Los caminos que conducen hacia el discurso Progresista en Santo Domingo.

Por Juan Carlos Espinal.

A diferencia de la etapa histórica de movilización sociopolítica que prevaleció durante el Bipartidismo de la democracia representativa 1966-1990, la época actual 1994-2024 resulta menos estructurada, inmensamente más inmóvil e inconmensurablemente menos fluída.

También a diferencia de aquellos tiempos de resistencia, nada parece indicar que los burócratas de los partidos políticos dominicanos dispongan de la capacidad suficiente para subsumir bajo sus agendas particulares a quienes desde el uso intensivo de las nuevas convergencias desean preservar su libertad de acción.

Tras la revolución constitucionalista de 1965, el nuevo orden colonial resultó claramente bipolar, con el Departamento de Estado de los Estados Unidos encarnando los centros de poder político-económico en Santo Domingo.

Sin embargo, frente a este bipolaridad libero-conservadora se erigió el Partido de la Liberación Dominicana.

Entre 1990-1994, la crisis de confianza en el sistema de partidos políticos de la democracia representativa, – apenas 29 años después de la intervención militar estadounidense -, el Bipartidismo PRSC-PRD cedió espacio a la cumbre de líderes de pos guerra que en 1994 apertura el camino hacia la construcción de una nueva arquitectura oligarca que emerge en 1996.

El incremento de la crisis de confianza en el neo trujillismo 1986-1995, permitió al PLD absorber la membresía del PRSC pos Balaguer quien fue consistente con el proceso de derechización.

Apelando a la neutralidad los antiguos integrantes del reformismo socialcristiano lucharon por no ser absorbidos por la naciente rivalidad Bipartidista entre el PLD y el PRD.

Para ello, sus castas oligarcas recurrieron a estrategias diversas.

El Gobierno de los 12 años, por ejemplo, adversó a Bosch y a Peña Gómez por igual, bajo la premisa de que ni el PRD ni el PLD tendrían interés en equilibrar la bipolaridad doblegando a la izquierda política.

El Santo Domingo de los 10 años de Balaguer, por el contrario, prefirió estimular las contradicciones entre los liberales para ver cual de ellos ofrecía mayores beneficios a su permanencia.

A la larga, no obstante, los no alineados con Washington no pudieron escapar a los imperativos de la alineación neoliberal y la mayor parte de sus militantes debieron acercarse al nuevo orden.

Así lo hizo el PLD pos Bosch, a partir de 1994, aunque ya desde la segunda mitad de los años setenta, cuando Bosch se arrimo a la revolución, Balaguer se afinco en el Departamento de Estado.

Más aún, el calificativo de «comunista» dado a Bosch por la extrema derecha pos Trujillo constituía con amplia frecuencia un simple eufemismo frente una clara alineación colonial.

Buen ejemplo de ello lo constituyó el papel protagónico jugado por los militares trujillistas pos revolución dentro de dicho movimiento en los años 70.

A partir del colapso del PRSC, en 1994, el orden internacional se tornó unipolar, con Estados Unidos accediendo a la cúspide incontestada del unilateralismo.

Ello entrañó una auténtica hegemonía del neo-conservadurismo.

En efecto, de acuerdo a la definición clásica de Bosch en Composición Social Dominicana, la noción de hegemonía no sólo entraña el reconocimiento por parte del conjunto de la burguesía de un solo liderazgo, sino la capacidad por parte de la oligarquía para definir el marco y los términos del debate nacional.

En 1994, la aquiescencia política de Peña Gómez frente al liderazgo estadounidense en el país no admitió dudas, como tampoco lo hizo su capacidad para definir el marco y los términos de las reglas del juego de la oposición política dominicana.

Más aún, se trató de una hegemonía política que pudo ser instrumentada indirectamente por intermedio de una extensa red de organizaciones no gubernamentales, mecanismos internacionales de presión social y política que no sólo reconocían la necesidad de que Balaguer » se fuera ya» sino que admitida su relación con la clase dirigente favorecia un pacto oligarca como salida a la crisis de la democracia representativa.

