Pena, tristeza y tristumbre: una mirada desde el análisis literario (4 de 5)

 

 

Virgilio López Azuán

Es muy difícil precisar si lo escrito por alguien está cónsono con sus verdaderos sentimientos, si es el parto de lo vivido por la persona o es una capacidad de desdoblamiento que se tiene para poder tocar las posibilidades del lenguaje y plasmar sensibilidades como si fuera propias del autor. Es por ello por lo que algunos entendidos en análisis literarios predican sobre el arte como una gran mentira, que el poeta o artista tiene por oficio mentir. No sabremos nunca si estos poetas mencionados con sus desdoblamientos fueron capaces de condensar con tanto acierto esos sentimientos y emociones humanas. Para producir estas obras debe haber un impulso interior avasallante del autor, capaz de irrumpir con imágenes trascendentes y retratar los misterios hondos del ser humano, de su ontogénesis. Estas imágenes no se producen en el momento del trance, sino después, cuando todo ha pasado y se intenta describir o simplemente expresar la naturaleza, las características y las esencias de ese sentimiento o emoción. Nadie produce en medio de la ansiedad, la angustia, la tristeza o la alegría, y si lo hace, entiendo que lo producido no tendrá trascendencia porque esos mismos estados sirven como barreras que impiden la salida de los efluvios o emanaciones que luego se convertirían en obra de arte. Digamos que los griegos a esas emanaciones les llamaban inspiraciones o musas. Eso no importa, lo que interesa es que pienso que algo existe, algo previo, que impulsa la salida de una obra que se convierte en arte.

El individuo humano, y eso lo han dicho científicos y místicos hasta la saciedad, tiene un potencial extraordinario para dominar muchos elementos en la naturaleza, y dominar estados de pena o tristeza no sería ningún acto de supremo sacrificio. Solo debemos conocer las maneras, los caminos que conducen a su dominio. Bueno, dirá usted eso es difícil, eso es como caminar sobre las aguas. Sí, es difícil, pero no imposible, como quizá no lo es caminar sobre las aguas para algunos místicos. Si aprendiéramos algo de esto en la humanidad no hubiera tanto llanto, tanta pena, tanta tristeza, tanto dolor…

Hay un tipo de tristeza que se puede llamar de resignación que está contenida en unos versos de Antonio Machado y hecha canción por Emilio José y otros: “Estoy tan hecho a la pena / que me sirve de compaña; / y el día en que no la tengo / me parece cosa extraña”. Pero hay una tristeza, un tormento que parece no tener causas aparentes: “Y cuan con más terneza / mi infeliz estado lloro, / sé que estoy triste e ignoro / la causa de mi tristeza”, dice Sor Juana Inés de la Cruz en su poema “Este Amoroso Tormento”. Esa tristeza podría ser cuasi patológica, es como una enfermedad por que más adelante en el poema se lee: “Estro de mi pena dura / es algo del dolor fiero; / y mucho más no refiero / porque pasa de locura”. Es un sentimiento tan fuerte, tan grande que va cruzando puertas de otros sentimientos y estados que puede parar a la puerta de la locura, del frenesí.

También ella nos regala otros versos inolvidables: “Toda en el mal el alma divertida, / pena por pena su dolor sumaba, / y en cada circunstancia ponderaba / que sobraban mil muertes a una vida”.

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