque en ese momento ya no hay suficiente interés en ofuscarla. Si, por el contrario, ese interés sigue vivo, cualquier cosa, literalmente cualquier cosa, puede manipularse lo suficiente como para llevar a la opinión pública al puerto deseado.

Es importante darse cuenta de que no es necesario que «el pueblo» esté firmemente convencido de una determinada falsedad. Si no se puede hacer mejor, basta con que haya suficiente ruido de fondo para que cualquier verdad resulte indistinguible y dudosa. Una vez hecho esto, el resto del proceso de persuasión se produce a través de las formas ordinarias de propaganda, sin necesidad de preocuparse por los fundamentos o la verificación.

Mientras este proceso de obliteración y sustitución de la realidad pública no sea tomado suficientemente en serio por todos aquellos interesados en la verdad, cualquier otra cuestión corre el riesgo de ser irrelevante.


*Andrea Zhok es profesor de filosofía en la Universitá degli Studi de Milán y colabora habitualmente en distintos medios de italianos de izquierda.

Fuente original: Arianna Editrice

Fuente tomada: Geopolitica.ru

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