He querido analizar No es un soplo la vida tomando los poemas en el orden como aparecen en el libro y he tenido que referir los saltos en la matriz del pensamiento y el discurso del autor, que de ninguna manera le restan a su ejercicio poético. Después del poema “Sin equipaje” donde está la presentación del ser trascendido, le sigue el “Alba”, (a menos que Alba sea el nombre de una persona) y pienso que solo leer la palabra alba nos asoma al sentido de la blancura, de la pureza del ser. Sin embargo, nos encontramos a un poeta introduciendo el horror y la duda: “Ahora nos acoge el horror. / La duda es nuestra sombra / nos persigue con su imperio de insomnio, / con ese tufo a final desquiciado / cáustico…” (pág. 150). Su duda es reforzada en el poema que le sigue a “Alba”, “Indubio pro homine”, pero está presentada con otra connotación. Aquí la duda es un ejercicio de búsqueda de la vida: “Es taladrar la vida hasta declararla cierta” (pág. 151). Es como buscar la certidumbre, la verdad, lo sublime; otro estadio superior a la plenitud del ser, porque en la consumación de la blancura, está lo sublime. En medio de la duda queda: “… esta testaruda voluntad / en la que ahora incubamos el vuelo de los sublime” (pág. 150). El poeta nos dice que: “Solo nos salva la tierra sudorosa / el brote desobediente de la semilla” (pág. 150). ¿La desobediencia en el jardín del Edén? No se sabe.
El poema “Devenir” supone otra búsqueda de ser, es como volver a reinventarse. “Caminar hasta llegar a ser” (pág. 152) es como seguir el juego de los ciclos sucesivos del ser, aquel con la capacidad de seguir evolucionando o tal vez involucionando por toda la eternidad. En el devenir se tiene “la certeza de que nos arrimamos al canto / a la eternidad del juego” (pág. 152). Esa peregrinación eterna del ser debe hacerla sin cansancio: “Caminar sin cansarnos / es saber que el futuro es un retrato escondido de la esperanza” (pág. 152) la cual siempre estará en el imaginario del ser, pues no es una meta, es leitmotiv impulsora de su sentido vital.
Si para el poeta era importante la memoria cuando se refería al ser o el lenguaje, en los poemas siguientes ya no lo son. Toma como argumento a dos personajes, a Henry Gustav Molaison (1926- 2008) y a Jean Berbeck que carecen de estas facultades. Ambos con historias donde se relacionan precisamente la memoria y el lenguaje. Molaison fue un paciente norteamericano con trastornos de memoria, siendo su caso tomado por la ciencia como teoría explicativa de asociación entre la función cerebral y la memoria, contribuyendo al desarrollo de la neuropsicología cognitiva. En tanto, Berbeck era un personaje como refiere Ramón Constanza, haciendo alusión a la novela Seda de Alessandro Baricco, el cual había decidido un día dejar de hablar. La memoria y el lenguaje son dos pilares fundamentales para la explicación del ser y ahora el poeta toma como ejemplo en Molaison y Berbeck la falta de memoria y de la lengua o lenguaje, quizá como ejemplo de afirmación de su discurso en el libro, de que el ser “es lingüístico” y es memoria: “Probablemente, / nadie ha sabido en Lavilledieu que perder la palabra es también borrar la memoria” (pág. 156) siendo “La memoria una flor que solemos desnudar a cada instante, / una escorrentía de recuerdos” (pág. 155) y que por tanto “un hombre suele ser lo que dice; / que un hombre suele ser su lengua” (pág. 156).
El beso en el texto de Beltré
Aproximarse a una interpretación de la poesía de Beltré y dejar fuera el simbolismo del beso sería una omisión injustificada. Con solo decir en uno de sus versos que el beso ilumina, nos da luz, dice de la importancia de ese acto en su afirmación poética: “Nos ilumina el beso” (pág. 97) que es el par de la gloria: “Solo tengo para darte la mirada que nos trajo a este firme purgatorio / si más derecho a gloria que el beso” (pág. 38).
Nos dice que la luz y la felicidad del ser están asociadas al beso, que es algo muy preciado: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo besa / hasta que lo encuentra en los bastidores del viento / en los confines de las flores, / harto de laberintos y arcilla” (pág. 39), o puede estar presente en la comunión de los seres, que se espera con ansias y sobre todo que adquiere la categoría de angelical: “Esperé mil años hasta llamarla por su nombre. / Desde entonces cargamos horizontes en las alas del beso” (pág. 42).
Para finalizar, en el poemario No es un soplo la vida, Daniel Beltré presenta varios poemas donde vuelve al tema de la purificación, la soledad, el perdón, la metamorfosis, el mito, la paradoja y el amor. De todos los poemas finales destacamos el titulado “Confines de Dios”, donde se desarrolla un estado de contemplación, donde la soledad está anidada en el “más aturdidor de los silencios”, donde hay un encuentro con Dios, donde “Nadie llega, nadie parte, nadie pasa; / solo somos mi sombra y yo, / Dios y mi sombra. Solo Dios” (pág. 165).
Leer estos últimos versos del poema “Confines de Dios”, sobre pasaron mi lógica matemática y lingüística. Es un lugar donde nadie llega, nadie parte y nadie pasa, solo están su sombra y su Yo (asumimos que ese Yo es su ser) luego afirma que está Dios y su sombra, o sea que el Yo (o el ser) ya no están, Dios se quedó con la sombra del Yo (ser), (pero dijimos que nadie sale) luego queda solo Dios. ¿El ser se hizo Dios? Como he dicho en otras ocasiones que la lógica de la razón no es necesariamente igual a la lógica de la poesía, dejemos todo esto a esa sensación que deja un texto con exquisita poesía. Una poesía que nos lanzó a linderos ontológicos para afirmarnos más humanos con todas nuestras discrepancias, para darnos chapuzones en las aguas insondables del origen y los porqués de nosotros mismos.