Periodismo en los tiempos de la cólera

Oleg Yasinski

Antes creíamos que lo humano significaba tener ideas e intenciones propias. En la memorable película de Oliver Stone, ‘El Salvador’, dos amigos reporteros guiados por intereses profesionales viajan al país centroamericano en medio de la guerra civil e, involucrados en la realidad de la lucha, no pueden evitar tomar un bando con el que se identifican, el del pueblo sublevado. De otra forma, serían cómplices de un crimen. Una imagen (totalmente idealizada, pero inspiradora), nos presentaba al periodista como a un incansable luchador por la justicia, investigador de crímenes del poder y defensor de los humildes. También su misión era contarnos la verdad de los hechos, en lugares remotos, explicarnos la relación entre lo que sucede en el mundo y la realidad que vive uno, y, a partir de allí, tender puentes, rutas o túneles hacia el futuro.

Creo que podemos prescindir de la absurda y estéril discusión sobre la ‘objetividad’ periodística, tal vez basta con que uno no se mienta a sí mismo ni invente los hechos para otros; los seres humanos (incluidos los trabajadores de los medios, aunque no lo parezca) tenemos nuestros sentimientos, convicciones e ideas y no podemos evitar ser parciales, subjetivos e interesados frente a los hechos de vida o muerte que son las noticias políticas. No pueden exigirnos ser extraterrestres. No hay nada más falso que las ‘normas’ de la ‘objetividad’ que los grandes medios ‘serios’ e ‘independientes’ exigen, eso de que deben darse en todas las discusiones «ambos puntos de vista», mientras la misma prensa de forma tan poco democrática elige a quién entrevistar para «representar objetivamente ambas partes», siendo la manipulación evidente.

Siento que es exactamente al revés: mientras más directa y convencida sea la opinión del reportero, será más interesante y socialmente útil el trabajo periodístico.

La discusión no es a favor ni en contra de ‘la propaganda’. Los grandes medios están financiados por los fondos privados, grupos políticos y comerciales, corporaciones transnacionales y los gastos reservados de los Estados, todos trabajan como fábricas mundiales de opinión y solo los más ingenuos pueden considerar estas opiniones como ‘independientes’. Pero incluso dentro del mundo propagandístico, (donde la propaganda más profesional y la más peligrosa es la que menos se ve como tal), es importante fijar las posiciones. Sí, queremos manipular por medio de la palabra a quienes nos escuchan, para hacerles pensar o sentir lo mismo que nosotros, y de esa forma construir con ellos lazos de complicidad y de compañerismo, queremos contagiarles lo que nos parece justo. No es para utilizarlos en las próximas elecciones ni para que apoyen a uno u otro candidato político, sino para armar entre todos una mirada social crítica y humanista, para que cada uno desde su lugar vea cómo puede hacer este mundo un poco mejor.

El gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski dijo en una entrevista: «Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias…».

Con los últimos acontecimientos trágicos en Europa, que simultáneamente vienen con el bloqueo de todo pensamiento, argumento y análisis que provenga de Rusia, los principales medios de comunicación occidentales, que más que uno de nosotros inocentemente consideró ‘serios’, en vez de defender la diversidad de opinión (algo que antes siempre pregonaron), celebraron la censura contra toda la disidencia y, de inmediato, se convirtieron en basureros informativos, repletos de ‘fake news’ y análisis unilaterales y tendenciosos, claramente cumpliendo órdenes de alguien que está muy lejano de la ética del periodismo profesional. O, simplemente, ese alguien llegó a la conclusión, de que la masa «leyente, oyente y televidente» ya fue idiotizada lo suficiente como para no tener que darle mayores explicaciones ni desgastarse en construcciones manipuladoras complejas, como las de antes.

Sí, es probable que esta sea la lógica de algunos. La que supone algo ya sentenciado: la muerte del periodismo. Porque antes, cuando la prensa todavía reflejaba los diferentes puntos de vista y los reporteros, guiados más por las convicciones personales que por las competencias profesionales, seguían esta lógica del periodista mexicano Pablo Espinoza: «…un buen periodista está convencido y nunca va a perder de vista que hay una persona más inteligente que él que se llama lector, y que es anónimo».

Hace un par de años (y asombrosamente sin generar ningún asombro) vimos al primer periodista robot, presentado por la televisión china. Estaba dando noticias. Para ser más precisos, no es ningún robot, es sólo un programa de computador que genera un holograma de un robot o un periodista (que no es lo mismo, pero es igual, agregaría algún cínico). Algo muy similar a las imágenes generadas por ‘la inteligencia artificial’, que parece la única inteligencia que hoy está de moda.

Y aquí podemos tener un problema. Me acuerdo de las simpáticas y sexis conductoras de la televisión colombiana que hace pocos años, hablaban de  soldados siempre como «asesinados» y de guerrilleros siempre como «abatidos», para, luego antes de pasar a las noticias del deporte o del entretenimiento, consentirnos con sus sonrisas. Ni qué decir de la normalización de la frase «casas de pique» (lugares donde textualmente pican a seres humanos) y su consiguiente cambio de tema, con expresión de ternura y alegría.

En general sabemos cómo funciona la máquina mediática. Pero cualquier participación de los seres de carne y hueso, implica un grado de riesgo, conocido como ‘el factor humano’.

Todo Chile se acuerda cuando, en plena dictadura de Pinochet, el destacado periodista de televisión Patricio Bañados, en vez de reproducir el libreto con las mentiras del régimen en un noticiero, arriesgando no sólo su carrera, sino también su vida, dijo al aire para todo el país: «¡Esto no lo puedo leer, porque no es cierto!».

Ahora el sistema está en vías de prescindir de éstos y de otros riesgos. Los programas de computación ya escriben hasta los artículos analíticos sobre cualquier tema, y el público, cada vez más carente de cultura y exigencias literarias, ni se dará cuenta de nada.

Aunque el lingüista más grande de nuestros tiempos, Noam Chomsky, afirma que: «Sabemos por la ciencia de la lingüística y la filosofía del conocimiento, que las mentes de la inteligencia artificial difieren profundamente de la forma en la que los humanos razonan y usan el lenguaje. Estas diferencias imponen limitaciones significativas a lo que estos programas pueden hacer, codificándolos con defectos imborrables», mientras la manera de razonar de las personas se amolda cada vez más a los modelos tecnócratas, nuestra deshumanización avanza también por medio de ese lenguaje.

El periodismo humano, crudo y comprometido debe emerger de nuestro pasado reciente, rompiendo las reglas, los guiones y las máquinas, para devolverle el don de la magia a nuestra palabra.

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