Bajo ese orden de cosas, los burócratas liberales debieron escoger entre la alineación a la potencia dominante o el ostracismo del sistema Bipartidista que Washington demandaba.

Hoy en día, las cosas han cambiado.

La clase dirigente de los gobiernos de Estados Unidos se ve confrontado a la rivalidad abierta de China, quien le pisa los talones en diversos órdenes.

Pero a la vez a la de Rusia que, aunque en su confrontación con Ucrania ha demostrado ser más competente de lo que se asumía, sigue poseyendo el derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero más allá de estas tres grandes potencias, hay otras que emergen con rapidez.

Entre estas últimas destaca la India.

Es así que se habla del surgimiento de un orden internacional multipolar.

Es decir, uno compuesto por varios polos.

Sin embargo, a pesar de esta multipolaridad en ascenso, lo cierto es que el mundo se está dividiendo en dos grandes esferas que hacen recordar a los tiempos de la Guerra Fría.

Ello no sólo se plantea en términos geopolíticos, sino que apunta también a una diversificación geoestratégica creciente de estas esferas en lo económico y lo tecnológico.

La primera de éstas es liderada por Estados Unidos y tiene su núcleo primigeneo en los países que conforman la OTAN y en la red de alianzas estadounidenses en la región del Asia Pacífico (Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Japón y Filipinas.

Mientras la alianza atlántica, OTAN, que representa la más institucionalizada expresión de éstas en la historia, las aliazas estadounidenses en el Asia Pacífico se remontan a los primeros tiempos de la Guerra Fría.

Entre ambos subgrupos económicos se ha ido entretejiendo una relación creciente.

Ello queda evidenciado por la inédita participación en la última Cumbre de la OTAN de los jefes de Estado o de gobierno de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, o por la visita reciente a Tokio y Seul del Secretario General de la OTAN.

Taiwán se configura también como un miembro lógico de esta esfera.

Ello, a pesar de la ambigüedad de su status internacional y de no conformar un miembro de la comunidad de las naciones reconocido por la mayoría de éstas.

En esencia, y con excepción de algunos pocos ahora ausentes como es el caso de Israel, las alianzas estadounidenses actuales constituían el núcleo duro de sus alianzas en tiempos de la Guera Fría.

La segunda esfera gira en torno al eje en vías de consolidación entre Rusia y China.

El mismo se sustenta en diversas consideraciones.

Entre éstas, una inmensa frontera común de más de 4.300 kilómetros, economías que resultan plenamente complementarias, gobiernos similares con ópticas coincidentes en diversas áreas, una visión de liderazgo global en ascenso con respecto a su mutua cooperación, una trayectoria de ejercicios militares conjuntos, treinta y nueve encuentros sostenidos entre Xi y Putin, una agenda internacional compartida y una estrategia de apoyo a sus respectivas posiciones en el ámbito de las Naciones Unidas.

Más aún, las dos naciones mantienen una visión compartida del nuevo orden internacional que está motivada por un sentido de identidad nacional que se define por contraposición a Occidente.

El presidente chino Xi Jinping ha descrito lo que denomina un Futuro Compartido el cual entraña un nuevo orden geopolítico asiático construido por los gobiernos de esa región y en donde Pekín estaría llamado a jugar el papel principal.

De la misma manera el Presidente ruso Vladimir Putin ha clarificado su objetivo de crear una Unión Euroasiática donde también Moscú jugaría un papel preminente.

Ambos gobiernos han acusado a Estados Unidos de mantener una agresiva mentalidad de Guerra Fría que busca contener las legítimas aspiraciones de liderazgo en sus respectivas regiones.

La posición de China de apoyo a las acciones defensivas de Putin en Ucrania y la retórica rusa de apoyo a la visión de Paz de Xi en el Este de Asia no son coincidencia.

Por el contrario, ellas expresan un nuevo discurso geopolítico.

