Lucha de clases en América Latina y el Caribe.

Juan Carlos Espinal

Si un dominicano de finales del Siglo 19 hubiera observado la curva del crecimiento económico de la sociedad dominicana del Siglo 20 desde una distancia suficiente en el Siglo 20, como para que le pasasen por alto las restricciones socioeconómicas y educativas de la población excluida de principios del Siglo 21 y sus respectivas fluctuaciones habría concluido, con toda certeza, que la economía dominicana continuaba expandiéndose. Sin embargo, en mi opinión, ello no era cierto en un aspecto: La globalización neo liberal de la economía mundial de consumo parecía haberse interrumpido. Según todos los parámetros fondomonetaristas de la economía mundial se estancó o retrocedió. En los años posteriores al Tratado de Libre Comercio se había registrado la migración más masiva de la historia de pos guerra, pero esos flujos migratorios habían cesado, o más bien habían sido interrumpidos por el inmovilismo socio-económico y las restricciones políticas.

Entre 2000-2010 el comercio nacional se recuperó de las conmociones fondomonetaristas y las crisis socio políticas para superar el derrumbe financiero de la banca nacional y de esa manera estabilizar ligeramente el nivel de inflación de la década de 1990. A finales del Siglo 20, cayó luego durante el período de depresión del dólar. En República Dominicana su impacto se produjo al finalizar la era de las privatizaciones pues el volumen de la deuda hoy era mucho mayor que antes de la intervención estatal de la banca nacional en 2002.En contrapartida la deuda externa se había más que duplicado entre los últimos años del Siglo 20 y se multiplicará por cinco en el período comprendido entre 1964 y 2004.
El estancamiento social y tecnológico de los dominicanos más vulnerables resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que una de las secuelas de la primera ola de privatizaciones fue la aparición de un número importante de nuevos distritos y municipios , fragmentaciones socio culturales en la Provincia de Santo Domingo y la zona sur de Santiago. El incremento tan importante de cordones de miseria en torno a las urbes rurales – Ello supone alta concentración, es decir, hacinamiento humano y ambiental –y la relajación de las fronteras políticas nacionales induce a pensar que tendría que haberse registrado un aumento automático del comercio inter municipal, ya que los intercambios comerciales que antes tenían lugar dentro de una misma provincia (por ejemplo, en Nagua – Samaná o en la ruta hacia la franja de la Cordillera Septentrional de la isla) se habían convertido en intercambios internacionales. (Las estadísticas del comercio nacional sólo contabilizan el comercio que atraviesa fronteras municipales). Asimismo, es propio suponer altos índices de exclusión y violencia. El trágico flujo de refugiados haitianos en la época de pos-guerra y pos revolucionaria, cuyo número se contabiliza ya en millones de personas, indica que los movimientos migratorios nacionales tendrían que haberse intensificado, en lugar de disminuir.
Durante los doce años de Balaguer la depresión pareció interrumpirse incluso en el flujo internacional de capitales. Entre 1964 y 2004, el volumen de los préstamos internacionales aumentó más del 90 por ciento. (Se han apuntado varias razones para explicar esa liberalización capitalista: …. “Que la principal economía en crecimiento del mundo, Estados Unidos, estaba alcanzando la situación de crisis, de auto insuficiencia, excepto en el suministro de algunas materias primas, y que había tenido una gran dependencia del comercio exterior. Sin embargo, incluso en países que siempre habían desarrollado una gran actividad comercial con República Dominicana y los países caribeños (CARICOM, por ejemplo,) se hacía patente la misma decadencia. Los dominicanos contemporáneos del Siglo 21 creían ver una causa más evidente de alarma en los bajos salarios y el alto desempleo y probablemente tenían razón. Todos los índices socioeconómicos indicaban que los economistas fondomonetaristas del Banco Central hacían cuanto estaba en sus manos para proteger una economía local de monopolios y alta concentración de capitales, frente a las amenazas del exterior, es decir, frente a una economía global que se hallaba en una difícil situación.
Al principio de la crisis capitalista de entre 2000 y 2010, tanto los agentes económicos locales como el BID y el Banco Mundial, así como los gobiernos esperaban: ..“Que una vez superadas las perturbaciones causadas por la deuda hispanoamericana y sus clásicas secuelas (inseguridad pública, corrupción generalizada, altas tasas de desempleo y fuga de capitales) la situación de progreso y crecimiento económico volvería a los ciclos de crecimiento del periodo anterior al año 2003” que la Presidencia del Banco Mundial en el país consideraba normal. En realidad, la prosperidad de las clases medias asalariadas se derrumba entre 1980 y 1999 socavando el poder de la democracia dominicana. El desempleo no volvió a descender y los sindicatos perdieron la mitad de sus afiliados en los 50 años siguientes desequilibrando de nuevo la balanza a favor de los empresarios.
