La tregua

Enrico Tomaselli.

Foto: En gaza salieron los palestinos a celebrar como victoria el alto al fuego.

En otro tiempo… los ecologistas europeos decían que era necesario “actuar localmente, pensar globalmente”. Éste sigue siendo un principio válido, y no sólo para las cuestiones medioambientales. Con Palestina en el corazón, pero también con la conciencia de que la lucha por el derecho y la liberación de los pueblos es más larga y amplia. Y no ha hecho más que empezar.


Hay una tregua, que aliviará a una población masacrada, que vive bajo las bombas y casi sin alimentos, ni agua potable, ni atención sanitaria decente, durante quince largos meses.

Esto ya es algo muy importante en sí mismo, como también es de gran importancia que esta tregua no llegue porque el mundo se haya conmovido de repente ante tanto sufrimiento, ni porque un cuasi-presidente la haya exigido para dar lustre a su coronación.

Llega sobre todo porque la Resistencia del pueblo palestino y sus formaciones combatientes ha sido inmensamente superior a la de los israelíes y su ejército. Llega porque la Resistencia ha ganado esta batalla.

Por esta razón -aunque la protección de los palestinos, de los niños, de las mujeres, de los ancianos- es una cuestión primordial, en realidad tiene una importancia relativa si Israel respetará la tregua, y hasta cuándo, o si tendrá un seguimiento inmediato o no.

Nunca debemos olvidar, en nuestras salas, que incluso en el mejor de los casos la guerra no termina aquí, porque ésta es una guerra de liberación, y sólo terminará cuando Palestina sea libre.

Y no hay que engañarse: el camino está abierto, el 7 de octubre lo ha ensanchado considerablemente, pero el final no está a la vuelta de la esquina.

Y en Gaza como en Yenín, en Saná como en Beirut, en Bagdad como en Teherán, lo saben muy bien. Todavía habrá un precio que pagar.

Así pues, está bien respirar aliviados, está bien celebrarlo, pero no debemos engañarnos pensando que todo ha terminado.

Y hay otra cosa importante, para tener en cuenta. Aunque nuestro corazón lata por Palestina, aunque lo que ha ocurrido y está ocurriendo allí toque cuerdas y emociones profundas, no podemos ignorar el contexto en el que todo esto tiene lugar.

Se trata de una guerra de liberación que se inscribe en un marco totalmente distinto de aquel en el que, clásicamente, han tenido lugar otras guerras de liberación. Y no sólo porque ocurre mucho más tarde, en una época política radicalmente distinta, sino porque -precisamente- el contexto es tan diferente que todo adquiere literalmente una naturaleza distinta.

En primer lugar, porque la región en la que sucede todo esto -Oriente Próximo- es estratégicamente crucial, tanto por ser el corazón palpitante de las fuentes de energía fósiles, de las que aún depende gran parte del planeta, como por su posición geográfica, que la sitúa en el centro entre Europa, África y Asia Central, y más allá, hacia el océano Índico.

Luego, porque es una región en la que el legado del colonialismo europeo (fronteras trazadas según los intereses de división de los colonizadores, pueblos divididos por fronteras dibujadas con escuadra, y por último, pero no menos importante, la pretensión europea de seguir teniendo voz en los destinos de las tierras y pueblos colonizados) está aún muy presente y, en muchos aspectos, latente.

Celebran los gazaties el triunfo del alto el fuego

Por si fuera poco, esta región se encuentra hoy en el centro de una profunda redefinición del equilibrio, que concierne en primer lugar a algunos de los actores geopolíticos locales -que no son pocos… – pero que no considera ajenas a las grandes potencias mundiales.

Un redibujamiento regional en pleno y tumultuoso progreso, en el que realmente no hay certeza sobre los resultados finales, que muy probablemente serán muy diferentes de los que nos gusta imaginar en Occidente.

En estos lares, de hecho, la creencia de poseer una especie de derecho a ejercer el poder sobre los demás es difícil de extinguir. Y, sobre todo, persisten algunos tabúes, algunas perspectivas asumidas como inconcebibles, lo que obviamente complica abordar la maraña de cuestiones de forma racional.

Uno, sobre todo, la existencia de Israel, es decir, de un Estado para-colonial europeo, fundado sobre la supremacía religiosa ejercida por un componente -en todo caso minoritario- de esa comunidad de creyentes, desgraciadamente afectada por un mesianismo pernicioso y un racismo intolerable.

Y todo ello, a su vez, mientras el mundo entero se encuentra en una fase de transformación, nada pacífica, de trascendencia epocal, que por la amplitud y relevancia de los cambios en curso podría definirse como un desplazamiento del eje político terrestre.

Esta tregua, por tanto, nos interpela tanto y tanto como la guerra. Nos pide, una vez más, que formemos parte de la Historia y, por tanto, que elijamos de qué lado estar.

Nos pide no sólo que apoyemos al pueblo de Palestina y su derecho a ser libre y soberano en su tierra, sino que comprendamos cómo encaja esto en los contextos más amplios antes mencionados y, por tanto, que actuemos en consecuencia, manteniendo clara esta visión general.

En otro tiempo –antes de convertirse en una tropa de reserva del imperialismo centrado en Occidente– los ecologistas europeos decían que era necesario “actuar localmente, pensar globalmente”.

Éste sigue siendo un principio válido, y no sólo para las cuestiones medioambientales. Con Palestina en el corazón, pues, pero también con la conciencia de que la lucha por el derecho y la liberación de los pueblos es más larga y amplia. Y no ha hecho más que empezar.

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