¿Para qué sirve la antropología? Una reflexión desde la experiencia docente en República Dominicana
Por Sergio Terrero
En la República Dominicana, comprender el alcance de la antropología —tanto en su versión general como en la antropología cultural— representa un desafío persistente. Esta dificultad no se limita al ámbito social general, sino que permea incluso nuestras instituciones académicas, donde perduran confusiones conceptuales y prejuicios que oscurecen su verdadera relevancia y aplicabilidad.
Una disciplina bajo sospecha
Una experiencia personal ilustra esta problemática. Al iniciar mi labor docente en una universidad estatal, una colega me interrogó: “¿Qué materia enseñas?”. Al responder “antropología”, su rostro esbozó una mueca de escepticismo antes de replicar: “¿Y eso para qué sirve?”. Este aparente diálogo trivial encierra una realidad preocupante: la percepción de inutilidad que rodea a nuestra disciplina, incluso en espacios que deberían valorar el conocimiento crítico.
Sin embargo, el problema trasciende las anécdotas individuales. En otra universidad pública donde ejercí la docencia, la antropología enfrentaba un obstáculo estructural: desde su creación, la carrera estuvo adscrita a una escuela dominada por el perfil historiográfico. Esta subordinación administrativa reforzó la visión reduccionista de que la antropología es simplemente una auxiliar de la historia, perpetuando el equívoco de que los antropólogos somos historiadores con enfoques alternativos.
Raíces de un malentendido epistemológico
Esta distorsión no es inocente: niega la naturaleza fundacional de la antropología como ciencia de síntesis. Aunque comparte con la historia su pertenencia a las ciencias sociales, su enfoque es constitutivamente transdisciplinar. Se alimenta tanto de las ciencias naturales (como en la antropología física y forense) como de las humanidades (en su vertiente sociocultural), permitiéndole abordar al ser humano como totalidad biopsicosocial.
El problema se agrava con los contenidos curriculares en educación preuniversitaria. Los manuales escolares dominicanos suelen presentar la antropología como:
- Un sinónimo de historia general
- Una disciplina limitada a la arqueología precolombina
- Una curiosidad académica sin conexión con problemas actuales
Las consecuencias son evidentes: en mis diagnósticos iniciales, estudiantes universitarios repiten que la antropología “estudia huesos y pirámides”, ignorando su potencial para analizar desde desigualdades urbanas hasta dinámicas migratorias contemporáneas.
Antropología aplicada: más allá de la torre de marfil
La verdadera potencia de esta disciplina radica en su capacidad para: - Desentrañar complejidades culturales: entender cómo se construyen identidades, conflictos y adaptaciones en sociedades pluriculturales como la dominicana.
- Informar políticas públicas: su metodología etnográfica revela las brechas entre las normas y las prácticas reales en educación, salud o gestión ambiental.
- Generar innovación social: al decodificar lógicas comunitarias, permite diseñar intervenciones que eviten el colonialismo académico.
En nuestro contexto caribeño —donde conviven tradiciones taínas, legados coloniales y globalización acelerada—, la antropología ofrece herramientas únicas para:
• Comprender las resistencias culturales frente a megaproyectos turísticos
• Analizar el papel de las diásporas en la redefinición nacional
• Diseñar estrategias contra la violencia de género desde cosmovisiones locales
Por una antropología necesaria
Lejos de ser una reliquia académica, la antropología es un instrumento vital para el desarrollo soberano. En un país que debate su identidad entre el merengue y los algoritmos, entre la ruralidad y los smartphones, su enfoque humanista pero riguroso puede:
• Prevenir fracasos en proyectos de desarrollo (al incorporar variables culturales ignoradas por enfoques tecnocráticos)
• Renovar la educación (al conectar los saberes escolares con los conocimientos comunitarios)
• Fortalecer la democracia (al visibilizar actores sociales tradicionalmente excluidos de los discursos oficiales)
La pregunta correcta no es “¿para qué sirve?”, sino “¿cómo podemos prescindir de ella?” en una nación que necesita entenderse a sí misma para construir su futuro. Subestimar a la antropología es renunciar a las llaves que descifran lo más elusivo y esencial: el alma colectiva de un pueblo.