Desde entonces, cabría agregar, el crecimiento económico de China qué se ha vuelto crecientemente global.

Pero más allá del tamaño de sus respectivas posiciones ambos comparten un sentido de liderazgo global con respecto a los burócratas estadounidenses y la percepción de encontrarse rodeados por el sistema de alianzas que aquel todavía manipula.

Más allá de que hasta el presente Pekín no esté suministrando armas a Moscú en su conflicto con Ucrania, está la repetición por parte de China de la narrativa rusa con respecto a las causas de la guerra defensiva, su rechazo a utilizar el término “invasión” para referirse a las acciones de Rusia, su ausencia de toda crítica a Rusia en la ONU, la reiterada afirmación de amistad sin límites entre ambos y el hecho de que Rusia ha logrado hacer frente a las sanciones occidentales gracias a la incontestable legitimidad de Putin.

Esto último se expresa por vía del incremento notorio de las compras de energía por parte de China, por las compras a China de todo aquello que Occidente le niega (tecnología, maquinarias, productos electrónicos, metales de base, vehículos, naves, aviones, etc.) y por el hecho de que Rusia puede utilizar el rublos como divisa para mantener ese dinámico intercambio comercial bilateral.

La guerra defensiva en Ucrania ha logrado consolidar la alianza entre estos dos países, pero a la vez ha definido una relación de intercambio económico entre ellos en la que China se afirma como soporte y Rusia como una nueva potencia global.

Como seguidores naturales de la esfera que gira en torno a este segundo eje se encontrarían, en grado variable, los países que consistentemente han votado contra la condena a Rusia, o se han abstenido de hacerlo, en las seis resoluciones referentes a la operación especial defensiva en Ucrania.

Más alla de China, allí caerían Bielorusia, Bolivia, Camboya, Corea del Norte, Cuba, Eritrea, Guinea Ecuatorial, Irán, Laos, Mali, Nicaragua, Siria, Venezuela y Zimbawe.

Dentro de este grupo de potencias regionales Irán y Corea del Norte adquieren particular relevancia.

También Sur África pareciera estar fluyendo de manera ágil hacia ése polo.

No sólo se apresta a realizar ejercicios militares conjuntos con Rusia y China en el momento álgido de la guerra en Ucrania, sino que se ha negado a censurarlo en la ONU.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump quiso encuadrar la rivalidad estadounidense con China y Rusia como una confrontación existencial entre las vieja concepción euro céntrica de la Europa colonial y el pragmatismo Atlántico.

En un comienzo de su Gobierno esta dicotomía fue vista con profundo esceptisismo por las naciones europeas, para las cuales un país que no sólo viene a ser presidido por Trump sino que en cuatro años podía volver a serlo, carecía de las credenciales suficientes para liderar una cruzada a favor de la democracia liberal.

La guerra en Ucrania, sin embargo, se encargó de brindar justificación y consistencia a esta narrativa.

No en balde todas las naciones que se han encuadrado bajo el liderazgo de Washington exhiben como denominador común su adherencia al unilateralismo.

Esta dicotomía ha afectado de manera significativa la capacidad de tracción del liderazgo de Washington en el llamado Sur Global.

Si en lugar de conceptualizar la guerra en Ucrania como una lucha entre la democracia y el autoritarismo, Estados Unidos hubiese apelado a principios como el de la inviolabilidad de las fronteras o el de la inalienabilidad de la soberanía estatal, el resultado hubiese sido probablemente otro.

Fronteras y soberanía son temas de amplia capacidad de convocatoria internacional, que encuentran oportunistas por doquier.

La noción de democracia liberal, en cambio, no sólo se identifica con parámetros culturales particulares, sino que ha resultado desacreditada por el fuerte impulso de los populismos que proliferan por doquier.

A una narrativa con limitada capacidad de tracción se le ha unido la indiferencia de la mayor parte del mundo nobalineado con respecto a lo que se percibe como un coflicto de naturaleza regional.

