La reforma indispensable
César Pérez
La reforma que requiere este país, y que además es posible, es un cambio radical en la manera de pensar la política, vale decir, insistir en producir una serie de transformaciones en los ámbitos de lo social, lo político y lo cultural.
El retiro del gobierno de su propuesta de reforma fiscal es políticamente correcto. Sin embargo, más que “ajustar los alcances de desarrollo”, lo que debería hacer la presente administración es abocarse a hacer la reforma moral e ideal a que apostó ese abanico de fuerzas políticas y sociales que por más de dos años se mantuvo en las calles demandando el fin de la impunidad y de los irritantes privilegios de sectores políticos y empresariales. En el imaginario colectivo es extendida la idea de que, en esencia, se mantienen esas dispensas restándole legitimidad al gobierno, algo evidenciado en el contenido de las discusiones sobre la reforma en las vistas públicas en el Congreso.
Es innegable que ese proyecto adolecía de importantes falencias, que no atacaba distorsiones/ privilegios y fuente corrupción, pero pienso que son más peligrosas las exageraciones y el cinismo de los principales opositores de la reforma, políticos como /empresarios. A esos grupos se unieron otros con intereses diferentes e incluso defensores de los mejor para el país, produciéndose así una explosiva mezcla de ignorancia, irresponsabilidad, incoherencia de la participan sectores de la comunicación y hasta de las ciencias sociales, fundamentalmente de la economía. Indudablemente que esos factores contribuyeron a que se produjeran los “terribles números” de las encuestas que se dice asustaron al gobierno.
Sin embargo, en última instancia, la fuerza de los opositores al fallido proyecto se encontraba en ese generalizado sentimiento de que el régimen no ha enfrentado con eficacia y determinación la permanencia de ancestrales lastres sociales económicos, políticos y sociales. Se dice que la evasión del ITBIS alcanza hasta un 47, que se han dilapidado los recursos del 4% a la educación, que la cobranza del agua y la energía eléctrica es relativamente insignificante, que el financiamiento a los partidos es excesiva, las elecciones signadas por las iniquidad e inequidad, publicidad del gobierno dispendiosa y beneficiosa para antiguas bocinas y congresistas que se autoasignan pensiones y seguros médicos prohibitivos, sus barrilitos y cofrecitos, etc.
Sin legitimidad alguna, éstos legisladores eran los encargados de aprobar los alcances de la reforma, por eso fueron presas fáciles de sectores antisistémicos, antipolíticos, rabiosos enemigos de los valores básicos de la democracia que tuvieron en las vistas públicas un escenario para ampliar su siembra de odio, mentiras y de violencia verbal y física en esta sociedad. También fueron presas de una diversidad de actores que desde otra posición eran opuestos a la reforma. Otro factor que limitaba el apoyo a la iniciativa del gobierno fue la propuesta de unificación de las elecciones municipales con las presidenciales a pesar de ser rechazada por mayoría de alcaldes y directores de distritos municipales; así como de centenares de destacados técnicos y activistas municipalistas.
En ese contexto era impensable que el gobierno lograse su objetivo. Obligado a desistir de todo intento de reforma fiscal se plantea hacer reajustes presupuestarios, limitar las tentaciones hacia el endeudamiento y las fugas de dinero hacia las arcas de los evasores. Son medidas razonables, que podrán ayudar a paliar el golpe de no lograr los recursos buscados con la reforma, pero para hacerlas efectivas deberán aplicarse acciones drásticas, racionales y valientes. Pero me temo que por más eficaces que resulten esas medidas serán insuficientes para colmar las expectativas de la población tanto del primer como del segundo mandato de esta administración.
No es momento de tirar la toalla, como bien plantea el Centro Juan XXIII, en uno de sus dos magníficos documentos sobre la presente coyuntura, pero insistir en un proyecto a todas luces inviable, por los elementos arriba enunciados, y porque quizás se magnificó sus eventuales alcances, no es una apuesta razonable porque sus posibilidades de éxito son en extremo exiguas . La única salida que podría tener el gobierno para recuperar la subjetividad fracturada, es asumir una firme posición de firme combate a los privilegios de todo tipo, a la evasión fiscal de los grandes emporios nacionales e internacionales enclavados los sectores claves de la economía y de la política.
Igualmente, haciendo conciencia que una vez naufragado su proyecto de reforma fiscal, la reforma que requiere este país y que además es posible y es un cambio radical en la manera de pensar la política, vale decir, insistir en producir una serie de transformaciones en los ámbitos de lo social, lo político y lo cultural. Conectarse con los cambios y problemas que actualmente acogotan el mundo y, sin renunciar a su soberanía, hacer conciencia de que mantener una perenne puja y disputa con países y organismos internacionales no conduce a ninguna parte, además que no es posible gobernar sin estructuras políticas realmente existentes.
Finalmente, está más que demostrado que uno de nuestros mayores lastres es la debilidad/inconsecuencia del liderazgo político, derivándose de ahí la preeminencia de las corporaciones económicas, sociales y eclesiales en las tomas de las decisiones políticas claves. Es el factor determinante del naufragio de la reforma fiscal.