Modelo de democracia y gobernanza en penumbra
Cándido Mercedes
La democracia real, que ha de ser la gobernanza cierta, donde los seres humanos encuentren satisfacer sus necesidades materiales de existencia, su bienestar, su quehacer. Allí donde un huracán categoría I no desnude nuestra pobreza y miseria.
“Contra la subjetividad de los hombres se levanta la objetividad del mundo hecho por el hombre”. (Hannah Arendt).
En las sociedades como la nuestra hay cuasi un abismo, una diferencia, entre lo normativo y la praxis, entre lo legislado y el accionar concreto, entre las leyes y la cultura política, vale decir, hay un puente quebradizo entre lo ideal y lo real. Una ruptura entre los avances aprobados en el papel y el cuerpo sustantivo que ha de cobrar sentido de la historia, allí donde la subjetividad y la objetividad van en línea paralela.
El desencuentro entre lo posible y lo real, la valla entre la imaginación y el conocimiento, es tan brumosa, tan basta, que no deja lugar a dudas del poco avance de lo sostenible. Un diferencial sin colorido cierto entre lo esencial y lo real, entre la mera superficialidad y lo esencial, entre la búsqueda de la información y la transformación en noticia. La vacuidad creada es el manto del espectáculo donde cualquiera se hace héroe, aun cuando la enajenación, la alienación, lo mute en villano. Es el modelo creado por una sociedad del simulacro cuyo germen protagónico es el vacío.
Por eso seguimos en Macondo, sin superarlo, solo con nuevas tecnologías, empero, con los chips de una tautología que no nos deja ver el bosque para avanzar en lo estructural, en lo que en verdad importa, nos lleva a un nuevo peldaño del desarrollo, del contenido, de la historia, con cifras y más allá de los números, con esperanza de vida no por el tiempo per se, sino en un termómetro que nos sitúe de manera circular con otras. Ello así porque cualquier tiempo del pasado no puede alinearse con el presente ni mucho menos con el futuro.
El futuro acumula todo lo mejor del pasado y nos hace trillar en el presente, recombinación de dos tiempos con alas ciertas, buscando el equilibrio incierto del futuro, que no controlamos, no obstante, que nos conduce a labrar nuevos horizontes. Pasado y presente se constituyen en zonas de confort que no nos habilitan la esperanza renovada. Es la necesidad de conjugar presente en una perspectiva de futuro, con visión para transformar, para no solo quitar la espina sino diseñar la flor y formar su cosecha intrépida y vivaz.
Nos encontramos en ese sendero tortuoso de tres modelos de democracia con huecos gigantes en sus deudas: económicas, sociales, institucionales; situándonos en el primer escalón de la democracia y sus modelos. ¿Cuáles son esos modelos de la democracia? En nuestro país predomina un modelo elitista competitivo donde una parte muy ínfima, una porción, conduce y dirige de manera significativa, protagónica, la existencia democrática del país. Ellos, convertidos en elite, en la ley de hierro de la oligarquía, al decir de Robert Mitchell, que lo suplanta todo.
La sociedad política, que es una parte de la sociedad, subvierte y domina a esta, la subordina y toda la agenda queda diezmada en el juego de intereses individuales y particulares drenando, diluyendo, truncando y sofocando de manera perenne la vida colectiva. El modelo elitista competitivo nos empuja a la pared, nos choca en el contén, para generar solo en el concierto de sus acciones y decisiones, solo la democracia electoral, esto es, las elecciones, donde se “transforma” al ciudadano en un simple votante. La elite política, en su fase de competitividad, lucha denodadamente por el voto. Es ahí donde el ciudadano en su “mutación” se convierte en voto, en gran medida, merced al clientelismo.
El modelo de democracia elitista competitivo, aun en el Siglo XXI, en nuestro país no se lleva a cabo acorde a la transparencia, la equidad, la libertad, la eficiencia y la sana competencia. El modelo democrático elitista competitivo no lleva a cabo lo que dice la Constitución en su Artículo 216, referido a los partidos políticos, en su Párrafo 3: “Servir al interés nacional, al bienestar colectivo y al desarrollo integral de la sociedad dominicana”. La partidocracia nuestra tiene la política como forma de vivir de ella, no para servir a ella.