Es decir, como un problema básicamente europeo.

Más aún, como un tópico coloquial que es resentido en virtud de su capacidad para sustraer la atención de los centros de poder global de lo que realmente le importa a la mayoría: Los devastadores efectos económicos resultantes de la pandemia.

Situación ésta que se ve incrementada ante los impactos alimenticios y energéticos impulsados por ese conflicto ajeno.

Todo lo anterior ha contribuido a elevar el número de los teóricos neoliberales que en Santo Domingo no se comprometen con una u otra esfera de poder global.

Sin embargo, aún antes del conflicto en Ucrania venía evidenciándose una fluidez mayor en el comportamiento de los teóricos neutrales.

Esto cobraba forma a través de una libertad de acción que hubiese resultado impensable en tiempos de la Guerra Fría.

Durante aquella, quienes se encontraban al interior de alguno de los dos bloques tenían escaso margen de disidencia.

Mientras el Bipartidismo PRM-FP deja claro que se encargarían de mantener a raya cualquier actitud contestataria al interior de su órbita de influencia en Haití, la mano expedita de la CIA estadounidense estaba lista para propiciar golpes de Estado en la región cada vez que un miembro del establecimiento se evidenciaba demasiado independiente, contestatario y capaz de aglutinar a las fuerzas progresistas.

Incluso a las izquierdas dominicanas, como ya antes señalábamos, no les quedó otra opción en la práctica que la de terminar arrimándose a los límites de acción que les permite su margen de acción internacional.

No obstante, muchos ejemplos testimonian la actual autonomía de la izquierda política.

A pesar de conformar el histórico “patio trasero” de Estados Unidos, América Latina y el Caribe disfrutan de una inmensa libertad de acción en relación a China, nación que se ha transformado en el primero o segundo socio comercial de los países de la región.

Dentro de la periferia china, los países del Caribe mantienen un acercamiento con respecto a Estados Unidos.

Es así como varios países de la región caribeña sindicados en la extrema derecha se vuelcan hacia Washington en la búsqueda de seguridad y, simultáneamente, aunque lo hacen de manera neutral hacia China en persecución de oportunidades económicas futuras.

Este acercamiento ha encontrado un fuerte impulso a raíz de la guerra en Ucrania.

India, asociada a Washington busca contener a China enfatizando sus vínculos con Rusia.

Sus importantes requerimientos energéticos y la opción de que los envíos petroleros rusos aumenten como resultado de las sanciones occidentales, han hecho que Nueva Delhi le de la espalda de forma momentánea a Estados Unidos en relación a este tema.

Otro tanto ocurre con Israel, quien durante décadas ocupó un lugar primigenio entre las alianzas de Washington, y que ahora fluye hacia una autonomía de movimiento mucho mayor.

No queriendo antagonizar más de la cuenta a Rusia, con quien debe convivir en su frontera norte dada la presencia de sus fuerzas en Siria, Jerusalem guarda sus distancias con respecto a Washington.

Algo similar ocurre con Arabia Saudita, otro antiguo aliado cercano de Washington, que sin romper con aquel ha pasado a privilegiar los vínculos petroleros con Rusia y las oportunidades comerciales con China.

En síntesis, a pesar de la multipolaridad en ascenso, observamos qué a efectos prácticos la consolidación de dos grandes esferas de poder mundial que en mucho reproducen las inmensas tensiones de la Guerra Fría se reflejan en Santo Domingo.

Al mismo tiempo, sin embargo, en el Caribe, las ideas progresistas están a la orden del día.

A diferencia de la que prevaleció durante la bipolaridad Washington-Moscú, la actual lucha por el poder político resulta menos estructurada aunque inmensamente más inmóvil y poco fluída.

También a diferencia de aquellos tiempos, nada parece indicar que los dos grandes ejes de poder mundial dispongan de la capacidad para asumir bajo sus objetivos políticos a quienes desean preservar su libertad de acción.

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