A pesar de ello la prosperidad continuaba sin llegar. El liderazgo político y empresarial hizo cuanto les fue posible para sostener el status quo sobre la base de un proceso histórico inflacionario, esto es, para intentar que sus mercados retornasen a los viejos y firmes principios de la intervención estatal y los subsidios ocultos; de la moneda sobre valuada y por el patrón clásico de la burbuja especulativa financiera global que no había resistido los embates y riesgos de la deuda.
Los economistas del FMI lo consiguieron en América Latina, en alguna medida, entre 1970 y 1990. Se registró un hundimiento espectacular del sistema monetario sólo comparable al que sufrió una parte de la población estadounidense luego del crack financiero de 1929. En el caso extremo, el valor del dólar se redujo a una milésima parte de su poder adquisitivo lo que equivale a decir que el peso se devaluó. Entre 1980 – 2000, los propietarios de las pólizas de seguro -en el país- que se habían vencido durante el período de la inflación fondomonetarista del Banco Central -contaban en privado- que cobraron sus beneficios en moneda devaluada, que tiempo después sirvió para pagar los intereses de los préstamos cuyos intereses habitualmente no podían pagar. En suma, entre 1970-2000 se esfumó por completo el ahorro privado lo cual provocó una falta casi total del capital circulante para las empresas.
Eso explica en gran medida que durante los años siguientes a la firma del TLC con EEUU la economía dominicana tuviera una dependencia tan estrecha de los créditos exteriores, dependencia que es la causa de la gran vulnerabilidad de la democracia cuando comenzó la depresión financiera global de entre 2000 y 2010. Mirando el fenómeno en retrospectiva, las quebradas industrias del siglo 19 y principios del 20 entraron en decadencia, y su derrumbe anterior cobró notoriedad cuando millones de obreros fueron a las calles y la notoriedad posterior de la deuda hizo que su convulsión fuese más rápida.
La industria de los servicios empleaba ahora a menos gente que nunca antes; cuando no, desaparecían. Las industrias tradicionales de tercera generación hicieron que la catástrofe fuera ejemplar. La cantidad de empleados en la industria textil y de confección y de calzado se redujo a menos de la mitad respecto de la era de las especulaciones bursátiles del modelo neoliberal. La cantidad de empleados de la industria de la construcción- entrado el Tratado de Libre Comercio- emigró en masa y la competitividad del libre comercio tercermundista desapareció prácticamente iniciándose el fin de la democracia representativa. Las hamburguesas s Mc Donald’s de la Churchill con Sarasota y los restaurantes de comida rápida detuvieron en seco la expansión territorial pero aun así emergerían los expendios de comida china criolla en los barrios de la parte alta de la Capital y Santiago. En las circunscripciones electorales 1, 2 y 3 del DN, en las plazas comerciales en la avenidas Duarte y la Mella; en San Francisco de Macorís, en Bávaro y la zona costera de Higüey.
Mientras desaparecían las últimas minas de Bonao, donde miles de trabajadores se habían ganado la vida como obreros de campo abierto, a principios de la pacificación norteamericana en Santo Domingo, los obreros sobrevivientes bajaban a los parques públicos abandonados por las instituciones del Estado responsables de su durabilidad en el tiempo para recordar lo que antes habían hecho a favor de la eterna seguridad social en la oscuridad capitalista de las profundidades. Y, aunque nuevas tecnologías sustituyeran a otras antiguas- no eran las mismas industrias- siempre estaban concentradas en los mismos lugares y centros de alto consumo y lo más probable era que estuviesen organizadas de modo diferente al esquema de producción internacional.
Los titulares de los periódicos de los años 90s que hablaban de inversión de capitales lo sugiere: Las grandes fábricas de producción en masa construidas en tomo a la cadena de montaje; la distribución de transporte de carga y sus monopolios e intermediarios, las regiones inmobiliarias dominadas por una sola industria, como los MALLS , los resorts todo incluido. La clase obrera local unida por la segregación residencial y por el lugar de trabajo, en una unidad poblacional multiacéfala denunciaba las características esenciales de la industria clásica neoliberal. Era una imagen macroeconómica poco realista pero representaba algo más que una verdad simbólica.
