La trágica e indetenible debacle del PLD

César Pérez

El PLD vive una agonía cuyo desenlace no parece ser otro que una desintegración coyuntural que podrá tornarse irremediablemente estructural. Los elementos más salientes de esa agonía son: una hemorragia de muchos de sus principales activos que van confluyendo en el partido que salió de sus entrañas que, por el momento, lo amenaza no sólo para desplazarlo como principal partido de oposición, sino con arrebatarle gran parte del poder que tiene en los gobiernos locales y en las cámaras legislativas.  Además, que otros tantos de sus activos pasan en masa hacia el PRM y una significativa cantidad de sus dirigentes y exministros guardan prisión domiciliaria o en cárceles, acusados todos actos de corrupción.

Cualquier partido que pase por esa situación y que, además, tenga un presidente que prácticamente no puede hacer vida pública porque gran parte de su estrecho círculo familiar guarda prisión acusado de prevaricación y asociación de malhechores, que no pueda tener contacto con los medios de comunicación, al igual que la generalidad de sus principales dirigentes, de hecho, está inhabilitado para hacer política en los escenarios públicos. En política, sobre todo hoy día, quien no está presente en los lugares donde se hace política no existe o está en franco proceso hacia la insignificancia e inexistencia absoluta.  De igual modo, un partido cuyo candidato presidencial en las pasadas elecciones está preso, está en franca desbandada. Herido de muerte.

Pero, esta circunstancia no es mera casualidad, en gran medida, es el resultado de la concatenación de muchos hechos que en el proceso de construcción y discurrir de esa colectividad con potencialidad de conducirla hacia la debacle.  Como las sectas, fue fundada para defender una imaginada “pureza” de sus integrantes que inmediatamente la situó en contra de los “otros”, los “impuros”, representados por el entonces PRD y en prácticamente toda la sociedad dominicana. Era la idea del entonces líder del PLD, al cual se le prodigaba una obediencia rayana en la ceguera. Su muerte obligó al partido a construir un nuevo líder que ascendió al poder, casi casual, apoyado por los sectores políticos, económicos y eclesiales más conservadores del país.

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