En los lugares donde las estructuras del capitalismo financiero florecían como en los países de industrialización reciente del tercer mundo como Argentina y Brasil o las economías capitalistas industriales con altos niveles de desigualdad , como en Chile,- detenidas por la influencia de los intereses de las multinacionales- y la caída del mercado de valores de Wall Street, las desventajas con el mundo industrial de occidente en el período de la posguerra; en el período de expansión de los Estados Unidos en el Caribe, entre 1959-1962; o hasta anterior a 1916, eran evidentes y abismales, incluso con el surgimiento de poderosas organizaciones corporativas del cobre en los grandes centros industriales basados en la industria de la automoción o como quiera llamársele.
No era una crisis de clase sino de conciencia. A finales del siglo 20 las nada homogéneas poblaciones de La Victoria, en el norte de la capital de Santo Domingo, que se ganaban la vida vendiendo su trabajo manual a cambio de un salario mínimo en las zonas francas o la industria de los servicios, aprendieron a verse como una clase trabajadora única y, al considerarse ese hecho como un fenómeno socioeconómico importante del siglo 21, su situación como seres humanos dejó de existir en ese tipo de sociedad constitucional. Por supuesto, los trabajadores estaban divididos entre sí, no solo por el hecho de ser asalariados y de hacer el trabajo duro trabajando, sino también por el hecho de pertenecer, en una inmensa mayoría, a las clases pobres económicamente inseguras, pues, aunque los pilares fundamentales de los movimientos obreros fueron la marginalidad y la miseria, lo que se esperaba de la vida útil, según el patrón de vida del Banco Central, era poca cosa y estaba muy por debajo de las expectativas, salarios-alquiler en el doble estándar de la estratificación social.
De hecho, la economía de bienes de consumo no perecederos para las masas le había dado de lado a la clase media en todas partes, hasta en la indigencia, y en los financiamientos de micro crédito, y en el período de las privatizaciones. La segregación social, el estilo de vida de los trabajadores, propio de su jerga social y moda, así como por la falta de oportunidades en la vida que los diferenciaba de la alta burguesía local, y de los empleados administrativos y comerciales que gozaban de mayor ascenso social y oportunidades, era una cosa grave, aunque su situación económica fuese igual de precaria. Los hijos de los profesionales medios no esperaban ir, y rara vez iban a la universidad.
La mayoría eran mediano burgueses, vendedores de mercancías, visitadores a médico, con una edad límite de escolarización obligatoria de algo más de quinto o sexto grado, universalmente hablando. Los campesinos ni hablar. Vivían en el Siglo21 del discurso de la modernidad de un modo diferente a los demás, con expectativas vitales diferentes, y en lugares de alta densidad poblacional. Sus viviendas suelen ser de alquiler y apenas una minoría privilegiada poseía casa propia.
Las amas de casa participan en la vida pública, en el mercado, la calle y en las juntas de vecinos. Pero, la sociedad estaba profundamente dividida. Era un rasgo característico de los dominicanos menos privilegiados socio-políticamente hablando, que por razones instrumentales tenían que ser medianos burgueses por lo inadecuado de la influencia en los asuntos públicos del poder individual. En muchísimos aspectos, el Estado Nación culminó en los países pobres, en los antiguos países desarrollados, al término de la Segunda Guerra Mundial. La combinación del período de máxima expansión del siglo, del pleno empleo y de una sociedad de consumo auténticamente de masas transformó por completo la vida de los pueblos y las naciones del mundo, de la gente, de la clase obrera en los países en vías de desarrollo y seguirá transformándola.
Los sindicalistas o los miembros del partido que en otro tiempo se representaban en las regiones locales o en los actos políticos entre otras cosas eran solo algo así como una falsa diversión protocolar de diversos grupos privados marginales de la sociedad para ir ganando tiempo y a futuro pensar en mayores y mejores formas de atracción, para perder el tiempo, a menos que fuesen anormalmente militantes. De cara a cada campaña electoral los activistas políticos del oficialismo y de la oposición habían formado una eficaz campaña mediática con el objetivo de la polarización de las fuerzas sociales sistémicas.
La prosperidad y la privatización de la existencia humana separaron lo que la pobreza y el colectivismo de los espacios públicos habían unido. En resumen, el pleno empleo y una sociedad de consumo sin racionalidad dirigida a un mercado auténticamente de masas con bajos niveles de instrucción coloca a la mayoría de los trabajadores, por lo menos durante una parte de sus vidas, muy por debajo del nivel en que ellos habían soñado, en el que el dinero se gastaba sobre todo para cubrir las necesidades básicas.

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